Inés Arrimadas, ayer en el
Congreso de los Diputados. (Imagen metafórica virtual)
Toda la artillería
pesada de la derecha eterna anda batiendo en fuego de cortina la trinchera de
Sánchez e Iglesias. Después de que el gobierno de los jueces hiciera un favor a
Pablo Casado en su empeño por desmontar la investidura inminente por lo civil o
por lo criminal, ha sido ahora la Conferencia Episcopal la que ha enseñado la
patita blanca por debajo de la puerta para mostrar a las claras que su reino no
es de este mundo, pero tampoco anda muy lejos. Se pueden soportar muchas cosas
de un gobierno laico y democrático, el equivalente a un Satanás intramundano, pero
no es tolerable de ningún modo la invalidación de las inmatriculaciones por la
patilla de bienes eclesiásticos, que generan para la Santa Madre la renta inmobiliaria
mayor de España, libre de impuestos y otras cargas fiscales. Con las cosas de
comer no se juega, parece ser la consigna que mueve al obispo Blázquez, que ha
manifestado su “honda preocupación”, y al no menos obispo Cañizares, que ha
llamado a “orar por España”.
Todo lo cual serían
gabinas de cochero de no ser porque se ha conseguido ya, de algún modo sobre el
que es mejor no investigar, cambiar el sentido del voto del cántabro Revilla y
de la canaria Oramas (esta, en contra de la disciplina debida a su formación). Los
números están tan apretados, que bastaría con que un diputado “valiente” del
PSOE votara “no” a su líder para que la investidura se viniera abajo y
revirtiéramos al marasmo en el que nos hemos movido los dos últimos años.
Los mejores
esfuerzos de la derecha parecen ir por ahí. No me lo invento, lo ha dicho tal
cual Inés Arrimadas, de la que uno no sabe si admirar más la (falsa) ingenuidad
con la que expresa de forma clara y contundente ideas turbias, o el impudor de que
hace gala cuando predica en ese sentido. Es, por calificarla de algún modo, la
Cristina Pedroche de nuestro Parlamento, siempre dispuesta a dar la campanada
envuelta en transparencias reveladoras.
Nadie podrá decir
que lo que predica Arrimadas es imposible, puesto que ha sucedido ya. Es
posible desvirtuar la matemática del voto mediante el transfuguismo del parlamentario
que, elegido por unos, da su voto a otros. Lo hizo Tamayo, y pasó a la historia
de nuestro parlamentarismo. Fue, al parecer, bien recompensado por ello. Pero
lo que era inédito aún en esta historia poco ejemplar, era una petición abierta
de transfuguismo hecha de forma pública y, disculpen la expresión, desvergonzada,
por parte de la lideresa de una formación obviamente nueva y poco baqueteada en
estas viejísimas lides.
Ni Casado, ni
Lesmes, ni Blázquez, ni Garamendi, dirían nunca nada parecido. Y sin embargo,
Arrimadas ejerce de portavoz oficiosa de los cuatro. Andan buscando un Tamayo
para torpedear una investidura.
Y nosotros nos
movemos entre la esperanza y el vértigo, como ha señalado con una elocuencia
admirable Antón Costas, economista y hombre de la derecha civilizada (que
también la hay), en un artículo para enmarcar. Lean: