Meindert
Hobbema, “El camino de Middelharnis”. Londres, National Gallery.
En un pasaje de la “Búsqueda del Tiempo Perdido” de Marcel
Proust, el protagonista da un paseo por los alrededores de la localidad balnearia
de Balbec, con su abuela y la marquesa de Villeparisis, en la calesa de esta
última.
Al aproximarse al pueblecito de Hudimesnil, que los
paseantes no conocen y en el que nunca van a entrar, Marcel percibe tres
grandes árboles dispuestos de modo que parecen formar el pórtico de entrada a una alameda “cubierta” por el follaje de las
ramas altas entrecruzadas de los robles.
La visión le inunda de una felicidad rara, que relaciona de
inmediato con algún episodio de su niñez. Intenta recuperar ese recuerdo, y
cierra los ojos para apurar la sensación, pero la charla de sus acompañantes le
impide concentrarse. Una revuelta de la carretera lo coloca de espaldas a los
tres árboles, que agitan desesperados sus ramas como para decirle: “lo que no
averigües hoy de nosotros, no lo sabrás nunca”. Y el narrador se queda “triste
como si acabara de perder un amigo, como si él mismo hubiera muerto, o hubiera renegado
de un conocido muerto, o dejado de reconocer a un dios”.
Hudimesnil ha quedado así en la Recherche como el
símbolo del tiempo perdido para siempre. Mi sorpresa ha sido grande al saber
que Proust, que utilizó aquella visión con fines literarios, controlaba a la perfección
el recuerdo de esos precisos árboles elusivos. En los “setenta y cinco folios” (*)
recuperados tardíamente del archivo del crítico Bernard de Fallois, y que
vienen a ser la materia magmática inicial que dio lugar al “big bang” de la Recherche,
un párrafo deja la cuestión totalmente aclarada.
En el folio 37 se describe el arranque del camino de
Villebon (que luego será el côté de Guermantes) a partir de la plaza del
Calvario de Illiers (Combray). Allí, señala Proust, «une allée d’arbres
commençait qui semblait savoir où elle conduisait» (empezaba una alameda
que parecía saber adónde conducía). Y como remate, en el párrafo siguiente, en
el que evoca los frecuentes fenómenos de asociación generados por la memoria,
declara haber visto disposiciones de árboles parecidas en Normandía y en
Borgoña.
Hudimesnil sigue siendo un tótem excelso para los
Argonautas que aún tenemos la capacidad de redescubrir viejas sensaciones de
contornos imprecisos en nuevos paisajes recién descubiertos. Pero resulta
sintomático que Proust, ese Protoargonauta de excepción, eligiera, como símbolo
literario de lo que se nos escapa, un recuerdo de infancia que tenía perfectamente
controlado.
(*) M. PROUST, “Les soixante-quinze feuillets, et autres manuscrits inédits”. Edición establecida por Nathalie Mauriac Dyer. Éditions Gallimard, 2021.