«Malos tiempos para
la lírica», me escribe la incomparable Olga Fuentes al tiempo de mandarme
material nuevo para la revista Pasos. Cierto. ¿Pero cuándo ha tenido la lírica tiempos
buenos desde que a Bécquer se le ocurrió lo de las oscuras golondrinas? Reviso
los versos de Brecht: «En mí combaten / el
entusiasmo por el manzano en flor / y el horror por los discursos del pintor de
brocha gorda. / Pero sólo esto último / me impulsa a escribir.»
Bien. Donald Trump “no” es el
pintor de brocha gorda, aunque la descripción le cuadra bastante. Aquellos “malos
tiempos” en que Bertolt veía por la ventana el Sund no tienen punto de
comparación con los nuestros. Pesimismo de la Inteligencia está ganando por
goleada en el descanso de la eliminatoria, y haría falta un Pep Guardiola en el
banquillo del equipo Optimismo de la Voluntad para conseguir equilibrar las
opciones, sí, pero aún es posible enfocar la segunda parte con el espíritu de
Juanito.
Qué digo de Juanito; con el
espíritu de Ángel Rozas. En un acto público en el que fue presentado por
Antonio Gutiérrez, entonces secretario general de CCOO, como un “perseguido por
el franquismo”, Ángel (cuántas horas de torturas, cuántos años de cárcel sobre sus frágiles espaldas) se rebotó:
– Antonio, estás en un error. El
franquismo no me persiguió, fui yo quien le persiguió a él. Yo, con otros
muchos. Y no paramos hasta obligarle a hincar el pico.
Es imprescindible en la
situación en la que estamos ver la botella medio llena, y no medio vacía. Uno de
los elementos positivos que constato es la baja performance de los medios como
conformadores de la opinión. La “persuasión amistosa” de los editorialistas
funciona poco y mal; el vuelo gallináceo de los pronósticos de expertos y
tertulianos va a estamparse una y otra vez con la realidad tozuda. Las campañas
de descrédito contra los populismos producen un efecto contrario al pretendido:
tanto Maduro como Trump ganarían con facilidad las elecciones españolas, de
poder presentarse. Están rodeados para el votante ordinario del aura de
infalibilidad que les proporciona el anatema furioso de los medios.
Y si Mariano Rajoy sobrevive a
pesar de todo en el actual pantanal de arenas movedizas que es la política
española, no es por el apoyo incondicional de la cadena de los obispos y de sus
franquicias, sino a pesar de él. Rajoy tiene la ventaja de una doble
personalidad: es un truhán y es un señor. Y lo que aman los votantes es,
precisamente, su faceta de truhán.