miércoles, 20 de noviembre de 2024

DESPUÉS DE LA DANA

 


El nuevo vicepresidente de la Generalitat valenciana, Francisco Gan Pampols, ha manifestado que seguirá “criterios exclusivamente técnicos y en ningún caso políticos” para la reconstrucción que le ha sido encomendada.

Mal empezamos.

Porque un criterio técnico, lo es en relación con la busca de un resultado; y en este caso no se expresa qué resultado se concibe como prioritario para las nuevas estructuras que han de ponerse a punto: si ha de ser la seguridad de las personas, o la oportunidad especulativa para el capital-riesgo; en último término, la protección o la producción.

Sin hablar de la posibilidad de grandes negocios asociados a la inyección de dinero público, como ya ha ocurrido con la pandemia, que dio lugar a grandes “neofortunas”, entre ellas la del compañero sentimental de Isabel Díaz Ayuso, una autoridad electa, con poder “técnico” de decisión sobre el tema.

Algo debe decir en este tema vidrioso la contraparte de tantos expertos sobrevenidos capaces de tomar sin que les tiemble la mano las decisiones “técnicas” más extremas. Algo deben decir los trabajadores, que son además residentes en inmuebles construidos apresuradamente por constructores poco escrupulosos en terrenos inundables, para acumular dinero ganso.

«Los sindicatos son los sujetos que llevan inscrito en su ADN el proyecto del cambio social y el logro de la participación democrática de los trabajadores y las trabajadoras en cuanto tales, es decir la emancipación progresiva de la subalternidad social…» Así se expresa Antonio Baylos en una entrada lúcida y significativa de su blog de culto (*). Tanto los sindicatos como los movimientos vecinales han de participar necesariamente en una reconstrucción democrática de esas estructuras mal previstas, mal ubicadas, deficientes, precarias, inseguras, que han funcionado en muchos casos como ratoneras sin posibilidad de escape, y que se han cobrado más de doscientas vidas en unas pocas horas.

La peor noticia posible es que, después de la catástrofe, se intente repetir la jugada desde las mismas premisas.  

 

(*) Ver https://baylos.blogspot.com/2024/11/democratizar-el-trabajo-protegiendo-los.html

 

jueves, 14 de noviembre de 2024

LOS ÁRBOLES DE HUDIMESNIL



Meindert Hobbema, “El camino de Middelharnis”. Londres, National Gallery.

 

En un pasaje de la “Búsqueda del Tiempo Perdido” de Marcel Proust, el protagonista da un paseo por los alrededores de la localidad balnearia de Balbec, con su abuela y la marquesa de Villeparisis, en la calesa de esta última.

Al aproximarse al pueblecito de Hudimesnil, que los paseantes no conocen y en el que nunca van a entrar, Marcel percibe tres grandes árboles dispuestos de modo que parecen formar el pórtico de entrada  a una alameda “cubierta” por el follaje de las ramas altas entrecruzadas de los robles.

La visión le inunda de una felicidad rara, que relaciona de inmediato con algún episodio de su niñez. Intenta recuperar ese recuerdo, y cierra los ojos para apurar la sensación, pero la charla de sus acompañantes le impide concentrarse. Una revuelta de la carretera lo coloca de espaldas a los tres árboles, que agitan desesperados sus ramas como para decirle: “lo que no averigües hoy de nosotros, no lo sabrás nunca”. Y el narrador se queda “triste como si acabara de perder un amigo, como si él mismo hubiera muerto, o hubiera renegado de un conocido muerto, o dejado de reconocer a un dios”.

Hudimesnil ha quedado así en la Recherche como el símbolo del tiempo perdido para siempre. Mi sorpresa ha sido grande al saber que Proust, que utilizó aquella visión con fines literarios, controlaba a la perfección el recuerdo de esos precisos árboles elusivos. En los “setenta y cinco folios” (*) recuperados tardíamente del archivo del crítico Bernard de Fallois, y que vienen a ser la materia magmática inicial que dio lugar al “big bang” de la Recherche, un párrafo deja la cuestión totalmente aclarada.

En el folio 37 se describe el arranque del camino de Villebon (que luego será el côté de Guermantes) a partir de la plaza del Calvario de Illiers (Combray). Allí, señala Proust, «une allée d’arbres commençait qui semblait savoir où elle conduisait» (empezaba una alameda que parecía saber adónde conducía). Y como remate, en el párrafo siguiente, en el que evoca los frecuentes fenómenos de asociación generados por la memoria, declara haber visto disposiciones de árboles parecidas en Normandía y en Borgoña.

Hudimesnil sigue siendo un tótem excelso para los Argonautas que aún tenemos la capacidad de redescubrir viejas sensaciones de contornos imprecisos en nuevos paisajes recién descubiertos. Pero resulta sintomático que Proust, ese Protoargonauta de excepción, eligiera, como símbolo literario de lo que se nos escapa, un recuerdo de infancia que tenía perfectamente controlado.

 

(*) M. PROUST, “Les soixante-quinze feuillets, et autres manuscrits inédits”. Edición establecida por Nathalie Mauriac Dyer. Éditions Gallimard, 2021.