Lo diré sin
tapujos: Albert Rivera no tiene ni los saberes ni los redaños ni el carisma necesarios
para ser alguien en la política. No es un líder auténtico, es fake news.
¿Qué tiene,
entonces, para estar donde está? Sustancialmente, dos cosas.
La primera, su
sorprendente parecido con San Pancracio, en esas estatuillas en las que aparece
asido con una mano a la palma, y un dedo de la otra alzado hacia el cielo. San
Pancracio tiene fama de milagrero, y en tiempos se le encajaba en el dedo una de
aquellas monedas de dos reales (ahora sin curso legal) que tenían un agujero en
el centro. Era creencia popular que el óbolo destinado al santo atraía la buena
suerte en mil formas inesperadas, de modo que los sanpancracios se
multiplicaron en las repisas de las viviendas y de los talleres en los que la
gente humilde suspiraba por un golpe de fortuna que le cambiase para siempre el
destino.
No hay ninguna
prueba consistente de que la carita sonrosada y el dedito alzado del santo
fueran origen en alguna ocasión de una mejoría significada para algún devoto.
Tampoco hay pruebas tangibles de que los votos a las listas de Ciudadanos, emitidos
como suspiros de aire que van al aire, hayan servido para nada concreto, como
no sea incrementar la desfachatez de los representantes electos de la
formación.
Ahí entra en juego el
segundo punto fuerte de Rivera, su ventajismo. Desde la posición preeminente
que le conceden pronósticos electorales más o menos cocinados, Rivera se ha
elevado a sí mismo a la condición de líder supremo de las feministas, de los
jubilados, de la transparencia, de la lucha contra la corrupción, de la defensa
de la Constitución y, ahora mismo, del patriotismo. Es bonito verlo al frente
de tantas cosas, pero si nos fijamos un poco más lo único que aporta a tantas justas
reivindicaciones son sus mejillas de arrebol y su dedito alzado.
Así está ocurriendo,
una vez más, con la moción de censura al gobierno sustanciada después de la
sentencia del caso Gürtel. Cabe recordar que va encabezada por Pedro Sánchez,
secundado por los líderes en cuarentena de Podemos. Cabe recordar también que
está causando fuertes debates en los ámbitos de los nacionalismos de derechas
(JxCat, PNV) incapaces de decidir, en la ocasión, si son más nacionalistas que
de derechas, o a la inversa.
La posición de
Rivera es, como siempre, clara y tajantemente ventajista. Está en contra de la
moción (no le reporta ninguna ventaja personal), de modo que exige: su retirada,
primero, y la convocatoria inmediata de elecciones generales después.
Un observador
benévolo sacará la conclusión de que lo que desea Rivera es gobernar. Falso. Lo
que desea es: a) que siga gobernando un PP llegado a estas alturas a un grado
insoportable de putrefacción, y en consecuencia infinitamente maleable a las presiones desde retaguardia; b) contener un previsible crecimiento de las
izquierdas plurales, y evitar acuerdos potenciales de conllevancia entre esas
izquierdas y las opciones nacionalistas más sensatas, que puedan variar las
coordenadas generales de la situación política en el país; y c) seguir
indefinidamente en el candelero como deus ex machina, o pepito grillo, o
sanpancracio del sistema así acartonado, evitando que nada cambie porque
cualquier cambio podría arruinar el momio que le ha llegado por intercesión del
Ibex divinal.