jueves, 22 de noviembre de 2018

NOSTALGIA DEL IMPERIO ROMANO

Estoy leyendo Nudo España (Arpa editores, Barcelona 2018), una larga conversación sobre casi todo, entre el político Pablo Iglesias y el periodista Enric Juliana. Tengo la impresión, mediada apenas la lectura, de que el periodista se preocupa en primer lugar de avanzar opiniones originales y arriesgadas sobre los distintos temas, y en cambio el político, mucho más cauteloso, desea ante todo demostrar su nivel de conocimiento de los temas propuestos, casi como si se encontrara delante de un tribunal de oposiciones. Este esquema resta frescura al diálogo, pero en las reflexiones a dúo el lector encuentra muchas cosas aprovechables.

Tomo una de ellas. Ha comentado Juliana algunas páginas atrás un apunte paradójico que dejó caer en una conversación delante del estuario del Tajo su amigo portugués Gabriel Magalhaes. No voy a referirme a ese apunte ahora, aunque lo merece, sino a la segunda aparición de Magalhaes en el libro (pág. 58): «Otra cosa que me decía el portugués Magalhaes, poeta perspicaz, es que para los europeos del sur en la construcción de Europa está contenida la nostalgia del Imperio romano. Deseamos pertenecer a algo grande que, de alguna forma, nos proteja de nosotros mismos y de nuestras desgracias.
Los daneses no tienen ningún deseo, ni lo han tenido jamás, de pertenecer al Imperio romano. Para ellos, formar parte de la Unión Europea es una cuestión de carácter básicamente mercantil…»

En la querencia de la Europa del Norte hacia la Unión, concluye Juliana, hay intereses; no sentimientos. Dicho de otro modo, el ideal de la unión política (la Europa de los pueblos, expresado en eslogan) es algo que se ha promocionado con insistencia desde el sur, y a lo que se han opuesto barreras sutiles pero sistemáticas en los países del norte.

El insight del profesor Magalhaes no lo explica todo sobre la complejidad y las dificultades de la construcción de Europa; pero es una pieza que encaja bien en el rompecabezas. Tendríamos así en perspectiva dos visiones de Europa contrapuestas: una utilitaria, en la que el todo está al servicio de las partes vistas por separado, como una herramienta compartida que facilita la prosperidad de estas; otra visión, trascendente, en la que las partes se ponen a sí mismas al servicio del todo, de una supernación que aspira a ser además un superEstado con normas imperativas expresamente dirigidas a la gobernanza del conjunto, concebido este como algo más que la suma de las partes.

Desde este esquema se comprenden mejor los sucesos bochornosos que acompañaron la gestión de la crisis griega por parte de la troika. «El menosprecio con que la prensa de la Europa del Norte trató a los griegos fue insultante», dice Juliana.

Las advertencias de Bruselas a España en referencia al borrador de presupuestos preparado por el gobierno de Pedro Sánchez recaen ─ sin insultos ─ en la misma idea de principio vigente en el Norte: reglas estrictamente mercantiles y abstractas, que atienden a baremos y porcentajes; no reglas políticas adecuadas a las circunstancias concretas de las partes integrantes de la Unión. Inflexibilidad en las formas. Desconfianza. Divergencia, por no decir oposición, de intereses. Consolidación de la ley de los intercambios desiguales. Mercado común, pero no unión política solidaria.

La construcción de Europa pasa por momentos críticos, porque el egoísmo mercantil predominante ejerce una presión centrífuga que puede hacer pedazos la cohesión, como le ocurrió a la rana de la fábula que quería crecer a base de inflarse de viento. La rectificación en los objetivos está servida, después de la difícil negociación del Brexit y del paso atrás de Polonia. No es solo una cuestión de geografía política, sino de mentalidades y de puesta en valor de tradiciones seculares muy arraigadas. Es curiosa, en ese sentido, la paradoja de Italia, que fue cuna del Imperio romano y se ha convertido súbitamente al antieuropeísmo con la llegada al gobierno de la Liga Norte, precisamente.