Lo dice Xavier
Vidal-Folch en una columna de opinión de elpais (“Perjudicar a la gente”): «Solo
un ultra antepone el derecho de una mercancía al de sus conciudadanos.»
La apreciación de Xavier es muy aguda. Si pensamos los
territorios de la derecha y de la izquierda como dos grandes ecosistemas, con
distintas divisorias de aguas, zonas climáticas, etc., diríamos que especies
características de uno y otro paisaje son compatibles y pueden coexistir en amplias
áreas de ambos territorios: el individualismo, planta típica del paisaje de la
derecha, convive casi siempre con la solidaridad en un mix que no excluye tensiones y conflictos pero que resulta mucho más
factible que la presencia en un mismo entorno del hayedo y el limonar, por buscar
un ejemplo en la naturaleza.
Los derechos de las mercancías son una especie peculiar típica
de la derecha; los de la ciudadanía, de la izquierda. Ambos conviven mejor o
peor en diferentes biotopos: la deslocalización de una planta productiva en
nombre de la libertad de la mercancía suele provocar estragos en los derechos –
incluso los reconocidos constitucionalmente – de los trabajadores asalariados,
pero es posible, y frecuente, compatibilizar ambos derechos reconocidos y
aceptados por el ordenamiento jurídico, y acordar soluciones de compromiso
entre ellos.
Es solo cuando se privilegia a unos derechos y se ignora
o se conculca a otros, cuando aparece esa mentalidad que Xavier llama “ultra”.
Lo ultra es, entonces, lo que se aleja del equilibrio; lo que daña la
biodiversidad y desbarata la convivencia. Lo ultra es el desafuero, por
expresarlo con un término antañón, de una época en la que a cada categoría
social, a los ricos como a los menesterosos, a los gordos como a los jambríos,
se le reconocía un “fuero”, un lugar preciso en el mundo que tenía la
característica de ser inviolable, y que exigía restitución y castigo cuando era
violado, como en el caso del comendador de Fuenteovejuna.
Hoy la idea misma de fuero se ha borrado, y la sociedad,
en tanto que marco ordenado de convivencia y plataforma de proyección de las
ambiciones individuales legítimas de sus miembros, parece un concepto
desfasado. El entorno social tiende a verse como un contenedor en cuyo interior
pululan y se confrontan individuos decididos a medrar movidos por el egoísmo y
el instinto crudo de supervivencia de los más aptos. Se tiende a ir siempre más
allá, plus ultra en la expresión
latina.
Cabe preguntarse cuáles son con exactitud los presupuestos ideológicos en
los que basan hoy su actuación las potencias de este mundo, las superpotencias,
y los diversos organismos inter, extra, ultra y multinacionales. Porque viene a
resultar que todos ellos sin excepción, oh asombro, privilegian los derechos y
las libertades de las mercancías por encima de los de las personas. Sin
componendas, sin transacciones, sin artilugios ni medias tintas.
Así es el mundo de hoy, y por esa razón es necesario y
urgente cambiarlo.