Isabelle Farreras
Ahora que está
desapareciendo como lugar geográfico para refugiarse en el anonimato de las
redes virtuales, es seguramente el momento de reivindicar de nuevo, con más
fuerza que nunca, el lugar político que sí ocupa la empresa, por más que se
disfrace de noviembre para no infundir sospechas.
Lo dijo Norberto
Bobbio: «La democracia se ha detenido a la puerta de las empresas.» La
respuesta de las empresas ha sido eliminar las puertas, manteniendo las barreras. Ahora su dominio se
extiende a lugares distintos, en distintos países, y a los hogares de millares
de trabajadores implicados, solo una parte de los cuales constan como
asalariados (de la empresa matriz o de sus subcontratadas, participadas,
franquiciadas, etc.), mientras otra parte sustancial aparece englobada bajo las
etiquetas de autónomos, emprendedores, “socios” de plataformas o colaboradores gig, que es tanto como decir puntuales,
esporádicos, precarios.
En todas esas
situaciones diferenciadas, el mundo del trabajo carece de voz y de voto en la
empresa. La democracia no está ni se la espera. Según la idea dominante actualmente
en las formas de organización de la producción, la empresa es una entidad de
derecho privado dirigida exclusivamente a la generación de beneficios que
también tienen carácter privado y no político; es decir, la empresa no tiene obligación
de contribuir en ninguna forma a la riqueza común, sea esta lo que fuere en la
teorización neoliberal de la economía. Las subvenciones, desgravaciones y
ayudas de todo tipo que recibe la empresa del Estado son totalmente otra cosa:
un premio al carácter altruista del empresario, que genera un beneficio social
inmenso al dar trabajo ─simple trabajo, en condiciones abusivas muchas veces,
pagado de forma insuficiente e incluso indecente─ a esa otra parte de la
sociedad a la que no se reconocen derechos porque no ostentan el único
importante, el de propiedad.
Hay ideas nuevas
sobre este punto. Isabelle Farreras, socióloga y politóloga belga, recoge en su
obra toda una vena riquísima de pensamiento sobre empresa y trabajo, que hoy intentan
soterrar las escuelas de negocios y el pensamiento managerial dominante entre las
elites financieras. Su constatación inicial es (cito una referencia de
Dominique Méda, en Le Monde, 13.4.2018)
que para el trabajador por cuenta ajena «el trabajo
es ante todo una expresión de sí mismo, y los asalariados reivindican ser tratados
en el trabajo igual que en cualquier espacio público, como iguales y con una pretensión
también igual a participar en la determinación de las reglas. El espacio de trabajo
se ha hecho público, y no privado; y existe en él un fondo reivindicativo
inmenso de justicia y de participación.»
Lo que propone
Farreras, a partir de la idea de que la empresa es una entidad política, y no una organización privada cuyo
funcionamiento se impone de arriba abajo por parte de los propietarios, es avanzar
hacia una forma concreta de codeterminación: el bicameralismo económico.
Es decir, la creación
de una doble instancia decisoria, no solo en la organización interna de la
producción sino incluso en las grandes decisiones tales como la inversión, la
contratación o la responsabilidad jurídica y social en todo el proceso. Una “cámara”
(instancia) correspondería a la representación del capital en la empresa; la
otra, a la representación del trabajo. Cualquier decisión debería tener como
requisito de validez el consenso mayoritario de las dos cámaras.
Bonito, aunque difícil. Tiene el mérito de ser una
propuesta concreta, práctica y realizable si se consigue vencer las
resistencias que afloran de inmediato. Méda, en el artículo citado antes, señala
el talante con el que fue acogido ¡en Francia! (no quiero ni pensar en lo que se diría en España, donde el lenguaje de la política es más coloquial y degradado) un informe que no proponía tanto, “Empresa
e interés general”, de Nicole Notat y Jean-Dominique Senard. La patronal Medef
lo consideró, sin más, “un ataque al capitalismo”.
Lo cual justifica todas las sospechas ya previamente
apuntadas sobre la posible incompatibilidad entre capitalismo y democracia.
Quede aquí, en todo caso, la cuestión como un apunte
para la jornada de reflexión.