jueves, 14 de noviembre de 2024

LOS ÁRBOLES DE HUDIMESNIL



Meindert Hobbema, “El camino de Middelharnis”. Londres, National Gallery.

 

En un pasaje de la “Búsqueda del Tiempo Perdido” de Marcel Proust, el protagonista da un paseo por los alrededores de la localidad balnearia de Balbec, con su abuela y la marquesa de Villeparisis, en la calesa de esta última.

Al aproximarse al pueblecito de Hudimesnil, que los paseantes no conocen y en el que nunca van a entrar, Marcel percibe tres grandes árboles dispuestos de modo que parecen formar el pórtico de entrada  a una alameda “cubierta” por el follaje de las ramas altas entrecruzadas de los robles.

La visión le inunda de una felicidad rara, que relaciona de inmediato con algún episodio de su niñez. Intenta recuperar ese recuerdo, y cierra los ojos para apurar la sensación, pero la charla de sus acompañantes le impide concentrarse. Una revuelta de la carretera lo coloca de espaldas a los tres árboles, que agitan desesperados sus ramas como para decirle: “lo que no averigües hoy de nosotros, no lo sabrás nunca”. Y el narrador se queda “triste como si acabara de perder un amigo, como si él mismo hubiera muerto, o hubiera renegado de un conocido muerto, o dejado de reconocer a un dios”.

Hudimesnil ha quedado así en la Recherche como el símbolo del tiempo perdido para siempre. Mi sorpresa ha sido grande al saber que Proust, que utilizó aquella visión con fines literarios, controlaba a la perfección el recuerdo de esos precisos árboles elusivos. En los “setenta y cinco folios” (*) recuperados tardíamente del archivo del crítico Bernard de Fallois, y que vienen a ser la materia magmática inicial que dio lugar al “big bang” de la Recherche, un párrafo deja la cuestión totalmente aclarada.

En el folio 37 se describe el arranque del camino de Villebon (que luego será el côté de Guermantes) a partir de la plaza del Calvario de Illiers (Combray). Allí, señala Proust, «une allée d’arbres commençait qui semblait savoir où elle conduisait» (empezaba una alameda que parecía saber adónde conducía). Y como remate, en el párrafo siguiente, en el que evoca los frecuentes fenómenos de asociación generados por la memoria, declara haber visto disposiciones de árboles parecidas en Normandía y en Borgoña.

Hudimesnil sigue siendo un tótem excelso para los Argonautas que aún tenemos la capacidad de redescubrir viejas sensaciones de contornos imprecisos en nuevos paisajes recién descubiertos. Pero resulta sintomático que Proust, ese Protoargonauta de excepción, eligiera, como símbolo literario de lo que se nos escapa, un recuerdo de infancia que tenía perfectamente controlado.

 

(*) M. PROUST, “Les soixante-quinze feuillets, et autres manuscrits inédits”. Edición establecida por Nathalie Mauriac Dyer. Éditions Gallimard, 2021.