Tiempos modernos. Algoritmos (dibujo de Mauro Biani en La Repubblica
La frase del título está tomada de un artículo de Daniel Innerarity en
El País, “Democratizar el trabajo” (13.1.2025). Es importante. Tenemos la mala
costumbre de tildar de tontos a los trabajadores que votan derecha y/o
ultraderecha, o simplemente no votan. “Inne” nos da una explicación más
matizada:
«… se han debilitado estructuras de intervención duradera
en la sociedad como los sindicatos y los partidos, sustituidos ahora por una
explosión emocional con ocasión de grandes acontecimientos, como las crisis o
las catástrofes, y seguidas poco tiempo después por periodos de depresión y
desinterés hacia lo público… Son igualmente breves los tiempos de utilidad de
la tecnología, la duración de los contratos y el cortoplacismo político.»
La clave de esta transformación está probablemente en las
nuevas condiciones del trabajo en las condiciones de la nueva revolución
industrial 4.0, y en la diferencia entre los dos órdenes en los que se inserta
la vida del trabajador: un orden jerárquico en la empresa, contra un orden
democrático en la ciudadanía. El empleo es inestable, discontinuo, eventual, sin
implicación del trabajador en el futuro, sin apropiación de los logros
obtenidos con su esfuerzo. Esta “falla geológica” morrocotuda que lastra su “lugar
en el mundo” deriva en una “corrosión del carácter”, como la describió el
sociólogo Richard Sennett. La deriva ocurrida en el post-fordismo en relación
con la prestación del trabajo asalariado y su valoración, ha llevado a una
mutación en la personalidad del trabajador y a una contradicción interna en su “otra”
condición vital, la de ciudadano en un ordenamiento democrático.
El voto resulta inservible para cambiar una situación laboral
degradada; y cuando se ejerce, ya no es para modelar un futuro posible, sino para
protestar contra un futuro consabido. La democracia, entonces, es vista como
una trampa, porque no se advierte ninguna relación entre el cambio político como
desiderátum y la subordinación laboral como pan de cada día.
La solución al problema empezaría por colocar realmente el
trabajo en el centro de la política, a partir de la democratización de la
empresa y la garantía de un derecho de voz y voto en ella a los trabajadores, capaces
así de codeterminar su prestación laboral concreta y su perspectiva de futuro.
Cita “Inne” al respecto la concepción de la empresa como “entidad política”, en
consecuencia sometida al juego democrático, como ha reivindicado Isabelle Ferreras*.
Una consideración semejante muestra la insuficiencia de
fondo de medidas como la reducción de jornada, a pesar de su bondad en el
sentido de incrementar el tiempo político a costa de disminuir el de
subordinación jerárquica.
Pero, como concluye “Inne” en su artículo, «el desafío
final no es limitar nuestra relación con la empresa, sino su transformación: no
se trata tanto de conseguir un derecho a la desconexión como de fortalecer el
derecho de participación, tanto en el interior de las empresas como en la
sociedad política en general.»
(*) Ver también al respecto Paco RODRÍGUEZ DE LECEA, “La empresa como lugar político”, en Un mundo dislocado (Ed. Bomarzo 2023, p. 121). Puede encontrarse también el mismo texto en https://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2019/04/la-empresa-como-lugar-politico.html