Operación Presidente (y 6)
La reunión
extraordinaria del comité de conjura (1) en el despacho de Castellana 5, fue
corta, caótica e histérica. Soraya daba por seguro que Mariano había sido
secuestrado por los cofrades de los maitines; Fernández no descartaba ninguna
línea de investigación, pero se inclinaba por un golpe de mano del yihadismo
catalán y llegó a acusarme de comando suicida; era partidario de “retenerme”
por tiempo indefinido en el edificio puesto que, incluso en el peor de los
casos (entendiendo por tal mi inocencia), yo era la única pista disponible. A
Montoro se la soplaba si yo era esto o lo otro, pero insistía en dejarme libre
por lo menos el tiempo necesario para que regularizara la situación fiscal de
mi cuenta panameña.
Sin haber llegado aún a ninguna decisión operativa, se acordó una pausa para almorzar. Montoro me
acompañó hasta la salida en un descuido de Fernández, y me dio la dirección de
una gestoría próxima en la que podría arreglar el problema de mi empresa offshore.
– Le da tiempo de sobra
para echar las firmas, picar algo por ahí y volver antes de las cinco. No se
retrase, Rodriqui, porque cuando Fernan se desencadena, es muy difícil pararle
los pies. Le va a echar encima a la policía, los geos, los perros y hasta los
mossos de esquadra.
Tomé un taxi
aparcado ahí mismo, y mi instinto de supervivencia me llevó a dar la dirección
de la estación del AVE Puerta de Atocha. El vehículo se puso en marcha, pero
giró de inmediato por Génova y siguió hacia Alonso Martínez y los bulevares.
– El mundo es un
pañuelo, colega. Quién me había de decir que te encontraría aquí – buscó mi
mirada el taxista por el espejo retrovisor. Vi los ojos estrechos como dos rendijas,
los pómulos salientes, la piel cetrina, el pelo grisáceo recogido en forma de
cola de caballo. Era Karla, el espía estrella del Kremlin, al que había
conocido en el café Central de Sant Pol el verano anterior.
– ¿Qué está
pasando? – me pregunté a mí mismo, más que a Karla. Por primera vez me asaltó
la sensación de que mi misión no era una rueda que giraba por libre sino un
piñón engranado en un mecanismo considerablemente más complejo. Las cosas no
estaban saliendo según lo previsto, y alguien, Merkel tal vez, me enviaba un diabolus ex machina.
– Tengo entendido
que tienes un problema con cierta persona, colega. Nada que no se pueda
remediar. Ahora te estoy llevando al lugar adecuado. Presta atención a
unas instrucciones mínimas. En el asiento, a tu izquierda, verás un chisme metálico
alargado. Es una bomba-lapa muy potente. Si consideras oportuno, según tu
criterio, utilizarla, debes aplicarla primero a una superficie vertical lisa,
por ejemplo la puerta de unos aseos, y luego apretar el botón de color rojo del
temporizador. Antes de hacerlo estudia bien el camino de retirada, porque solo
dispondrás de treinta segundos para ponerte a salvo antes de la explosión.
Luego obra según tu albedrío, no hay ninguna ruta de escape prevista, habrás de
improvisar. Ya hemos llegado, es ahí.
Mientras hablaba
nos habíamos metido por el distrito Centro y ahora estábamos en ese dédalo de
callejuelas próximas al Arco de Cuchilleros que configuran el Madrid de los
mesones. El establecimiento que me señalaba era un semisótano sobre el que
lucía el siguiente rótulo:
O SUBMARINO
Especialidades y tapas de cocina gallega.
– El pulpo a feira
es de toda confianza – se despidió Karla. Me apeé y él desapareció con su taxi
en la esquina siguiente. Bajé los cuatro escalones que separaban la puerta del
nivel de la acera y entré en O Submarino. El local estaba vacío y en penumbra.
Un único cliente ocupaba una mesa en un rincón. Llevaba sombrero de ala ancha y
gafas oscuras, y comía con fruición del plato que tenía delante. Me senté lejos
de él y pedí pulpo a feira y un vaso de albariño. El patrón me trajo la ración,
el vino y la cuenta. Dejé sobre la mesa el dinero de la consumición y comí
despacio. El otro parroquiano llamó, con una vocecilla nasal:
– Ramón, oye, ponme
otra empanada de lamprea, sabes, y una porción de tarta santiaguiña de postre.
¡Ay, la morriña de la tierra, cómo te asalta en vacaciones!
– Ya puede usted
decirlo, señor Brey – respondió solícito el patrón.
Al poco tiempo el
señor Brey se levantó para ir a los aseos (al fondo a la derecha). Yo piqué de
mi plato la última rodaja de pulpo con pimentón y le seguí discretamente. Eché
un vistazo para comprobar que la línea de fuga hasta la puerta a la calle
estaba despejada, empujé la puerta con el letrero “Servicios” y comprobé que
detrás de ella solo había un cubículo, y que estaba ocupado. Pegué en la puerta la bomba-lapa,
oprimí el botón del temporizador y salí, sin prisa pero sin pausa. Ramón, el
patrón, estaba recogiendo mi mesa y juraría que me guiñó un ojo al pasar. Luego
corrió a agazaparse detrás de la barra; el mostrador tenía un aspecto de gran
solidez.
Trepé en dos saltos
los escalones que daban a la calle, giré a la izquierda y no había dado más de
seis o siete pasos cuando se produjo una detonación sorda y todo se llenó de
humo y polvo acre. La onda expansiva me empujó adelante y casi me hizo caer.
Seguí caminando deprisa; mi mente se movía más deprisa aún. Detrás de mí oí
algunos gritos y ladridos insistentes de perros.
Cerca de Sol me arrimé
a un cajero automático e intenté sacar dinero con la tarjeta de la cuenta
panameña. La pantalla me informó de que la contraseña no era correcta y me
animó a volverlo a intentar. No lo hice.
No tomé un taxi
para volver al hotel, preferí el autobús. Al llegar a la parada
correspondiente, vi un coche de la Policía nacional aparcado junto a la
entrada. Di por perdido mi equipaje de mano y dejé que el autobús me llevara
hasta el final de trayecto.
No volví a la sede
del Ministerio del Interior. No corrí el riesgo de presentarme en el vestíbulo
del aeropuerto de Barajas ni en la estación del AVE. Me apunté a una excursión
de la tercera edad a Sigüenza, en la que la compra del boleto daba derecho a
participar en la rifa de un jamón serrano y una garrafa de cinco litros de aceite
de oliva virgen. En Sigüenza encontré a un camionero dispuesto a llevarme hasta
Almazán a cambio de una garrafa de aceite de oliva virgen y una módica
compensación dineraria por la molestia. Desde Almazán, como copiloto de un
camión de mudanzas, viajé hasta Tarazona. Mientras cenaba en una fonda de
Tarazona vi en el telediario el estado en el que había quedado una casa de
comidas del centro de Madrid después del atentado con explosivos perpetrado por
un comando yihadista que se había dado a la fuga. Se esperaba en las próximas
horas la detención de un sospechoso, relacionado al parecer con una célula
islamista radical de Sant Pol de Mar. “Afortunadamente la explosión no ha
causado víctimas personales”, precisó la locutora.
¿No ha habido
víctimas personales? ¿No vi yo mismo entrar al “señor Brey” en el cubículo de
los aseos en el que pegué la bomba-lapa? ¿Era otro holograma? ¿Puede un
holograma zamparse dos raciones generosas de empanada de lamprea? Las preguntas
se agolpaban en mi mente confundida.
Llamé desde el
teléfono de ficha de la fonda a uno de mis colegas de garrafina en el Hogar de
la Tercera Edad de Sant Pol, y le pregunté por Mónica. Qué tal estaba, y eso.
Me contó que Mónica se había despedido de su puesto de monitora al día
siguiente mismo de nuestra partida interrumpida. Le di las gracias y colgué.
Otro cabo suelto, otro enigma en el que pensar.
He llegado a la
conclusión provisional de que algo se está fraguando de cara a la rentrée política del mes de septiembre.
Algo muy gordo. Y yo me he visto metido en ese lío, no en la condición de brazo
ejecutor, oficio en el que carezco de experiencia y de currículo, sino en la de
chivo expiatorio, terreno en el que sí puedo aportar referencias excelentes.
Por esa razón he
decidido no volver a Sant Pol, y espero acontecimientos agazapado en un
paradero desconocido, que desde luego tampoco es Tarazona. Si alborea un nuevo
comienzo de ciclo en España, me tendrán como siempre a su disposición
incondicional en el lugar de siempre; si por desgracia eso no es así, y el
señor Rajoy y el señor Fernández siguen ostentando en una próxima legislatura sus
actuales responsabilidades, vayan ustedes olvidándose de su seguro servidor por
una larga temporada.
FIN
(1) El lector
encontrará los episodios anteriores de este thriller apasionante en: