miércoles, 27 de mayo de 2015

FRASES HECHAS


Este es un mundo apresurado. No tenemos tiempo para detenernos a pensar en las implicaciones de una cadena de acontecimientos determinada, y para solucionar de alguna forma esa pejiguera acuñamos frases hechas. Se trata de fórmulas generalizadoras que no dan toda la dimensión concreta de la realidad, pero a pesar de todo son útiles para codificar en algunos “tipos” determinados la enorme variedad de reacciones y comportamientos de las personas ante situaciones de compromiso.
Será más fácil hacerme entender con ejemplos. Recurrir a la heroica es lo que ha hecho doña Esperanza Aguirre ayer mismo. Los futbolistas del equipo que tiene un marcador adverso se esfuerzan en bombear balones sobre el área contraria para ver de pescar un gol de fortuna, y de forma parecida ella, con los números de concejales electos en contra, ha convocado a PSOE y C’s a una unión sagrada para cerrar el paso a la zarpa totalitaria de Manuela Carmena en la alcaldía de la capital. Si cuela, cuela.
Por su parte, el obispo de Granada se esmera en cubrir el expediente en relación con el caso de pederastia de los romanones. Señala el diccionario de la Real Academia que por esa expresión debe entenderse «aparentar que se cumple una obligación o hacer lo menos posible para cumplirla». La definición se ajusta a la actitud del prelado como pedrada en ojo de boticario.
Hablamos con cierta ligereza del austericidio y del capitalismo asesino. Son fórmulas, pero su pertinencia solo se advierte cuando de pronto los medios de comunicación nos traen la noticia de un suceso concreto que afecta a una persona identificable y, por consiguiente, susceptible de empatía. Me refiero a la niña del Instituto de Usera que una mañana se cansó de vivir. Hay en ese asunto uno o varios acosadores, quizá también víctimas de la situación, más que culpables; hay un director de escuela y una inspectora que durante demasiado tiempo, ante un problema identificado y denunciado por la misma víctima, se han limitado a cubrir el expediente. Pero sobre todo hay una situación de precariedad, de paro laboral, de desarraigo, de falta de cohesión social, de erosión del carácter, de insuficiencia de medios por los recortes en las políticas públicas, que ha generado las condiciones suficientes para que se produjera un suceso lamentable.
Manuela Carmena, esa energúmena totalitaria agresora de la Constitución, corrió la mañana del lunes, no a pactar repartos de prebendas con las otras formaciones presentes en el nuevo consistorio, sino a acordar con sus ex colegas jueces algún recurso legal eficaz para impedir más desahucios en el Madrid en el que Ana Botella entregó a fondos buitre la gestión de los impagos de los alquileres de viviendas de propiedad municipal.
Algo ha empezado ya a cambiar.
 

martes, 26 de mayo de 2015

LO SUSTANTIVO Y LO ADJETIVO


En las clases de gramática de mi niñez nos lo dejaban claro: sustantivo es el vocablo que tiene sustancia en sí mismo, y adjetivo es lo accidental, lo que se arrima a un sustantivo para matizarlo o precisarlo, pero por sí mismo no significa nada.
En política también ocurre así, pero con frecuencia las cosas se ven al revés. Se diría que existe una tendencia irreprimible a poner el carro delante de los bueyes. Los partidos políticos, que tienen un carácter vehicular o instrumental, que son cauces de expresión de anhelos y reivindicaciones surgidos de la sociedad civil, son vistos como lo sustantivo, lo sólido, lo perdurable; mientras que la sustancia de la que deberían ser portadores aparece como algo aleatorio y mudable.
Un ejemplo traído a cuento por José Luis López Bulla hoy mismo en su blog (1): para un adalid del soberanismo catalán, el resultado de las elecciones municipales en Barcelona, cap i casal de Catalunya, es visto como una “complicación”. El procès es para él lo sustantivo, y la voluntad popular, expresada a través de mayorías y minorías bastante nítidas, algo accesorio e inoportuno que viene a dificultar las perspectivas.
Es solo un ejemplo, hay muchos más a mano en un momento crítico en el que todo el escenario político está sujeto a cambios profundos: unos partidos políticos desfallecen, aparecen otros nuevos, se crean plataformas plurales a partir de consensos sobre programas definidos, y en general se abre paso la conciencia de la necesidad de pactos y componendas para la gobernanza de las diferentes instancias políticas.
Hay quien en esta tesitura defiende sobre todo el logo propio, el signo público y visible que distingue a los “nuestros”, y rechaza la confusión de las sopas de siglas. La historia, la tradición, la trayectoria, imponen a las formaciones acreditadas un camino inequívoco. Hay un “sacro horror” a contaminarse con las impurezas que seguramente acarrearán otras instancias ideológicamente menos fiables. Es la defensa de la marca, el “orgullo de partido”, al que dediqué hace algún tiempo un post particular (2).
Repito ahora el juicio que merecía a Antonio Gramsci, en unos tiempos y unas circunstancias muy diferentes a los actuales, la “boria”, el orgullo de partido. Cito su frase original, tal como aparece en una nota de los Cuadernos: «Occorre disprezzare la boria di partito e alla boria sostituire i fatti concreti.» Parece escrito para hoy mismo. Nos reclama ir a lo sustantivo y “despreciar”, mudar en la medida en que resulte necesario, lo que es solo adjetivo.
En esa línea me parece que se mueve la recentísima propuesta de Joan Herrera, líder de ICV, de mantener el mismo criterio seguido por su formación en las municipales, la participación en amplias plataformas plurales sustentadas por compromisos concretos, como forma de abordar las próximas elecciones generales.
No hay pérdida de protagonismo de las siglas ni oscurecimiento en esa opción, sino adecuación lógica a la función instrumental del partido político. En los momentos críticos de cambio, es positivo que todo el aparato partidario se ponga de forma consciente al servicio de unos intereses sustantivos más amplios, de fatti concreti.
 


 

lunes, 25 de mayo de 2015

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA


Las de arriba son palabras pronunciadas por Franco en el discurso de nombramiento de Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno, en sustitución del difunto almirante Carrero Blanco. Fueron en su momento objeto de mil cábalas e interpretaciones por parte de los comentaristas políticos, pero lo cierto es que nadie nunca consiguió aclararlas a satisfacción de todos.
Mariano Rajoy debe de pensar lo mismo que Franco, después de la última jornada electoral. No lo ha dicho de forma explícita, sin embargo. Se ha mantenido fiel a los manoseados tópicos habituales en su discurrir (“es incuestionable que somos la primera fuerza”, “no pasa nada salvo alguna cosa”, etcétera). Pero en el fondo de su tortuosa concepción de la política a largo plazo, de lo que él (y solo él) llama “gran política”, una cuerda íntima habrá vibrado para transmitirle una nota aguda de alivio y de consuelo. Se han perdido más de dos millones de votos y tropecientas alcaldías, sí, pero más ha perdido en el trance Esperanza Aguirre, a saber, todas sus opciones de alcanzar la Moncloa desplazando de su sillón al propio Augusto.
Todo lo demás, la invasión de advenedizos en las antesalas de palacio y el griterío de la plebe en las calles aledañas al sancta sanctorum de Génova, son minucias desdeñables. Para eso está la Ley Mordaza. Además, las protestas desaparecerán tan pronto como se dejen sentir en el clima de la opinión los beneficios de la recuperación económica, más y más pujante a cada día que pasa; entonces, todo el electorado se rendirá al superior discernimiento del presidente, a su paciente estrategia de la araña. Y con toda probabilidad llegará por sus pasos contados una nueva legislatura triunfal cuya mayoría absoluta permitirá acabar de aventar los engorrosos procesos incoados por corrupción y rematar la faena con una amnistía fiscal que arrastre todos los pelillos restantes a la mar.
En consecuencia, ha venido a decir Rajoy, no hacen falta cambios en el gobierno. No hay nada que retocar, nada que mejorar, nada que corregir. Todo había sido previsto, calculado y cuantificado desde un principio. España va bien, y la única tarea urgente en este momento es la de sentarse a ver pasar la vida bajo el balcón.
Conclusión final: la única víctima aparente del terremoto municipal ha sido Carlo Ancelotti, el entrenador del Real Madrid, que ha sido destituido fulminantemente por el presidente de dicha entidad deportiva, don Florentino Pérez, menos de veinticuatro horas después de conocerse los resultados de los comicios.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?, me dirán. No lo sé, la verdad. Pero no me negarán que la coincidencia es significativa. Y no solo eso: en el flash informativo de los telediarios me ha parecido ver durante un momento que Florentino torcía la boca y mascullaba entre dientes: “No hay mal que por bien no venga.”
 

domingo, 24 de mayo de 2015

JORNADA DE REFLEXIÓN


Muchos y muchas militantes de base de la política, después de la vorágine de una campaña electoral, optan por vaciar de contenido la jornada llamada “de reflexión”. Aprovechan para desconectar: salir de campo o playa con la tortilla jugosa envuelta en papel aluminio, ver en el cine del barrio la película postergada durante varias semanas, poner la lavadora a funcionar y bajar al bar de la esquina a por un par de cervezas, o dedicar los esfuerzos del caso al álbum filatélico que cogía polvo en el cajón bajo del escritorio.
No seré yo quien critique ocupaciones tan sensatas. Pero postergar los análisis al día después de conocerse los resultados tiene el inconveniente de dejar en el tintero sensaciones volátiles acerca de cuestiones sin una gran trascendencia en los resultados brutos que arrojarán las urnas, pero que merecen un instante particular de reflexión, aunque solo sea porque mañana quedarán ahogados en el trabajo de delimitación de las grandes líneas de tendencia.
Rescato tres apuntes en la dirección indicada:
(Experiencia) Los partidos más asentados hasta hoy mismo en municipios y autonomías han insistido, frente a la aparición de nuevos rivales que aspiran a relevarles,  en el valor diferencial añadido que les depara su experiencia acumulada de gobierno. Pero es precisamente su experiencia de gobierno lo que rechazan los “nuevos”. Es el “más de lo mismo” lo que en particular los irrita. El valor que pueden esgrimir los nuevos es, muy al contrario, la ingenuidad de lo que irrumpe desde fuera, el desembarazo de la tupida madeja de intereses creados en la que están envueltos los viejos gestores.
(Mérito) Parece darse una coincidencia bastante generalizada, en un sector determinado de la opinión, en el sentido de que Izquierda Unida no merece los magros resultados que le atribuyen los sondeos. Su historia, su proyección, serían merecedores de muy otra consideración por parte del electorado. IU viene de muy lejos y va más lejos aún.
Conviene, sin embargo, ser laicos en este sentido: si IU ha perdido en este trance concreto de su trayectoria la conexión que en otros momentos ha existido con las masas populares, quien tiene que rectificar su posición es necesariamente la formación política, porque las masas no rectificarán jamás por sí mismas. IU ha hecho en el último año un intento serio de renovación formal, con mayor atención a la democracia interna (un aspecto en el que siempre ha habido deficiencias) y con la propuesta de elegir candidatos a través de primarias. El balance final de las dimensiones y los resultados concretos de ese intento será lo que determine en última instancia el mérito o el demérito de sus candidaturas, al margen del valor (indudable) de las personas que las integran; y la nota final al conjunto será sin remisión posible la que pongan los electores con sus votos.
(Ausencia de proyecto) En un artículo reciente de Eddy Sánchez, leo la propuesta de pasar ya del “momento destituyente” de la movilización popular que arranca del 15-M, a un “momento constituyente”. En términos gramscianos, pasar del asalto al asedio, de la guerra de maniobras a la de posiciones. Estoy totalmente de acuerdo con el articulista, pero entiendo que ese paso estratégico debería haberse dado un poco antes, y con dosis bastante mayores de preparación estratégica. Llegada la hora de la verdad, el asalto “destituyente” puede tener una eficacia mucho menor de la deseada, por el hecho de que se asaltan las casamatas del Estado a puro huevo, a mogollón, sin objetivos claros y sin la atención debida a las previsibles líneas de repliegue del enemigo. Quienes critican sin piedad el proceso de la transición a la democracia no han aprendido debidamente sus lecciones, y no han valorado las capacidades de reacción y de transformismo que caben en las personas y las instituciones relacionadas con el poder.
No quiero decir que todo esté perdido, al contrario. El impulso hacia el cambio va a prevalecer mañana sobre las deficiencias de preparación, y las lecciones estratégicas desatendidas hasta el momento pueden ser aprendidas con rapidez en la dinámica en la que va a entrar el país. La clave estará en la concreción y la formulación de un gran proyecto de cambio y de progreso compartido por una gran mayoría. Un proyecto que no va a ser (desengáñense los compañeros socialistas) propiedad registrada de una fuerza con nombre y apellidos; y en el que tampoco pueden darse descalificaciones apriorísticas, sino, ante todo y sobre todo, trabajo, trabajo, trabajo. Trabajo colectivo, consenso, iniciativas y saberes de procedencias diversas y puestos en común.
 

viernes, 22 de mayo de 2015

LIBERTAD PARA PROHIBIR


Era inevitable que volviera a suceder, y ha sucedido. Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, ya conocido de sobra por exabruptos anteriores, cabalga de nuevo. En esta ocasión exige la prohibición de una muestra sobre el Movimiento Feminista de Euskadi, que se exhibe en la sala cultural Koldo Mitxelena de la ciudad vasca.
El jerarca eclesiástico tiene la piel fina. Lo que ha despertado sus iras esta vez son unas fotografías en las que aparecen pintadas callejeras del siguiente tenor: «La iglesia que arde es la que mejor ilumina.» Se trata de pintadas históricas, no actuales. Se produjeron años atrás en situaciones de lucha feminista en las que la jerarquía eclesiástica adoptó una posición determinada. Eso es historia también.
¿Lamenta su eminencia que las cosas ocurrieran como ocurrieron? No, no se le ha oído pedir perdón, y tampoco aparece en sus palabras un atisbo de rectificación. Lo que quiere – lo que exige – es que se prohíba la muestra feminista porque en ella se manifiesta odio a la religión. Porque «ataca la convivencia».
En los Evangelios se narra punto por punto la Pasión de Cristo; cómo fue atado a la columna y azotado, coronado de espinas, cargado con la cruz, clavado en ella, y atravesado su costado con una lanza. Quizá monseñor Munilla exija también prohibir los Evangelios, o cuando menos censurar las partes en las que se expresa un odio religioso tan exacerbado.
Y si no es así, si es posible relatar cómo Jesucristo fue puesto literalmente como un eccehomo, ¿en virtud de qué ley, me pregunto, la piel de monseñor Munilla ha de ser más fina que la del Salvador?
Para mayor chiste, argumenta monseñor lo siguiente en su carta pastoral dirigida a todas las parroquias de la diócesis: «Las autoridades políticas que gobiernan las instituciones públicas de Gipuzkoa (el Koldo Mitxelena, en este caso), no pueden mirar para otro lado, sino que tienen la plena responsabilidad en la permisión de estos ataques y provocaciones contra la libertad religiosa.»
¡Salió a relucir la libertad religiosa! Pero, Monseñor, la libertad religiosa no es libertad para prohibir; es una cuestión mucho más de fondo, que conecta con las creencias íntimas y las prácticas del culto privado, sean estas las que sean, de cualquier persona, en tanto que como persona posee una dignidad merecedora de un respeto universal.
Dijo Rosa Luxemburgo que «la única libertad importante para mí es la de quien no piensa como yo.» Rosa Luxemburgo era roja, atea y probablemente feminista también. La posición de monseñor Munilla es, lógicamente, la contraria; para él solo importa la libertad de los bien pensantes, la de los que piensan exactamente del mismo modo como piensa él. Se queja en su pastoral de la «presión de un laicismo agresivo» que conduce a una «dictadura del relativismo». El relativismo establece que todas las religiones, al margen de la cuestión bizantina sobre si son verdaderas o falsas, son igualmente respetables en el seno de una sociedad igualitaria y democrática. Eso es exactamente lo que enfurece a Monseñor. No, hombre, no, solo los “suyos” merecen respeto, y tanto caso ha de hacerse de la democracia en este punto como de una gaita escocesa.
Monseñor Munilla, dispense la observación: eso que usted defiende no es libertad religiosa, sino monopolio de adoctrinamiento.
 

jueves, 21 de mayo de 2015

SWINGING ELECTORAL


Que tire la primera piedra el/la militante que nunca se haya abandonado en la intimidad de la cabina electoral a la delicia frívola y concupiscente de votar a aquellos a quienes públicamente acusaba la víspera de traidores a la causa sagrada.
Todas las numerosas y diferentes ortodoxias son unánimes en la condena severa de ese chicoleo, pero yo os digo que no es pecado.
En fin, como mínimo es un pecado venial. Nada que obligue al/a la culpable a volver al redil con la cabeza gacha y la mirada huidiza, post coitum triste.
La infidelidad está en nuestros genes. Hubo un tiempo, en los felices setenta, con los vientos de liberación sexual, en el que se puso de moda la práctica del intercambio de parejas. Lo llamaban swinging. Había quien lo practicaba con más o con menos desenfado y naturalidad, y quien lo hacía por no ser tachado de retrógrado/a, pero considerado el asunto en general, era algo asociado a la premisa última de la libertad y la experimentación.
En otro plano, no existe tampoco un voto de castidad electoral; en tiempo de elecciones, todos los votos son libres. Y tal es la naturaleza humana, que cuanto más se empeñan los rabinos en amarrar a los catecúmenos al duro banco de las sinagogas, más apetecible resulta a estos triscar a gusto por las verdes praderas.
Se vota, y ya está. Mañana será otro día, y en la barra del bar de la esquina se comentará en voz un poco más alta de lo necesario, ante los/las correligionarios/as reunidos/as, el escándalo de tanta gente como ha desamparado a los “nuestros” para seguir el espejuelo de lo efímero, de lo que “se lleva” en política.
La pequeña infidelidad no habrá sido la primera ni la última. La relación iniciada en el acto seminal del voto podrá fructificar, si cuenta con suficiente tiempo y perseverancia, o quedarse, como tantas cosas, en un gesto solo esbozado, en un acto fallido. Pero incluso en el peor de los casos no hace falta arrepentirse. Recordemos las conclusiones acerca de la infidelidad (sexual, en su caso) que un sabio en la materia, Georges Brassens, exponía al “grillo del hogar”, nada menos que a la mismísima Penélope:
            C’est la faute commune,

            C’est le péché véniel,

            C’est la face cachée

            De la lune de miel,

            Et la rançon de Pénélope.


(«Es la falta común, el pecado venial, la cara oculta de la luna de miel. Y el precio del rescate de Penélope.»)

 

miércoles, 20 de mayo de 2015

ADVENEDIZOS, ABSTENERSE


«Ahora que prolifera de todo y por doquier, nosotros no somos una pandilla ni el producto de una operación de márqueting», ha dicho Mariano Rajoy en Zaragoza. El PP es, por el contrario, «un valor seguro en momentos difíciles». Debe dejársele seguir gobernando, en lugar de «bajar los brazos y dar la vuelta atrás.»
La idea de que debe dejarse gobernar a los que saben, es contraria a la primera ley, elemental y fundacional, de la democracia, un sistema de gobierno que parte precisamente del concepto de que cualquier ciudadano debe tener acceso al gobierno si cuenta con apoyos suficientes, sin que lo impidan privilegios, jerarquías ni exclusiones previas. Para llegar a este punto de madurez democrática ha hecho falta un largo recorrido histórico marcado por el avance hacia la igualdad. Lo que Rajoy nos está proponiendo es precisamente una majestuosa y rotunda vuelta atrás: desde la sociedad democrática al despotismo ilustrado, nada menos.
Peor aún es el caso de la ultraliberal Esperanza Aguirre, cuya campaña electoral en los medios manejados por su formación se ha convertido en una descalificación permanente de sus rivales a la alcaldía madrileña, a partir de la indagación despiadada de sus circunstancias personales: falta de estudios superiores, frecuentación de malas compañías, defensa de sospechosos de terrorismo. Si se añaden (falta nada más un paso) el criptojudaísmo y la insuficiente limpieza de sangre, habrá bingo: ya no estaremos en el despotismo, sino en el restablecimiento de la Santa Inquisición.
He criticado hace poco en estos apuntes la actitud de la prepotencia moral. A los notables del Partido Popular, seleccionados todos ellos a dedazo como es bien conocido, les sienta como un guante la etiqueta. Son prepotentes en el momento de achacar defectos a los rivales, y quisquillosamente susceptibles cuando los alfilerazos van dirigidos contra ellos mismos. «¿Corrupción? Yo estaba al mando, sí, pero no sabía nada de esos asuntos, y nadie va a poder probarlo.»
Lo esencial en este asunto es la determinación tozuda con la que nuestros actuales dirigentes se disponen a prolongar una magnífica situación de vacas gordas… para ellos. No admiten, en efecto, rectificaciones, ni bajadas de brazos, ni vueltas atrás. Quieren a toda costa seguir forrándose, como hizo hasta la sepultura el carismático Sir Humphrey Pengallan.
Sí, ya sé que el nombre no les dice nada: he tenido que rebuscarlo en Google. Se trata del aristócrata y magistrado, interpretado por Charles Laughton, que aparece en una de las películas menos recordadas de Alfred Hitchcock, “Posada Jamaica”.
Este personaje tenía montada en Cornualles una red que combinaba la información privilegiada con el tráfico de influencias. Cuando salía del puerto en horas nocturnas un bergantín con destino a América, repleto de emigrantes cargados con todos sus enseres, sir Humphrey daba aviso al farero, y este invertía las señales luminosas. De ese modo el barco, creyendo salir hacia alta mar, iba a estrellarse contra los escollos. Allí esperaba una banda de piratas que se ocupaba concienzudamente de que no hubiera supervivientes, primero, y después de repartirse todos los objetos de valor que podían encontrar. Simultáneamente, Sir Humphrey daba una recepción en su mansión a la que acudía la flor y la nata de los terratenientes de la región, que le proporcionaban una coartada impecable de que él no tenía nada que ver con la catástrofe ocurrida en el mar.
Y aquí viene a cuento la orden que Sir Humphrey, el jefe indiscutido de la banda, daba a los piratas: «El dinero dádmelo todo a mí, que soy el único que sabe cómo gastarlo.»
Sir Humphrey Pengallan era un valor seguro.
 

martes, 19 de mayo de 2015

CIPRIANO SIEMPRE


Ayer asistí a un acto en la casa sindical en memoria de Cipriano García, que nos dejó hace veinte años. Los oradores, excelentes todos ellos, siguieron en sus discursos un guión parecido: después de situar al líder sindical y político en sus circunstancias históricas – un momento de encrucijada, de transición generacional y sistémica – se deslizaron sin forzar el tono hacia las realidades del presente y del futuro inmediato. Acertaron de ese modo a situarnos delante de otra faceta aún del Cipri: su proyección, la herencia que nos ha dejado.
Todo lo cual habría sacado de sus casillas al propio Cipri. He visto a pocos dirigentes menos poseídos de su propia importancia.
“Poseídos” de su importancia, he dicho. No es que Cipri no fuera consciente de la influencia que tenía en nosotros los jóvenes, pero se la echaba al hombro sin demasiadas contemplaciones. Era un dirigente colectivo, no una prima donna; un hombre de criterio, sagaz en las previsiones, preciso en la forma de exponerlas, pragmático en las conclusiones, equilibrado en el reparto de tareas. Tenía carisma (signifique lo que signifique esta expresión), pero ni lo exhibía ni lo apreciaba, en absoluto. Eso sí, estaba disponible siempre. Para las duras y para las maduras.
Le vi por primera vez en una reunión clandestina de coordinadoras locales y comarcales de Cataluña. Ocurrió en la parte alta de la ciudad de Barcelona, no recuerdo el local exacto, sin duda un centro parroquial. Era poco después de la caída del 1.001, yo no lo había conocido aún personalmente pero sabía que coordinaba en ese momento a las comisiones obreras de toda España. Me intrigaba escuchar lo que había de decirnos. Cipriano hizo una presentación escueta de la situación general y de las tareas en perspectiva, y cedió la palabra a un joven más o menos de mi edad, aunque él tenía ya la “mano rota” y el “culo pelado” en los trajines sindicales. Respondía al nombre de Pepe López, y los clásicos “enterados” que siempre lo saben todo sostenían que el sobrenombre con el que se le conocía, “Bulla”, le venía del prestigio conseguido por sus actividades revoltosas en Mataró. Bulla desarrolló el informe, moderó las intervenciones, sacó las conclusiones, y Cipriano cerró el acto con unas palabras de resumen en el sentido inequívoco de «ahora ya sabe cada cual lo que tiene que hacer». Acostumbrados como estábamos muchos de nosotros a los fuegos artificiales de ciertos asambleístas habituales, aquello nos resultó un anticlímax, aunque no se nos escapó la percepción de que la reunión había sido seria, operativa y funcional.
Años después me senté a su lado en un avión del puente aéreo a Madrid. Tuvo que ser hacia la primavera de 1980. Cipriano era diputado al Congreso y yo iba a negociar un convenio colectivo nacional, el del Papel o el de las Artes Gráficas. Él llevaba desde las siete de la mañana en la sala de espera, porque Iberia había tomado una decisión muy habitual en aquellas fechas, la de anular el vuelo cuando el pasaje no era lo bastante numeroso, y acumular a los viajeros de dos o de tres vuelos previstos en un solo aparato. Cipriano se pasó la hora y media de viaje despotricando contra aquella situación, que se repetía en su caso con mucha frecuencia. No le dolía el retraso en sí ni la incomodidad consiguiente, sino la vergüenza de que su escaño estuviera vacío en el inicio de la sesión. La puntualidad en el trabajo era una exigencia interna a su carácter y a su manera de ser. Esa puntualidad exigente (y no un retraso) fue lo que le permitió avizorar el panorama en Pozuelo y emprender una retirada discreta, el día de la caída del 1.001. También favoreció ese día el escape del grupo catalán el conocimiento enciclopédico que tenía Cipriano de los destinos y los horarios de los ferrocarriles, incluidos los de cercanías, con sus múltiples combinaciones. Fue en toda su trayectoria vital lo simétricamente contrario a un improvisador.
En aquel vuelo del puente aéreo me enseñó el cuaderno con el que distraía las horas de espera, tomando notas para futuras intervenciones en el hemiciclo o para atender otras tareas pendientes. Tenía una letra grande, clara y aplicada. Por cierto, los dos ocupamos asientos de clase turista, ni se le ocurría hacer valer sus privilegios de parlamentario para volar en primera clase.
Tuvimos, claro, muchas más ocasiones de hablar, y siempre vi en él el mismo compañerismo y la misma franqueza, acompañados por una cierta reserva debida al respeto hacia el interlocutor, que no a la desconfianza.
Hay dirigentes que al desaparecer dejan un hueco enorme, un vacío que parece imposible de colmar. Pongamos como ejemplo eminente el de Enrico Berlinguer. Cipriano no era ciertamente un dirigente de ese tipo, sino todo lo contrario: cumplió a satisfacción cuantas tareas le fueron asignadas por los dos grandes colectivos del sindicato y el partido, y lo hizo desde la conciencia de que nadie es imprescindible, empezando por él mismo. No dejó quizás un hueco muy aparente, pero su recuerdo perdura.
 

lunes, 18 de mayo de 2015

RULETA RUSA


Antes de que míster George Horace Gallup patentase el prodigioso invento de los sondeos de opinión, mucho antes, era la Sibila de Delfos la que sustanciaba las dudas de príncipes y gobernantes sobre el modo de llevar los asuntos públicos. La Sibila tenía una ventaja sobre los modernos sondeos: nunca se equivocaba, tenía hilo directo con la divinidad. Quienes se equivocaban con frecuencia, en cambio, eran sus clientes, porque los mensajes de los inmortales llegaban del más allá rodeados de una envoltura de palabras oscuras o ambiguas que los hacían muy difíciles de descifrar.
Un sondeo de Metroscopia hecho público ayer determina que una repetición de las elecciones autonómicas andaluzas favorecería al PSOE y a Ciudadanos, y perjudicaría sobre todo al PP. Igual que ocurría con la Sibila délfica, las posibilidades son dos, creérselo o no creérselo. Los socialistas ludópatas y los convencidos de que dios distrae sus ratos libres jugando a los dados convocarían de inmediato una nueva ronda electoral. Por más que tienen conciencia clara de que en uno de los alveolos del tambor del revólver que están manipulando hay una bala, se sienten inclinados a despreciar las posibilidades de que, de los seis posibles, sea ese precisamente el que quede alineado con el percutor. Adelante, entonces.
El sondeo de Metroscopia se ha efectuado el 12-13 de mayo, al hilo de la frustración producida por el retraso en la investidura de la socialista Susana Díaz por parte del nuevo parlamento autonómico andaluz. Faltan aún dos llamamientos a las urnas por cumplimentar en Andalucía, y falta sobre todo saber cuáles serán sus resultados y de qué manera influirán en el ánimo del electorado. Lo que refleja la encuesta publicada ayer es un estado de ánimo difuso, a fecha de 12-13 de mayo; no una intención decidida de voto para el mes de, digamos, septiembre. ¿Qué razón ha llevado a la agencia a llevar a cabo un sondeo tan aleatorio, y por qué se le ha dado esa publicidad? A mí, disculpen, más que un sondeo me parece un globo sonda.
Pero la perspectiva nebulosamente favorable que se apunta no exime al PSOE, al que no se vaticinan grandes resultados en otras latitudes, de intentar, hasta el límite del plazo fijado estatutariamente, llegar a acuerdos sustanciales con uno al menos de los grupos que aquí y ahora tiene enfrente en el parlamento andaluz. Tirar segunda vez por la calle de en medio es correr un riesgo innecesario de pegarse un tiro en el pie. O en la cabeza.
El que avisa no es traidor, como solía concluir sus columnas en otro tiempo el inolvidable Manolo V el Empecinado.
 

domingo, 17 de mayo de 2015

PREPOTENCIA MORAL


Ha vuelto a aparecer una de tantas listas de las mejores películas de la historia y en ella, infaliblemente, vuelve a aparecer en un lugar destacado “Ciudadano Kane” de Orson Welles. A mí no me gusta esa película. Decir que no me gusta es poco. Si naufragara en una isla desierta y fuera la única película a mi disposición en una instalación de vídeo que por milagro funcionara correctamente después del naufragio, preferiría con mucho tumbarme a vegetar bajo las palmeras (día tras día, año tras año), antes que volver a verla.
La historia más odiosamente imperdonable, en mi opinión, que cuenta la película es la relación de Kane con una mujer que canta mal. Kane no es capaz de admitir que el amor es una cosa y el bel canto otra distinta, y se gasta un pastón en promoverla como diva de ópera. Fracasa en el intento, pero eso es anécdota. La intención del magnate no era dar una satisfacción a su amada (ella sufre lo indecible en los ensayos, y creo recordar que lo abandona después del fiasco del estreno) sino el deseo prepotente de imponer a toda costa su criterio, sus normas y sus valoraciones, a un público-masa que carece de criterio, de normas y de valoraciones válidas y definidas. El supermán Kane da por probada su superioridad moral sobre la plebe, y desde esa posición preeminente, en lugar de dedicarse a ayudar a los demás al estilo Clark Kent, les exige con maneras imperiosas que se pongan a su propio nivel. Algo muy desagradable, muy poco democrático por otra parte, y que Welles parece tomarse perfectamente en serio en la película.
Del mismo pie cojea otro autor muy celebrado, el escritor húngaro Sandor Marai. En una novela que ha recibido elogios prácticamente unánimes de los críticos y que ha sido llevada a la escena, “El último encuentro”, dos fantasmones del imperio austro-húngaro vuelven a verse después de años de separación, en una velada minuciosamente organizada por uno de ellos. Durante una larga conversación, los dos reviven los conceptos grandilocuentes de la Amistad, el Honor, el Deber, la Gastronomía y la Misoginia. Los dos se habían enamorado – fatalmente – de la misma mujer. La superioridad moral de ambos sobre la mujer que amaron queda patente desde el arranque mismo de la historia. ¿Podría ser de otro modo, entre militares del imperio, en un mundo tan sesgada e inequívocamente masculino?
Casada con uno, amante del otro y mortalmente aburrida de los dos, la mujer quiso convencer al amante de que matara al marido simulando un accidente de caza. Fue un error fatal. Los escrúpulos impidieron disparar al amante, el marido se enteró a tiempo de la maniobra, y la mujer fue castigada con un sadismo tan ejemplar que repugna la ética algo laxa de “este” lector cuando menos. (¿Qué más dará un par de tiros más o menos entre dos amantes, me digo a mí mismo, si el amor es verdadero y la chica se merece de sobras que uno se muera por ella?)
Habría obrado santamente la esposa infiel tirando de escopeta ella misma y disparando sobre los dos finchados militares, siquiera fuera para darles una lección gratuita acerca del problema del punto de vista en la novela.
En fin. Disculpen que me haya metido en divagaciones ociosas e inconsistentes sobre ética y estética. Estamos en domingo, mediada una campaña electoral, y el cansancio de la política me ha inclinado a frivolizar un rato sobre un tema de muy distinta naturaleza.
 

sábado, 16 de mayo de 2015

SALIDA EN FALSO


En la partida de ajedrez de la política nacional, Susana Díaz se fabricó una ventaja de salida y consiguió una iniciativa consistente, capaz de extenderse también a terrenos distintos de Andalucía.
Recurrió para hacerlo a una treta de libro, a una maniobra consignada en todos los manuales de aperturas. Y consiguió lo que pretendían los estrategas de Ferraz: un despliegue de piezas susceptible de hacer brillar todo su potencial de jugadora.
Ocurre que las partidas de ajedrez no se ganan únicamente con celadas de apertura. El “libro” es útil nada más hasta un determinado momento del despliegue. Luego, cada cual ha de seguir con sus propios juicios y cálculos sobre la posición resultante.
Y ahora lo que exhibe Díaz no es su potencial, sino sus limitaciones. Mal asunto para los estrategas del PSOE porque en efecto, tal y como se preveía en el “libro”, lo que suceda en Andalucía va a proyectarse sobre el panorama general. Y la incapacidad constatada de la jugadora para sacar fruto de una ventaja inicial va a ser una rémora importante para la formación que lidera, en los vericuetos del medio juego.
Quizás el error del PSOE ha consistido en elegir un libro de táctica antiguo, válido para la vieja política pero no para la nueva situación. Se ha hecho un último intento de gobierno en solitario antes de la llegada inevitable de la hora de los pactos a dos, a tres o a cinco. Pero ha sido una salida en falso, y ahora los que se han pasado de listos se ven obligados a padecer las consecuencias de la irritación que han provocado en sus rivales en la carrera. La perspectiva de un gobierno cómodo en solitario se ha desvanecido y el horizonte aparece cuajado de nubarrones. Díaz “amenaza” con convocar nuevas elecciones en septiembre. Hará bien en volver a consultar su librillo y aprender cómo reacciona el electorado cuando se le convoca por segunda vez a unos comicios fuera de tiempo. Tiene ejemplos de sobra para comparar; uno muy señalado en Cataluña, donde el aprendiz de alquimista Artur Mas también pretendió anticiparse a todos para forzar una mayoría que resultó frustrada, y ahora sigue emperrado en transmutar en oro soberanista las nuevas calendas electorales previstas para otras cosas.
Quien se obstine en la vieja idea de que lo que le interesa al pueblo es lo que me interesa a mí, y el resto son gabinas de cochero (como se dice, según fuentes bien informadas, en la Vega del Genil), no está llamado a conseguir grandes resultados en la nueva situación surgida hace cuatro años y un día. Un vicio arraigado de la vieja política ha sido el autismo, la creación artificiosa de un universo autorreferencial que no tenía nada que ver con lo que ocurría en la calle. Ese vicio ya no produce réditos perceptibles. Es forzoso – para todos – abrir de par en par las ventanas que dan a la realidad.
Ya ha quedado dicho en otra ocasión en estas mismas páginas virtuales. Los candidatos a gobernar este país o alguna de sus diferentes parcelas tienen que elegir forzosamente, en adelante, entre hacer política o hacer propaganda. La política es útil para avanzar; la propaganda, para seguir en el mismo sitio. Y no hay términos medios ni componendas entre los dos extremos. No hay atajos fáciles, ni siquiera para el partido de gobierno, que está sacando a relucir en campaña todas las triquiñuelas del oficio: premios retroactivos a las familias numerosas, planes renove y espejuelos varios con los que seducir una vez más a una “mayoría silenciosa” que no existe.
Señor Rajoy, señora Díaz, lo que el país reclama con impaciencia indignada es un nuevo modo de gobernar. Y a ese toro no se le hurta el cuerpo con reclamos propagandísticos ni con postureos. Va a haber que lidiarlo en serio.
 

jueves, 14 de mayo de 2015

SOPA DE CONVENTO


Salvado el debido respeto a las personas y a las instituciones, hay ministros que se comportan como soplagaitas. Uno de ellos sigue montado en su cruzada particular contra asuntos perfectamente respetables en sí mismos pero que se empeña en considerar agresiones contra el recinto arcano de lo sagrado. Me refiero, claro, al ministro de ¿Educación?, y al tema de la enseñanza en catalán, sobre el cual ha utilizado recientemente un doble lenguaje: el políticamente correcto delante de los micrófonos abiertos, y el que le fluye de las partes blandas en un comentario off the record con la prensa acreditada. En esta última tesitura ha comparado la situación del castellano en la Cataluña actual con la del catalán en la Cataluña bajo el franquismo.
Dicha afirmación es un disparate evidente para todo aquel que se pasee por el territorio autonómico con los ojos y los oídos abiertos y sin telarañas de prejuicios en la cabeza. La inmersión lingüística no es una medida reciente, y tampoco “soberanista”; es un método con años de trayectoria y balances de eficacia bien cuantificados. Resulta entre otras cosas que los alumnos catalanes tienen un conocimiento de la lengua castellana equiparable, si no superior, al del área de enseñanza monolingüe. Resulta que en la calle, en las casas, en los comercios, en la prensa y la televisión, en todas las manifestaciones de la ciudadanía, en Cataluña la lengua catalana y la castellana conviven sin problemas perceptibles.
Pero una cosa es la realidad, y otra muy distinta la inmunodeficiencia del prejuicio encastrado desde siempre en una actitud filosófica rancia alimentada con sopa de convento. La imagen no es mía, sino de don Antonio Machado, poeta como se sabe “rojo”, catalanófilo y separatista. Estos son sus versos:
 
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

(“A orillas del Duero”, en Campos de Castilla, XCVIII)
 

miércoles, 13 de mayo de 2015

PRIVATIZAR LOS SERVICIOS PÚBLICOS


El patrón de patronos Juan Rosell ha especulado, en la inauguración en Madrid de un Congreso de empresarios de la Hostelería, con la conveniencia de ampliar las áreas de negocio privado ya existentes en la gestión de servicios públicos esenciales. Estas han sido sus palabras exactas, según recoge la prensa diaria: «Tenemos las dos grandes partidas de gasto, que son la Sanidad y la Educación, que seguro que si estuviesen gestionadas por empresarios, con criterios empresariales, yo creo que podríamos sacar mucho más rendimiento y podríamos hacer cosas de mucha mejor manera.»
Estoy seguro de que, predicando con el ejemplo, el señor Rosell ha enviado a sus tres hijos a colegios privados (él mismo estudió con los Jesuitas aunque luego, lástima, hizo la carrera de ingeniero en una institución pública, la Universidad Politécnica); y de que recurre a clínicas privadas de pago siempre que su robusta salud precisa algún chequeo o consolidación del tipo que sea. Pero no es esa la cuestión. La cuestión es si concebimos la salud y la educación como bienes de carácter público y como derechos universales, o si por el contrario consideramos que se trata de actividades sometidas o sometibles a los mecanismos del mercado; es decir, en último término “mercaderías”.
Es indudable que «podríamos sacar mucho más rendimiento» de la gestión de la sanidad y la educación, de someterlas a «criterios empresariales», es decir, a la lógica del beneficio privado. Sacaríamos mucho más rendimiento, claro está, “nosotros los gestores”; es más que dudoso, en cambio, que creciese el beneficio público, el de los supuestos beneficiarios. En particular, el sector más desfavorecido y desprotegido de ellos.
Tenemos por ejemplo en Cataluña el caso Innova: la colocación de prótesis caducadas o no homologadas a unos miles de pacientes. Un negocio redondo, desde el punto de vista de los “criterios empresariales”. ¿Poco ético? ¿Desde cuándo la ética es un argumento de recibo en el área de los negocios privados?
La superioridad de la gestión privada sobre la pública se ha convertido en una leyenda urbana desde el momento mismo en que voces interesadas empezaron a murmurar sobre lo inasumible del gasto social en los presupuestos del Estado y a desmantelar, con más afición que acierto, el noble edificio del estado del bienestar. Lo que hemos tenido desde entonces ha sido un incremento geométrico de la corrupción, un tráfago inaudito a través de las puertas giratorias y un enriquecimiento elefantiásico de determinados gestores con “criterios empresariales” de la gestión pública.
El señor Rosell debería recapacitar sobre cuántos de sus antecesores en puestos directivos de la CEOE están en estos momentos en la cárcel o prófugos en paradero desconocido.
Y callar por prudencia, en lugar de endilgarnos milongas sobre la presunta superioridad de la gestión privada de bienes que son por naturaleza públicos.
 

martes, 12 de mayo de 2015

PUNTOS DE VISTA SOBRE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL


Una casualidad afortunada ha hecho que en mi programa de lecturas hayan venido a coincidir y a superponerse dos libros de historia singulares: la Historia del capitalismo, de Jürgen Kocka (Crítica 2014, traducción de Lara Cortés), una recomendación calurosa de José Luis López Bulla, y La formació d’una identitat. Una història de Catalunya, de Josep Fontana (Eumo Editorial 2014). Se trata de dos obras igualmente agudas pero de carácter diferente: una panorámica amplia en el caso del historiador catalán, una síntesis jugosa en el berlinés.
El cotejo de los capítulos de las dos obras dedicados a la primera revolución industrial resulta sugerente. Las máquinas y las fábricas, nos dicen los dos autores, no aparecen por ensalmo ni se distribuyen al azar. Les ha precedido un largo proceso de acumulación originaria del capital y, tanto o más importante, un funcionamiento eficiente del estado y, en paralelo, del mercado interno, ambos necesariamente bien conectados y desarrollados.
Lo que describen ambos autores no es una situación idílica. El capitalismo, escribió Karl Marx, nació «chorreando sangre y porquería» (sangre y mierda, evitemos el eufemismo). La acumulación originaria incluyó guerras de exterminio de pueblos y culturas en América, Asia y África, una economía de rapiña, esclavitud, violencia, ventajismo, estafa, incumplimientos alevosos de los acuerdos y tratados firmados. Inglaterra maniobró con una habilidad y una carencia de escrúpulos insuperables en ese período. El Reino de España tuvo la misma carencia de escrúpulos, pero también una ceguera patente en todo lo relativo al tema de la industrialización.
Puede que la culpable de esa ceguera fuera la Iglesia católica, dispuesta entonces como ahora a dogmatizar y a lanzar en todas direcciones baterías de excomuniones y de vaderretros. El caso es que, con monarquía absoluta o con constitución liberal, aquí se dejó pasar entre vivas a Cartagena el tren de la revolución industrial. Nada, al parecer, se nos había perdido en ese negocio.
En 1842 hubo disturbios sociales graves en Barcelona, protagonizados por los primeros obreros del textil, y el regente don Baldomero Espartero, militar y liberal, bombardeó la ciudad desde Montjuich. A los muertos por las bombas se añadieron luego los de la represión. La Asociación de Tejedores fue ilegalizada. Flotaba en el aire la necesidad urgente de atajar un peligro grave. El general Antonio Seoane, que había sucedido como capitán general de Cataluña a Juan Van Halen y se había declarado dispuesto a acabar con los disturbios fusilando y lanzando metralla, propuso en un discurso ante el Senado (20 marzo 1843) «la desaparición de la exótica industria algodonera catalana», y el remedio supremo de «sangrar Barcelona para salvar España» (ver Fontana, cit., pág. 280).
Salvar España, ¿de qué? La pista puede darla un folleto citado asimismo por Fontana, que fue publicado en 1848 bajo el título Europa y España. En él se truena contra la industrialización y se compara la felicidad de España en contraste con el negro panorama de las potencias europeas. «Aquí la industria fabril no progresa», da albricias el autor, probablemente de extracción clerical. Según su argumentación, esa providencial circunstancia mantiene el país (salvada siempre la excepción catalana) a salvo de las conmociones revolucionarias que están sacudiendo el continente. Lo importante, el valor supremo a conservar, es la «conformidad» pacífica del pueblo con su destino. En otras palabras, la «servidumbre voluntaria» analizada tres siglos antes por el francés Étienne de La Boétie.
 

lunes, 11 de mayo de 2015

UNA APUESTA ESTRATÉGICA POR LAS SECCIONES SINDICALES


La CONC lanza la iniciativa de una Assemblea Sindical Oberta que examinará la situación actual de las Comisiones Obreras catalanas y su imagen ante los trabajadores y trabajadoras. Se parte de un guión y de una encuesta, se promueve la participación tanto de afiliados como de no afiliados. Se estudiarán y debatirán las aportaciones y las críticas procedentes de todos los acimuts con el fin de alcanzar unas conclusiones operativas.
Es un paso importante hacia la refundación del sindicato. Hablo de “refundación” en el sentido ya comentado muchas veces en estas páginas: la recuperación del “suelo”, la base, el fundamento de la acción, y la vuelta a una línea parabólica de crecimiento a partir de un mayor arraigo en las perspectivas cambiantes del trabajo asalariado y de un asentamiento más sólido en la realidad socioeconómica.
Lo que sigue es una primera aportación a los debates de la Assemblea. Una carta de batalla por las secciones sindicales como células básicas del organismo vivo del sindicato.
“Ya estamos con lo de siempre”, dirá alguno. La eterna cantinela de comités o secciones sindicales como base de la afiliación en el centro de trabajo. Pues no. Creo que el panorama ofrece datos suficientes para superar la vieja polémica y dirigir la discusión hacia otros terrenos. Propongo ajustar la visual de nuestros prismáticos más allá del centro de trabajo.
Por dos razones:
Primera razón. Porque el centro de trabajo ya no es lo que era. En lo que podemos llamar el paradigma antiguo de la producción y los servicios, bajo el cual se diseñó la acción sindical en la empresa y la representatividad de los sindicatos a partir de ella, el centro de trabajo gozaba de una relativa autonomía y de una relativa autosuficiencia. Era, en efecto, un “centro”, contaba con una plantilla estable y una coherencia entre medios y fines. El comité (o la sección) podía funcionar como contrapoder de la dirección (es decir, la gerencia más la dirección técnica más la jefatura de personal), por la buena razón de que la dirección de la empresa tenía en sus manos un poder de decisión considerable.
Hoy ese poder ha desaparecido en buena parte, cuando no en su totalidad. Los centros de decisión se sitúan en otras instancias; la mayoría de las empresas vienen a ser franquicias de grupos transnacionales, o bien instancias auxiliares en grandes holdings, que se encargan únicamente de una parcela limitada de un proceso de producción cuya totalidad no controlan. Las órdenes llegan de fuera, del accionariado, de un consejo de administración. La “dirección” viene a resultar tan dependiente de decisiones ajenas como la propia plantilla.
Segunda razón. A propósito de la plantilla, la estabilidad y la fijeza han dejado de ser sus características definidoras. El territorio de los trabajadores fijos con categorías profesionales normadas ha sido invadido por una casuística muy variopinta: contratos a tiempo parcial, contratos por obra, falsos autónomos, trabajadores a préstamo desde las ETT, trabajadores a domicilio, e incluso trabajadores apalabrados sin ningún tipo de contrato legal, que se prestan a hacer horas en los “picos” de actividad cuando hay que cumplimentar pedidos importantes en plazos apretados.
Los comités dependen de unas elecciones internas, y representan a sus electores. Pero estos pueden ser tan solo el veinticinco o el treinta por ciento de la fuerza de trabajo real total. Se trata entonces de constatar la insuficiencia del recorrido sindical que pueden aportar. No tienen una perspectiva global sobre el proceso complejo en el que se inscribe su unidad productiva, ni tienen tampoco legitimidad para la representación de un número creciente de asalariados que se sitúan en el exterior, y al margen, del colegio electoral que los ha designado.
Pero tampoco es posible suplir la insuficiencia de recorrido en la acción de los comités con una intervención “desde fuera”, desde las instancias de mando de la federación o la unión sindical correspondiente. Una cosa es que el ecocentro de trabajo haya perdido autonomía y poder de decisión, y otra muy distinta es que haya perdido importancia. Sigue funcionando como una conexión insustituible entre la persona y la sociedad, sigue siendo (potencialmente) generador de derechos de ciudadanía. Podemos concebirlo como un nudo crucial en una red amplia de relaciones; como un eslabón de una larga cadena. El sindicato como contrapoder necesita confrontarse con el poder empresarial allí donde este reside; pero no puede saltarse ningún eslabón, ninguna etapa del recorrido. Porque la legitimación de la organización sindical viene de abajo.
Las secciones sindicales (de centro de trabajo, de empresa, de grupo de empresas) facilitan a los asalariados, de un lado, la comprensión de la lógica de las decisiones empresariales sobre la producción, y permiten por tanto su discusión concreta y la propuesta de alternativas. De otro lado, son un elemento que ayuda a reunificar en el dato común de la afiliación a los trabajadores precarios, a fin de acabar con su indefensión y su marginación de cualquier derecho derivado de su prestación de trabajo.
El funcionamiento normalizado a través de secciones sindicales que acojan e igualen en derechos a fijos y precarios aumentará la capacidad de extensión de la sindicación a nuevos grupos de trabajadores, y la coordinación de estrategias de contrapoder a los métodos abusivos de organización del trabajo que aún predominan en el panorama empresarial por la inercia de una visión taylorista de la producción. En el mejor de los casos, tienen potencialidad además para convertirse en “laboratorios” de la acción sindical en el territorio, de extender su influencia a otros sectores y otras empresas, de contribuir a organizar otras luchas por la dignidad, en su entorno inmediato. (Cuántos/as trabajadores/as circulan muy a su pesar de un “curro” a otro, en empresas del mismo o de distinto ramo, siempre precarios/as, siempre ninguneados/as en sus saberes y en sus derechos).
No se trata entonces de optar por comités “o” secciones sindicales; esa es una falsa polémica. Se trata de poner ahora todo el acento en la creación, la extensión y el fortalecimiento de secciones sindicales con el fin de aumentar el radio de acción de la influencia sindical en el conjunto asalariado.
 

sábado, 9 de mayo de 2015

AVE CAMERON


Conviene prestar atención a las conclusiones que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha sacado de las elecciones británicas. Podría tener razón, y esa es una mala noticia. Podría tener razón, preciso, no por los argumentos que utiliza, sino por los que omite.
La tesis de Santamaría es que el electorado se comporta de una manera en el momento de declarar su intención de voto, y de otra manera diferente en el momento de ejercerlo. En el primer caso predomina, según ella, el deseo de meter presión al gobierno con amenazas de deserción y de cambio; en el acto íntimo del sufragio, por el contrario, lo que importa sobre todo es el anhelo de «estabilidad» y de continuidad en la línea «del crecimiento económico, la recuperación y el empleo.»
Olvidemos sin más tardar esa línea de interpretación. Únicamente en el argumentario del PP, ni siquiera en la cabeza de la vicepresidenta, cabe la idea de que los cuatro ítems de la estabilidad, el crecimiento, la recuperación y el empleo, presenten saldos favorables en el balance de la legislatura en trance de concluir. No existe sobre la cuestión la más mínima evidencia científica ni estadística, al contrario; el único signo de algo semejante es el repetido trompeteo con que anuncia el gabinete cada nuevo increíble éxito de su política económica: «¡Se pierde menos empleo que el año pasado! ¡Las menores caídas en la cobertura del paro en los últimos ocho años! ¡Con Zapatero estábamos peor!»
Supuesto que exista en el electorado español un reflejo conservador oculto, no es probable que encuentre en esos cuatro grandes temas nada que valga la pena conservar.
Y, dicho sea de pasada, generalizar del modo como lo hecho Santamaría sobre la variación muy pronunciada entre los vaticinios de las encuestas de opinión y el voto real en las elecciones británicas, no parece serio. Un decalaje tan grande no ha aparecido en sondeos anteriores del CIS, y no es probable que tampoco en este caso haya ningún conejo escondido en la chistera del mago.
Pero es cierto que la opinión pública está indecisa, en un momento de alta volatilidad, por lo que no es prudente tomar los sondeos de opinión por tablas de la ley. Un porcentaje alto de encuestados del CIS declaraba no tener decidido aún su voto para el 24 de mayo. Y las malas señales para las izquierdas van desgranándose poco a poco en los últimos días.
Andalucía es un borrón. Susana Díaz quiso adelantar los comicios autonómicos para que fueran un espejo del cambio que había de venir luego en otras latitudes. Pero el reflejo que se transmite ahora a la ciudadanía es el de la ingobernabilidad. «Usted se lo ha buscado», le dice Soraya, lo cual no es de recibo. Pero los tacticismos no se pueden prolongar por más tiempo. Susana debe hacerse a la idea de que no podrá gobernar a su aire, picoteando sus socios de aventura ahora aquí, ahora allá. Será necesario un compromiso programático, señaladamente con Podemos ya que Izquierda Unida, el anterior socio de coalición, no está en condiciones de aportar una mayoría suficiente. La opción de un pacto de gobierno con Ciudadanos es, desde luego, harina de otro costal. Si Susana desea intentarlo le deseo el mejor de los éxitos, pero me reservo mi opinión sobre el resultado previsible.
Hay otros borrones en la plana, menores, previos al desencuentro andaluz. La bronca interna de Izquierda Unida en Madrid es quizá (subrayo el “quizá”) una de las causas plurales por las que la “lady” lideresa de la ultraliberalidad aparece en los pronósticos como clara favorita. La “espantá” de Monedero ha causado, lo reconozca o no Iglesias, una pérdida de imagen del grupo dirigente de Podemos (contrasta el vociferamiento que ha acompañado el descuelgue de Money con la labor callada de Pablo Echenique en Aragón, que lo sitúa con perspectivas excelentes de auparse a algo importante). Ha fracasado la concreción de candidaturas municipales plurales de progreso en algunas plazas fuertes, señaladamente en Sevilla.
La amenaza que deriva de esa serie de contratiempos es que no aparezca con la claridad necesaria una voluntad plural de cambio, de acercamiento a los problemas reales y de rectificación de la política maleada que se ha llevado a cabo en las últimas legislaturas. Si es así, si la campaña en curso no ayuda a despejar algunas incógnitas inquietantes, es posible que los resultados acaben por dar vía libre a nuestro pequeño Cameron gallego para un segundo mandato. Ustedes dirán, ahora que aún estamos a tiempo, si les apetece el menú.