miércoles, 21 de febrero de 2018

EL ESTADO CONTRA LAS AUTONOMÍAS


Me parece de importancia la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la LOMCE, del escasamente añorado ex ministro Wert, con la obligación de costear desde el erario autonómico la educación en castellano de quienes no conciben que en un territorio o comunidad española cualquiera  pueda vehicularse la convivencia a partir de una lengua distinta de la de Valladolid.
El tema no es más que una escaramuza más en la complicada batalla que se está librando en distintos frentes, desde que el constitucional “Estado de las autonomías” ha degenerado en un "Estado contra las autonomías", por vía de recentralización forzosa. Por eso es muy de agradecer la advertencia a quienes desde el poder deciden hacer mangas y capirotes con la veste constitucional, de que tales mangas y capirotes no adquieren eo ipso e ipso facto la condición de constitucionales por extensión.
Son cosa de todos los días las declaraciones de amor a la Constitución española que solo sirven de tapadera para una interpretación restrictiva y defensiva únicamente de aquello que pueda aparecer como reconocimiento explícito de los privilegios omnímodos del mando centralizado. La ordenación de la convivencia importa un pito a quienes entonan himnos a la patria con letra de Marta Sánchez; la convivencia misma les repugna, si no se entiende desde la jerarquía bien marcada del arriba y el abajo.
Entonces, al menos en un asunto relativamente menor el alto tribunal señala que desde un ministerio también se infringe la Constitución, y eso es una buena noticia, que se agradece porque lo normal es focalizar los problemas en Catalunya y dar por artículo de fe que en el resto del país se comen tortas y pan pintado.
No. Estamos en un impasse, pero no los catalanes, sino todos; y no por las culpas de los catalanes, sino por las culpas de todos. Cada cual cargue con las suyas, haga examen de conciencia o autocrítica según sus creencias, y atienda a procurar soluciones válidas y consensuadas sin esperar que estas vengan del sometimiento a ultranza de los levantiscos.
Porque así no se arreglará nada, nunca. Si el deterioro ya manifiesto prosigue, bien sea al ritmo acelerado actual o bien desde la hostilidad y el desafecto recíprocos ─esos muros de la vergüenza que nos separan entre compatriotas─, no habrá futuro para este país. Cuando hablo de “este país” me refiero a España (a la pluralidad, no como bloque) y a Catalunya (ídem de lo mismo). A España y Catalunya juntas, claro. Las dos podrían, sin embargo, llevar algún día una existencia separada, no es algo que quepa excluir, hemos visto antes cómo otros matrimonios que parecían para toda la vida se han roto, civilizadamente o con estrépito.
El futuro en común dependerá, en buena parte, de las decisiones que se vayan tomando ahora mismo.
O que no se tomen.