viernes, 4 de agosto de 2017

HABLANDO DE DIOS, APROXIMADAMENTE


El otro prisionero de Zenda, capítulo 2 (*)


Estamos en Roma, en la mañana del día D de la entrevista papal. La gira de buena voluntad de Trump da síntomas de gripamiento, de modo que hoy se ha de decantar el éxito o el fracaso definitivo de la operación de imagen. Cuando el sastre, el peluquero y las maquilladoras acaban su trabajo, echo una ojeada crítica al espejo del vestidor y me horrorizo de mí mismo. Ángela tenía razón; ha hecho falta algo de relleno en los hombros y pectorales, pero el yo que me devuelve el reflejo es Trump redivivo. Mis dos acompañantes en la aventura, el coronel Sapt, del Pentágono, y el joven Freddy Tarlenheim, uno de los talentos más frescos de las hornadas recientes de la CIA, dan su aprobación incondicional.
– Ni su propia puta madre reconocería el engaño – exclama el viejo Sapt retorciéndose la guía del bigote –. Ejem, me refiero a la madre del presidente Trump, por supuesto – aclara –, de ninguna manera a la suya, my dear mister Rodríguez. No era mi intención resultarle inconveniente.
Nos dirigimos los tres a la suite ocupada por Trump, en fila india. Los chicos del FBI han hecho previamente un barrido de los alrededores para que ninguna mirada o cámara potencialmente indiscreta capte lo que está sucediendo. Freddy abre la puerta y se hace a un lado. Desde el sofá Donald me observa, displicente.
– Una chapuza. No se me parece en nada. Todo el plan fracasará sin remedio. No me importa, en ningún caso me veré con ese comiquillo argentino. Sapt, llame al servicio de habitaciones, quiero más whisky. De centeno, puntualice, blended doce años, con mucho hielo. Estos cabrones latinos son capaces de traérmelo de cebada y con agua tibia.
Trump ha rechazado toda compañía femenina (“esas guarras te pueden pegar cualquier porquería”) y se ha comprometido a quedarse encerrado en la suite durante el tiempo de la audiencia papal, aunque profetiza que todo va a irse al infierno por mi lamentable incapacidad para fingir. El resto de participantes en la conjura, incluido yo mismo, somos de la opinión contraria. Me siento en forma y todo está previsto al milímetro, ¿qué puede salir mal?
* * *
El papa Francisco me acogió con unas palmaditas paternales, y me ofreció un martini con tónica. “Para que veas que estoy en la onda, hijo”. Nos sentamos en unas butacas amplias y aerodinámicas, muy mullidas y confortables. “Son herencia de Benedicto, yo habría preferido algo más austero”
Sapt y Freddy Tarlenheim se acomodaron en un segundo plano, a ambos lados de la puerta. Freddy pidió permiso para fumar, y Gabaglio se lo negó, tajante. “Las profanidades no tienen cabida en la casa de Dios.”
Se abrió a partir de ese momento un silencio medio incómodo. Teníamos que estar en el camarín media hora y luego salir sonrientes, como si el papa y yo fuéramos los mejores amigos del mundo. Pero por mi parte, la verdad, no sabía qué decir. Francisco vino en mi auxilio.
– De Barcelona, ¿verdad, hijo?
– Sí, santo padre – confirmé yo contrito, la cabeza gacha. Él me dio un ligero codazo en las costillas.
– ¿Qué sos parece la jugadita que le ha hecho Neymar a Lionel, el muy cabroncete?
La conversación se animó considerablemente a partir de ahí. Coincidimos en que Lionel (Messi) era estratosférico, de otro planeta, nada que ver con Cristiano Ronaldo, sin ánimo de desmerecer a nadie. Comparamos las virtudes respectivas de Luis Enrique y el Txingurri Valverde. Gabaglio fue de la opinión de que el fichaje del Tata Martino había sido una gaffe lamentable. “Por muy rosarino que sea.” Luego evaluamos las posibilidades que tenían Denis Suárez y Samper de ser dignos sucesores de Iniesta. Ambos contrastamos al detalle nuestras dudas razonadas. Dejamos entre paréntesis a Sergi Roberto. “Me parece mejor como enganche”, puntualizó el pontífice, “pero acá no estoy hablando ex cathedra.”
Desde Sergi Roberto nos deslizamos casi sin querer a la discusión sobre el puesto crucial del “2”, un punto sensible una vez perdida la solvencia habitual de Dani Alves. Acalorados por la pasión deportiva, alzamos la voz y Sapt nos llamó la atención con un carraspeo malhumorado. Nada de lo que hablábamos debía trascender más allá de la puerta del camarín, de doble hoja y grosor respetable, blanca con molduras sobredoradas; so pena de que se descubriera todo el pastel.
Miramos el reloj entonces, y nos dimos cuenta de que la media hora prevista se había convertido en hora y tres cuartos. Debo decir en este punto que ese lapso nos había de perjudicar seriamente en el curso de los acontecimientos posteriores, que se relatarán a su debido tiempo. De haber salido a la hora prevista de la audiencia, la insurgencia no habría tenido tanto tiempo para enmendar errores previos de programación y habríamos podido sorprenderla in medias res. Pero estoy adelantando acontecimientos.
Salimos a la antesala, nos deslumbraron los flashes y los focos de las cámaras, yo hice el besalamano perfecto y el papa me dio un gran abrazo y me impartió una bendición por todo lo alto, urbi et orbi y mirando al tendido. “Si Piqué y Busi aguantan bien la zaga, me susurró como quien murmura latines, Lionel volverá a colocarnos en lo más alto esta temporada”. “Amén”, le respondí en tono piadoso. Los dos exhibimos sendas sonrisas beatíficas ante los medios.
El éxito mediático fue portentoso. Freddy estaba entusiasmado, y en la limusina blindada que nos transportó de vuelta al hotel, incluso el viejo Sapt tenía los ojos húmedos. “Mi país recordará siempre lo que ha hecho hoy usted por nosotros, Rodríguez”, llegó a decirme, y hubo de sonarse pudorosamente con el pañuelo para no esbozar un puchero.
En el vestíbulo del hotel, brillaba por su ausencia el enlace de la CIA. Ni rastro de los chicos del FBI que deberían estar de guardia en los pasillos. Llenos de aprensión, corrimos en desbandada a la suite. Freddy llegó el primero y abrió la puerta de un empujón. Trump no estaba allí para recibirnos. A quien teníamos delante de nosotros, con los brazos retadoramente cruzados sobre el pecho, era a Hillary Clinton.