A mi hijo Carles,
que en su reciente visita a
Barcelona
me preguntó por qué no había
escrito
aún nada sobre Bernie Sanders
Después de
conseguida la nominación demócrata, Hilaria ha ejecutado varios movimientos de
manual. Se ha dirigido a todas las niñas asegurándoles que cualquiera de ellas
puede ser la siguiente presidenta; ha elegido a Tim Kaine (lo más parecido al
perejil en el sentido de que combina sin problema con todas las salsas del
recetario) para formar el ticket presidencial, y ha moderado su discurso con el
fin de atraerse a las decisivas capas medias de la población. Ya durante la
larga campaña electoral había dado pruebas de una preparación concienzuda para
el asalto a la Casa Blanca al demostrar que sí sabía hornear unas galletas
caseras. Podrá contar, así pues, con el voto de más o menos cuatro millones de
amas de casa americana perfectas, con la excepción tal vez de las que, por
cuestiones respetables de gusto particular, prefieran el jengibre a la vainilla.
Y sin embargo, en los
fatídicos idus de noviembre Hilaria podría perder las elecciones. ¿Imposible?
No, tan solo una simple eventualidad que no consta en ningún manual conocido y
por tal razón no ha sido prevenida por la candidata.
La posición de
Hilaria se parece a la de nuestro Pedro Sánchez, en el sentido de que considera
que en la política todo sigue más o menos igual a como era antes. También Pedro
piensa que su suerte política está ligada a la de las capas medias, a pesar de
que cualquiera puede apreciar a simple vista que las capas medias ya no son el
punto fijo del péndulo de Foucault, y que su comportamiento electoral ha dejado
de ser previsible y sumiso. Las capas medias británicas añosas
votaron Brexit; en Francia sostienen a Le Pen; en Italia, al 5 Stelle. Cansadas
de ser el conejillo de Indias de todos los experimentos liderados por Big Money
(es decir, la multinacional Dinero SL), las capas medias se están incorporando –
con tiento, eso sí; con escarmentada prudencia – a las brigadas de los antisistema.
Bernie Sanders representó
un movimiento radical de fuera adentro que venía a plantear cambios concretos en
un sistema repleto de automatismos y trampantojos introducidos por Big Money. El
Patoso Donald, curiosamente, supone una variante solo algo diferente y más aparatosa
del mismo impulso que movió a Sanders: es la fuerza externa que tiene la misión
de zarandear sin contemplaciones el establishment. Su imagen tiene como único aval
la ficción del cómic, pero así y todo hace fortuna en un mundo necesitado de
superhéroes que acudan al rescate.
Instintivamente
Hilaria y Pedro Sánchez siguen buscando sus opciones al abrigo de las
seguridades proporcionadas por Dinero SL. Pero este cuida solo de sí mismo, no
se casa con nadie, no quiere contratos fijos ni en la economía ni en la
política, de modo que solo asigna a sus servidores empleos eventuales y a corto
plazo, en la medida en que le permitan seguirse forrando.
Hilaria se ofrece como
una secuela previsible de la misma historia vista cien veces. Donald, como
Bernie antes, promete una conmoción imprevisible. Todas las novedades, incluso
las catastróficas, atraen en momentos como este a unas capas medias maltratadas,
empobrecidas y excluidas, que no están ya dispuestas a imitar a San Lorenzo y
darse la vuelta en la parrilla para tostarse por los dos lados.
Cosa muy distinta a
lo que promete es lo que vaya a hacer Donald si es elegido. Todas las sospechas
están permitidas, igual que en el caso de Beppe Grillo o de la señora Le Pen.
Los poderes fácticos de la aldea global dominan a la perfección el arte de
obligar a pasar por el aro a los rebeldes, por fas o por nefas. Vayan echando
ustedes la cuenta de nuestros héroes desaparecidos recientemente en combate:
Tsipras, Lula y Dilma, Corbyn…