viernes, 18 de octubre de 2024

BANCOS CENTRALES Y POLÍTICA ECONÓMICA

 


Plañidera, detalle de la tumba de Miguel Ángel Buonarrotti, obra de Giorgio Vasari. Iglesia de la Santa Croce, Florencia.


El Poder Judicial y el Banco Central son dos instituciones básicas del Estado moderno cuya razón de ser original era utilizarlos como contrapesos con la intención de promover la igualdad relativa de los ciudadanos y prevenir los abusos de los más fuertes. Ahora, y en tanto no se remedie la grave dislocación existente, ambas han quedado colocadas al margen de todo control de la sociedad civil. Se les supone una “legitimidad” superior por el hecho de ser “apolíticas” – cosa que se afirma con reiteración no obstante las numerosas pruebas en contrario –, y en principio no están obligadas a rendir cuentas a nadie de sus actuaciones, ni a corregir sus errores, ni a justificar sus decisiones en ninguna especie conocida de “bien común”.

Dejo a un lado en esta nota la situación del poder judicial (vergonzosa), y me detengo un instante en el Banco central a partir de lo que está ocurriendo en Europa, donde los reflejos opacados de ideología vienen sustituyendo a algo que se seguía llamando hasta hace muy poco “gestión tecnocrática”; y en España, donde la sustitución del señor Hernández de Cos está dando lugar a debates y empellones que vienen a demostrar la sustancia política del cargo y su trascendencia.

Me ha llegado mientras tanto, de un articulista de prensa bien informado, el término “capitalismo de los bancos centrales”. Lo ha acuñado al parecer Joscha Wullweber, que según leo en una sucinta nota en Google es profesor de Economía Política, Transformación y Sostenibilidad en Heisenberg (probablemente algún Instituto Heisenberg de Ciencias, porque no existe que se sepa una Universidad de ese nombre). El quid del asunto está para el estudioso citado en que dista mucho de ser cierto que los bancos centrales regulen la política monetaria de los países o grupos de países desde criterios rigurosos de neutralidad y apoliticismo. Del capitalismo a secas pasamos en su momento al capitalismo “financiero”, y este tiende a escorarse más aún en un sistema gobernado desde las sombras de los despachos bancarios y que mediatiza en buena medida los resultados obtenidos.

Los bancos centrales siguieron todos a una las tesis económicas neoliberales cuando se produjo el feroz crac de la economía mundial en 2008. La regla de la austeridad y del no endeudamiento público transfirió un volumen gigantesco de deuda a bolsillos privados de ciudadanos desprotegidos de cuentas corrientes confortables; y la consigna de la bajada de impuestos a los ricos para incentivar la producción, acabó de redondear un modelo económico en el que la producción de riqueza al modo concebido por la economía tradicional se vio sustituida por la extracción sistemática de rentas de las clases más necesitadas.

Un ejemplo reciente y claro: el gobierno concede ayudas a los inquilinos para contrarrestar la presión al alza de los alquileres, y de forma prácticamente automática los caseros responden con una nueva subida del alquiler, de forma que la nueva renta es absorbida y va a parar a los mismos bolsillos. No se ha producido ningún nuevo valor ni incremento de prosperidad: la única motivación del alza del alquiler ha sido succionar las ayudas públicas recibidas por quienes no tenían otro remedio que aferrarse por encima de todo a su vivienda como bien indispensable.

Al redirigir la deuda de esta forma e impedir de hecho las políticas sociales por parte de gobiernos progresistas, los bancos centrales están asumiendo tareas de redistribución antiigualitarias.

“¡No somos nosotros, es el mercado!”, dicen, como lo dijo en su día Rodrigo Rato. Pero no es un libre mercado, sea cual sea y esté donde esté en la actualidad esa vieja quimera, sino un mercado milimetrado y condicionado al máximo por unas medidas “apolíticas” dictadas sin contar con consenso social y que desvirtúan los campos de la oferta y la demanda en beneficio de los rentistas.