Estamos en un
bucle, y cada mañana el timbre del despertador nos recuerda que el tiempo pasa pero no
pasa. Es opinión general que hay que hacer algo para evitar unas terceras
elecciones en noviembre. Mariano lo va a intentar. Esta vez lo va a intentar en
serio. En serio, va a intentarlo en serio. Su plan maestro consiste en seducir a Pedro.
Lo va a intentar
primero con una aproximación de programas. Es posible que no resulte, todo el
mundo sabe que los programas no son más que verborrea administrativa
insustancial: “se implementará esto”, “se articulará lo otro”, “hará falta una
reflexión en profundidad”. Es difícil que Pedro pique el anzuelo, sin embargo, porque
nadie ignora a estas alturas que lo importante de un programa es justo lo que
no se dice, lo que va entre líneas.
Pedro se ha curado en
salud y ha adelantado a los medios que, llegado el caso, dirá no. No, a lo que
sea. Y si Pedro dice que no, Albert también pondrá pegas. No importa, nada que
no se pueda remediar con tiempo, y de momento el tiempo no corre. Es un
invento, lo del tiempo administrativo. Si no hay sesión de investidura no corre
el plazo, de modo que el truco está en saber en qué fecha colocar la sesión de
investidura. Consigna: no antes de haber seducido a Pedro. Si falla lo del
programa, que fallará, se le puede seducir provocándole un pánico insuperable a
las terceras elecciones. Todos se tientan la ropa con unas terceras elecciones,
pero no pasa nada. La gente se acostumbra a todo, y si hay que seguir votando
cada seis meses pues se vota cada seis meses y punto. Hasta que salga el
resultado correcto.
Mientras tanto,
gobierno en funciones, mucho poder judicial contra la sedición, mucho poder
policial contra los venezolanistas insolventes y sus metáforas. Honda estupefacción
en Bruselas, donde los altos funcionarios europeos quieren multarnos por los
incumplimientos presupuestarios, pero no saben a quién multar, ni cuándo, ni
para qué. Con la boca abierta los tenemos, admirados de los matices y las
esfumaturas idiosincráticas que caracterizan a nuestra democracia peculiar,
única en el mundo mundial.
Los indicios
apuntan a que el próximo Balón de Oro será para Cristiano Ronaldo. Las Pelotas
de Plomo deberían ir a parar sin la menor duda a la vitrina del salón del domicilio
de Mariano Rajoy.