La escena tiene
lugar en un encuentro entre Boris Johnson, el hooligan defensor del Brexit y ministro de Exteriores actual de
Gran Bretaña, y Carlo Calenda, ministro italiano de Economía.
– Pretendemos
seguir en el mercado único europeo, pero manteniendo el veto a la libertad de
movimientos en el espacio común – explica Johnson a su interlocutor –. E Italia
va a apoyar nuestra posición.
– ¿Por qué haríamos
nosotros una cosa así? – pregunta Calenda, levemente sorprendido.
– Muy sencillo. Porque
ustedes querrán mantener sus exportaciones de prosecco al Reino Unido.
El prosecco es un
vino espumoso, similar al cava catalán y al champaña francés. La cifra de las
exportaciones a las Islas ascendió el año pasado a 339 millones de libras. Johnson
juega fuerte.
Demasiado fuerte,
sin embargo. Calenda le responde que Gran Bretaña también querrá exportar sus
fish & chips. Si no se llega a acuerdos, Italia perderá un mercado para el
prosecco, y Gran Bretaña 27 mercados para los fish & chips.
Luego Calenda
cuenta lo sucedido por televisión. Afirma que la propuesta de Johnson es un
insulto a los italianos. Desde el Foreign Office, un portavoz oficial responde
que no se trata de ningún insulto, sino de una propuesta “constructiva”.
El cálculo
implícito de los británicos defensores del Brexit es que pueden conseguir
mejores condiciones desde fuera, que dentro de la Comunidad. Es la misma lógica
que ha presidido la larga odisea de la desregulación en el mundo: si desde una
posición de fuerza se torpedea a los ordenamientos que establecen derechos y
obligaciones recíprocos para las partes, es teóricamente posible imponer a la
contraparte los derechos propios, y dejar sin efecto las obligaciones
concomitantes. Lo están intentando, en tratos tan complejos como el TTIP, las majors, las mayores compañías
transnacionales. Todo el secreto consiste en dejar claras las cosas de modo que
las pequeñas naciones de Europa se den cuenta de quién tiene la sartén por el
mango. Las negociaciones se llevan adelante con una mezcla característica de
brutalidad y arrogancia.
Las autoridades de
la Unión Europea han ridiculizado la oferta británica de negociación. En una
entrevista en la mismísima BBC, el presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem
señaló: «Es intelectualmente imposible y políticamente inviable. Creo que no se
está ofreciendo al pueblo británico una visión honesta de cuáles son los resultados
accesibles en las presentes negociaciones.»
La advertencia es
extensible a otros ámbitos, y a otras personas o grupos que insisten en jugar
de farol en temas que, como mínimo, resultan delicados para el bienestar de la
ciudadanía. Están de moda los asaltos a los cielos sin red, una variedad posmoderna
del balconing llevado al terreno de la política; los eventuales batacazos posteriores
son particularmente sensibles para los sectores más desfavorecidos de la
población, pero nadie piensa en ellos en el momento de lanzar sus órdagos a la
chica. Lo único que preocupa a los políticos azarosos es a quién echar las
culpas si la operación fracasa.