Rigodón del 7º de
Caballería. Fotograma de la película “Fort Apache”, John Ford 1948.
Suscribo al cien por cien unas palabras oídas en televisión a
Máriam Martínez-Bascuñán, sobre la situación política actual: “El
funcionamiento actual del Estado de las autonomías representa casi la
perversión completa del federalismo.”
No respondo de que sean sus palabras exactas, no tomé nota
inmediata. El sentido, con todo, era ese. También respondo de la partícula “casi”,
que asumo enteramente. No es un adorno en el enunciado, una voluta retórica:
tiene un sentido concreto. En seguida vuelvo sobre el asunto.
El origen del invento seudoautonómico actual se sitúa geográficamente
en la Comunidad de Madrid. Hubo antes malas prácticas muy graves en Valencia, con
una lista de mandatarios que cierra hasta el momento un Mazón en equilibrio
inestable, y que fue encabezada illo tempore por un Zaplana que había
llegado a la política “para forrarse”, y que lleva años y paños sobreviviéndose
moribundo a sí mismo para evitar una condena por desfalco y estafa.
También es de rigor mencionar el caso de Cataluña, donde más que “perversión”
hubo una “subversión” de medios y fines de la autonomía constitucionalmente
definida, utilizada como atajo “astuto” para alcanzar una independencia por
carambola sin que nadie se diera cuenta.
Pero el vaciamiento de la responsabilidad autonómica para acaparar
de un lado todos los medios financieros públicos – estatales y europeos –, y de
otro lado eludir todos los deberes establecidos en la Constitución, es un
invento de Madrid, autonomía singular en la que se superponen Estado y
Provincia. Aquí se generó ese vaciamiento de las responsabilidades públicas de
la institución autonómica, en virtud de la cual es el Estado quien asume todas las
tareas según se van presentando, mientras la Comunidad se dedica a fomentar negociaciones
off the record con el sector privado, altamente provechosas para ambas
partes. De ese modo, el principio federalista de subsidiariedad se invierte (se
pervierte), y todas las puertas giratorias entre lo público y lo privado, bien
engrasadas, funcionan a pleno rendimiento para alimentar los bolsillos de los protagonistas
y sus amistades.
Esa es la cruda historia de Aguirre, de Cifuentes, de Ayuso, y de
sus nutridas cohortes de asesores y “conseguidores”. Añádase al cuadro general el
dumping fiscal y social a las demás autonomías.
Y el modelo, patentado por el PP, se ha extendido a otras
latitudes, por lo que no es casual que en todos los recientes desastres “naturales”
debidos a la imprevisión, al recorte sistemático de medios públicos y a la
privatización de los recursos, hayan brillado de forma sistemática por su
ausencia los cabezas de cartel de las autonomías implicadas: Castilla y León,
Galicia, Extremadura, Madrid... Estaban – lo han estado siempre – en otra cosa.
Tampoco es casual que Feijoo ponga ahora como línea roja, para la
convocatoria de elecciones en el Estado, la no aprobación de dos presupuestos
consecutivos, cuando en Castilla y León van ya cinco sin aprobar. Claro, la ley
que el PP quiere para el Estado central no sería aplicable a las autonomías
amigas. Es una ley del embudo: estrecha en un extremo, y ancha, anchísima, en
el otro.
Todo lo cual me trae de nuevo al “casi” de Máriam
Martínez-Bascuñán. Esta estructura perversa (este “modelo de éxito”, lo llama
Ayuso) necesita infaltablemente la cooperación complaciente de un Gobierno
estatal cornudo y consentidor. Lo fue, a conciencia, el de Don M. Rajoy. El “casi”
que falta para la total felicidad de la derechona, y de sus barones, sus
nostálgicos y sus “cierraespaña” vocacionales, es un jefe de Gobierno amigo y amigable.
No lo es Perrosanche, el muy HDP.
Y ese “casi” es el que nos vale a nosotros los ciudadanos, de
momento. Pero no me vengan con discursos federalistas ahora. Déjenlo para otro
momento, cuando las autonomías funcionen, mejor o peor, por donde deben.