martes, 21 de julio de 2020

MI AMISTAD CON LUCIO (y IV). APOSTILLAS


El lector curioso encontrará los tres primeros trancos de esta historia en http://vamosapollas.blogspot.com/2020/07/mi-amistad-improbable-con-lucio-urtubia.html;


De izquierda a derecha Satur Urtubia, su hermano Lucio y yo, en Cascante. El punto impactante de la foto, sin embargo, es la caldereta de cordero que aparece en primer plano.


Con lo dicho hasta ahora queda resumida mi relación con Lucio. Volvimos a vernos, en particular en Barcelona cuando vino a presentar “nuestro” libro. Me llamó desde París muchas veces, y me encontró muy pocas en casa (el foco principal de mi atención estaba puesto por entonces en mis nietos griegos). Yo le llamé alguna vez también, y le escribí para hacerle partícipe de un descubrimiento sobre el antiguo linaje de los Urtubias. Fueron pasando años; él se hizo muy viejo, y yo también.

Un par de cosas, aún. Querría poder decir más sobre Anne Urtubia, nacida Garnier, que se enamoró de Lucio en los remolinos del 68, se casó con él, le dio una hija (Juliette) y colaboró en la logística de muchas acciones del “grupo Lucio” (transferencias bancarias, alquiler de locales), pero nunca en acciones directas violentas. En una ocasión se jugó el tipo calando su coche en una calle estrecha de dirección única para estorbar la persecución policial a su marido. ¡Y entonces estaban ya peleados y separados! Fue condenada en el juicio por el secuestro del banquero Baltasar Suárez, y sufrió pena de prisión. Salió pronto, sin embargo; los jueces dieron importancia al hecho de que trabajaba ya entonces, y ha seguido trabajando después, con Bernard Kouchner en la ONG Médicos del Mundo; en 2007 era la responsable del programa de ayuda humanitaria a Haití, y creo que sigue activa en ese tipo de menesteres.

Tuve con ella una conversación larga en Belleville, en la que pretendí enrolarla en mi idea de apuntalar el relato de Lucio con otras miradas distintas y en parte divergentes; pero Anne no quiso escribir ningún texto para el libro, y tampoco me autorizó a utilizar de ninguna forma sus interesantísimas reflexiones. De modo que cierro aquí el tema.

Termino con una reflexión de orden general acerca de los efectos nefastos de la represión política.

En la Ribera de Navarra, donde los votos al Frente Popular fueron mayoritarios el año 36 frente al bloque apostólico-carlista de Pamplona y el norte de la región, las barbaridades perpetradas por el franquismo triunfal fueron enormes. Sartaguda sigue siendo conocido como «el pueblo de las viudas»; 84 varones mayores de edad, el 40% de los inscritos en el censo, fueron pasados por las armas allí, por el único delito de haber votado “mal”. Un pequeño Holocausto de matriz inequívocamente fascista.

El padre de Lucio, Amadeo Urtubia, había sido concejal socialista con la República, y se salvó del paredón porque un sacerdote, que le debía su protección en la etapa anterior, borraba su nombre de las listas de los señalados. Pero la familia fue humillada de todas las formas posibles en el nuevo Régimen. A la madre, Asunción, fueron a buscarla en varias ocasiones para raparla al cero por haber criticado en público a las nuevas autoridades. No la encontraron; se escondía en un habitáculo disimulado en la pared de la pocilga del único cochino propiedad de la familia. Lucio vivió aquello con la perplejidad angustiada de un niño que no entiende aún de odios y venganzas. Más tarde su padre, con un cáncer muy avanzado, fue dejado morir por los médicos. No había dinero en la casa ni siquiera para pagar morfina como paliativo. «Mátame, Lucio, no puedo sufrir más este dolor, mátame por compasión, tú tienes cojones para hacerlo.» El adolescente Lucio se volvía loco al oírle.

Y estaba también el hambre, continuada, infinita. Y la injusticia, visible, patente. Un caldo de cultivo muy fuerte para la rebeldía contra las instituciones y para la violencia.