miércoles, 2 de junio de 2021

LA "NOCHE" DE MIGUEL ÁNGEL

 


Algo les ocurrió con la Noche a dos artistas enormes, Amadeus Mozart y Michelangelo Buonarrotti, que volvió por completo del revés su perspectiva.

Mozart, según el libreto de “La flauta mágica”, tenía que hacer antipática a la Reina de la Noche, pero (tal vez por la intervención de un mecanismo inconsciente, según una intuición de Peter Shaffer en su drama “Amadeus”, llevado a la pantalla por Milos Forman) le adjudicó dos arias imbatibles, que produjeron el efecto diametralmente contrario: todos la adoramos.

Interviene seguramente también en nuestro juicio un aborrecimiento a los estereotipos de la época. La irreprochable princesa Pamina emprende el camino hacia la iluminación, guiada por la fuerza del amor y sometida a un duro aprendizaje por el sacerdote Sarastro. La música de Mozart debía subrayar esa ascensión a un tiempo didáctica y ejemplarizante, pero su música se le fue hacia otro lado y los dos personajes favoritos del público, desde buen principio, fueron los más políticamente incorrectos de la función: el pajarero Papageno y la mamá protestona de Pamina, la Königin der Nacht.

El caso de Miguel Ángel es muy distinto, pero también tiene que ver con la Noche. Es sabido que, mientras Mozart era muy sensible a las gracias del bello sexo, Miguel Ángel pertenecía decididamente al grupo de hombres que “no” aman a las mujeres. En el techo de la Sixtina, todo el mundo conoce de memoria la escena de la creación de Adán, reproducida cientos de millones de veces. Para la creación de Eva, el artista tenía a mano un modelo de alto voltaje, el “Nacimiento de Venus” de Botticelli. Esto es, en cambio, lo que hizo con la pobre Eva, en una escena contigua a la apoteosis de Adán. Una ignominia, lo digo con toda claridad. No porque esté claramente sobrada de peso según nuestros cánones actuales, también lo estaban las grandes damas de Tiziano y de Rubens, y resplandecían. Es que el artista la ha pillado a traición en una pose desangelada, saliendo de la costilla de Adán medio a gachas, torpe y encogida.


 

Pues bien, en las tumbas mediceas de la Sagrestia Nuova de San Lorenzo, en Florencia, el mismo Miguel Ángel esculpió una “Noche” prodigiosa, que pueden admirar en la cabecera de este post. Rebosa fuerza contenida, gracia, serenidad. Marca tableta en el abdomen. Es una mujer autosuficiente, un arquetipo atlético, muy moderno, muy actual, de feminidad. Corta el aliento del espectador. Cuando la vio Giovanni di Carlo Strozzi, un poeta coetáneo de Miguel Ángel, se enamoró de inmediato de la figura y, según cuenta Stendhal en su “Historia de la pintura en Italia”, colgó en un lugar visible los siguientes versos:

La Notte che tu vedi in si dolci atti / dormir, fu da un Angelo scolpita / in questo sasso, e, perché dorme, ha vita. / Destala se nol credi, e parleratti.

(La Noche que ves dormir en tan dulce actitud fue esculpida en esta piedra por un Ángel; y puesto que duerme, vive. Despiértala si no lo crees, y te hablará.)

Miguel Ángel replicó con otra cuarteta que colgó en el mismo lugar, como si la propia Noche hablara desde su sueño:

Caro m’é il sonno, e piú l’esser di sasso / mentre che’l danno e la vergogna dura. / Non veder, non sentir m’é gran ventura; / però non mi destar, deh, parla basso.

(Me es grato el sueño, y más el ser de piedra, mientras triunfan el mal y la vergüenza. No ver, no oír, es mi mayor ventura; no me despiertes, pues, y habla en voz baja.)

Miguel Ángel pintó o esculpió madonas correctísimas, en su mayor parte Dolorosas, y una colección completa de sibilas y sacerdotisas respetables, pero nunca llegó tan lejos en la plasmación del cuerpo femenino como en esta Noche, recostada en una mitología de mármol pero llena de dinamismo en el muslo tenso como un resorte; los ojos cerrados, absortos en un sueño íntimo que no desea compartir con nadie.

Pienso que tal vez la pintura de Frederic Leighton “Sol ardiente de junio” (abajo), de finales del siglo XIX, es un intento de mostrar la sensualidad implícita en la figura miguelangelesca convirtiéndola en un abandono más profundo, propicio a las asechanzas de un “demonio meridiano”. El defecto de la composición decimonónica es que esa deriva hacia lo “deseable” desde el punto de vista del varón, ablanda la figura en exceso. Pero es solo una apreciación mía.