Meindert
Hobbema, “El camino de Middelharnis”. Londres, National Gallery.
He escrito poco sobre mi afición a Proust, en este blog.
Hecho el recuento, me salen cinco entradas específicas, ninguna de las cuales
se refiere salvo por alusión a la arquitectura de su obra.
Un libro que me regaló por mi ochenta cumpleaños mi amiga Gloria
Gutiérrez, “Les soixante-quinze feuillets et autres manuscrits inédits” (edición
de Nathalie Mauriac Dyer, Gallimard 2021), me ha ilustrado acerca de las redacciones
sucesivas y rectificaciones de todo tipo llevadas a cabo por Proust sobre una
materia – el Tiempo – de una fuerza erosiva tan grande que, cualquier cosa
digna de permanecer y resistir a su paso, debe ser cuidadosamente situada al
resguardo de su acción destructora.
El Arte prevalece contra el Tiempo. El arte fija y da
sentido a sucesos, acciones y pasiones que a lo largo de la trayectoria vital
de una persona solo tenían un significado aleatorio o intermitente.
Toqué este punto de forma parcial en una entrada del blog (*),
en torno al detalle de la tostada (“pain grillé”) que al hilo de
reelaboraciones del episodio se convirtió en magdalena. Es un ejemplo del
método de construcción literaria de Proust, en el que no importan tanto la cosa
o el hecho en sí, como las asociaciones que provocan en una corriente de
pensamiento sensible más subterránea y esencial.
El libro citado arriba documenta una trasposición parecida a
la de la magdalena, pero más drástica: la de los tres árboles de Hudimesnil.
Durante un paseo por los alrededores de Balbec en la calesa
de Mme de Villeparisis, Marcel siente una “felicidad profunda”, como pocas
veces la había experimentado desde los años de niñez en Combray, al ver a un
lado del camino, en la entrada a la población nunca visitada de Hudimesnil,
tres árboles que probablemente marcaban la entrada a una avenida. La
disposición de los árboles le resulta familiar, pero no alcanza a asociarlos
con ningún recuerdo concreto. Señala, por ejemplo, que “no había ningún lugar
cerca de Combray donde se abriera una avenida así.”
Más vale no hacerle caso. En los “setenta y cinco folios”
redactados hacia 1908-09 y recuperados recientemente, Proust había trazado un primer bosquejo de la Recherche y un plan esquemático de trabajo, sujeto
a todas las modificaciones y cambios de una obra abierta.
En el folio 36 describe el arranque del camino a Villebon
(después sería Guermantes) desde la casa familiar de Combray. Se sube primero a
una colina, coronada por la plaza del Calvario, y más allá “la ville était
finie”. Es en ese lugar donde empieza “una avenida de árboles que parecía
saber adónde conducía”. El narrador señala de pasada que ha visto árboles
parecidos en Normandía, y se extiende sobre las curiosas asociaciones de la memoria
y el placer que nos deparan esos cambios repentinos de tiempo y de lugar
generados por un mecanismo nacido de nuestra sensibilidad.
Proust eligió, así pues, una asociación perfectamente
controlada por él, para referirse a las muchas que quedan irresueltas en la
vida diaria. Algo muy adecuado, en una obra marcada por el deseo de la recuperación
y preservación del tiempo pasado.
(*) https://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2015/10/trasposiciones-literarias.html