El Belén de plaza
Sant Jaume de Ada Colau y la prohibición de Manuela Carmena de la circulación en el
centro de Madrid han sido blancos obvios de las iras de los bien pensantes de
posibles.
Digo que han sido
blancos “obvios”, no porque se trate de medidas criticables, sino por ser
iniciativas de dos alcaldesas que caen rematadamente mal a la beautiful people. Alcaldesas de
izquierdas, para entendernos. Más aún, de izquierdas-izquierdas, inequívocas;
la una defendía a los obreros en el TOP del tardofranquismo, y la otra encabezó una plataforma ciudadana de lucha contra los desahucios. Inadmisible. A la gente de relumbrón le irritan en
general los desharrapados con mando en plaza; solo hay una cosa que les irrite
aún más, hasta el paroxismo por expresarlo de alguna manera, y es que no se
trate de desharrapados sino de desharrapadas.
En consecuencia, el
Belén de Sant Jaume y Madrid Central son objeto a diario de innumerables tuits
descalificadores. De manera genérica, ambas alcaldesas han sido acusadas repetidamente
de comunismo. El comunismo es un cajón de sastre cómodo que abarca todo aquello
que favorece al pobreterío y el andar a pie. Pero de haber colocado Colau un Belén
de muchas campanillas la habrían acusado de dilapidadora, y de haberse quedado
Carmena cruzada de brazos ante el problema del tráfico en el centro mismo de su
dominio municipal, le habrían reprochado los embotellamientos monumentales. Prueba
de ello, una afirmación de la portavoz del PP de Madrid, que riza el rizo de lo
absurdo: sostiene Isabel Díaz Ayuso que los carriles bici han sido colocados aposta
por la alcaldesa en lugares estratégicos con el fin de exacerbar los atascos.
En este ambiente
tóxico en todos los sentidos, la ministra de Medio Ambiente, Teresa Ribera, ha ejemplificado
su cariño hacia los animales y la naturaleza con la expresión de un desiderátum utópico, inalcanzable:
«Si de mí dependiera, prohibiría la caza y los toros.» Los “cuñaos” de siempre le
han saltado encima, faltaría más. Toda la caterva de autores, coautores,
fautores, cómplices, paniaguados y abogados defensores de la Ley Mordaza se han
reconvertido en líderes de Mayo del 68 para espetarle: “Prohibido prohibir.” No
han pedido su dimisión (por lo menos, no han llegado a Egáleo ecos de tal
petición), pero han lamentado que nos gobiernen personas así, intrínsecamente perversas
y sin escrúpulos: “¿Hasta cuándo abusaréis de nuestra paciencia?”, han clamado
con poses ciceronianas.
Y solo llevamos
unos meses de gobierno socialista.