Un "escribidor" de cartas, figura de mediación en sociedades plagadas de carencias culturales, Nápoles, hacia 1870
En el paradigma cultural de la galaxia de Gutenberg, que se
ha extendido a lo largo de varios siglos de las edades moderna y contemporánea,
la igualdad teórica entre las personas en una democracia representativa no
podía existir para los analfabetos, porque carecían de las habilidades técnicas
necesarias – la lectura y la escritura – para hacer prevalecer en sociedad sus
opiniones y sus argumentos.
Algo parecido está empezando a ocurrir en la llamada “sociedad
de la información”. El poder para manejar y utilizar la masa abrumadora de datos
(big data) utilizados por los gobiernos, las administraciones públicas y
el saber de los expertos en la economía y las finanzas, resulta inalcanzable
para quienes “producen” esos datos pero no tienen capacidad para recogerlos,
ordenarlos y – sobre todo – interpretarlos.
Esta “brecha digital” es uno de los elementos que
desembocan en la renuncia colectiva a participar en la política de quienes se
consideran a sí mismos “desheredados de la tecnología”, y se sienten perdedores
en cualquiera de las formas en que se haga servir su voto. Está de moda bromear
a costa del «fachapobre» que sueña con un cambio morrocotudo a partir de las
soluciones de la antipolítica. Pero se omite la constatación de que la izquierda
al uso está ofreciendo muy poco a estas muy nutridas capas sociales a cambio de
su voto, y menos aún se ocupa de ellas la “nueva izquierda”, si tal cosa existe
en la realidad nuestra de todos los días.
Señala Daniel Innerarity, en el libro que vengo comentando
en mis entradas recientes, que se da al respecto de la digitalización un “efecto
Mateo”, de manera que los bien relacionados en el espacio físico lo están
también en el espacio virtual, en tanto que los desfavorecidos en el primero se
ven arrojados “a las tinieblas exteriores” en el segundo.
Los bancos de datos son accesibles a todos, pero no todos
tienen la misma capacidad para gestionarlos, almacenarlos y valorarlos. No la
tienen tampoco las personas que trabajan en la computación pero son meramente “proletarios
del clic”, reducidos a tareas repetitivas y sin sentido, además de mal pagados.
De esta forma, internet tiende a reforzar el statu quo
en una sociedad acusadamente asimétrica, donde los perdedores son la inmensa
mayoría, y los ganadores reales, un mero puñado de personas. Solo podrá
invertirse esta tendencia perversa si se organiza, desde abajo, una conquista
multitudinaria del saber digital en beneficio de una sociedad más combativa,
más ilustrada y más conscientemente democrática.