Suspensión
Qué exageración, por favor. Y qué manía con los errores, sin
tener en cuenta que la Historia empezó, según una tradición asentada aunque discutible,
con Eva aceptando la manzana que le ofrecía en boca la serpiente.
Según la crónica de Leontxo García, Ding se había
equivocado ya siete u ocho veces a lo largo de la famosa partida 14ª, y Gukesh
otras tantas (los comentaristas valoran ahora las partidas con la ayuda de
potentes computadoras de silicio, que calculan los movimientos futuros con
veintenas de jugadas de anticipación.)
El error, entonces, no es nada inhabitual, en un juego
(llámenle deporte si gustan) en el que, según tradición inveterada ya de cuando
era simplemente humano, gana siempre el jugador que comete el penúltimo error.
Pero seguimos anhelando una perfección inhumana en todo. El
mundo se divide en personas que señalan con regocijo un error de apreciación de
Carlos Marx (por ejemplo) en un análisis económico, y las que consideran que
tal error no existe porque Marx era por definición infalible.
Como si la perfección no fuera una cosa siempre efímera,
hecha de momentos raros de plenitud que nos llegan de algún lugar situado en el
exterior de nosotros mismos y más allá de nuestras capacidades ordinarias.