Sería imperdonable despachar un texto de la envergadura de “Una alternativa republicana”,
de Carlos Arenas Posadas, con una Nota aparte (casi una nota a pie de página)
en una entrada de blog dedicada a otro tema. De modo que, sin perjuicio de
mantener la sugerencia contenida en dicha Nota (son los estados mayores de
partidos y sindicatos los que deberían discutirlo), me propongo seguir durante
algún trecho tanto el hilo conductor de su discurso como las soluciones que
propone. Al referirme al hilo conductor de la reflexión de Arenas, incluyo en
el mismo las consideraciones que hace sobre el Estado del Bienestar, sobre la
democracia directa versus democracia representativa, y sobre el sujeto
emancipador (desde la clase obrera de otra época hasta la “ciudadanía”
políticamente activa de ahora), cuestiones todas ellas ya analizadas por Javier
Aristu a propósito de un libro reciente de Alberto Garzón. No estará de sobra,
pienso, insistir algo más sobre esas cuestiones. Genuinamente original en la
propuesta de Arenas es la “gimnasia cotidiana” que estima necesaria para
fomentar lo que él llama “empoderamiento”, que consiste en convertir a la
ciudadanía políticamente activa contra la casta política, en una ciudadanía
también económicamente activa contra la casta económica. Algo necesario, nos
dice, para incrementar sustancialmente el temblor aún muy leve que sacude las
instituciones apoltronadas en las remembranzas del 78, y alcanzar cotas
mensurables con una calificación decente en la escala Richter de las
revoluciones o las reformas estructurales.
La gimnasia, más si es cotidiana, suele realizarse según una
tabla programada de ejercicios. Es lo que nos propone Arenas. Los ejercicios
que recomienda no han sido concebidos en la perspectiva de unas elecciones, y
por tanto no consisten en cosas que se harán sin falta cuando se cuente con el
(imprescindible) apoyo del voto popular, sino en cosas que pueden hacerse ya
desde ahora, o desde cualquier día de cualquier año sin contiendas electorales
por medio. Cosas para las que no es imprescindible el voto. Y cosas, por otra
parte, no precisamente “modernas” sino que, muy al contrario, hunden sus raíces
en una tradición centenaria, apresuradamente enterrada y olvidada con el
advenimiento de la modernidad. A algunos les parecerán el chocolate del loro,
pero es porque les ciega el relumbrón de las promesas electorales. Ya sabemos
que luego ataremos los perros con longanizas; lo que ahora nos ocupa es el
“mientras tanto”.
Algunos días atrás, citaba yo a dos de mis santos patronos, San
Antonio (Gramsci) y San Bruno (Trentin), en relación con dos cuestiones que
ellos definieron y que me parecen centrales en este momento: de un lado la
lucha por la hegemonía como cuestión previa a la conquista del poder, y de
otro, el peligro de una revolución pasiva (con su secuela de transformismo) en
el caso de no atender en grado suficiente a la cuestión anterior. Estimo que
mis sugerencias encajan con comodidad en los análisis y las propuestas
recientes de Arenas y de Aristu.
La idea de un cooperativismo y un asociacionismo de base como
respuesta (parcial, limitada) a las angustias de la ciudadanía en la actual
situación económica, política, laboral y asistencial, sintonizan además, o por
lo menos a mí me lo parece, con algunos avances hechos por otros dos santos de
mi devoción, San Riccardo (Terzi) y San José Luis (López Bulla), en lo que se
refiere a promover un nuevo tipo de dirigente sindical, capaz de experimentar y
proponer soluciones originales a ciertos problemas de la microeconomía con un
sentido y una dirección capaces de sumar y extender beneficios concretos en la
línea de recomponer los desgarrones que la codicia accionarial desatada está
causando en el tejido macroeconómico.
A lo mejor, si conseguimos conectar todas estas diferentes
intuiciones, de pronto se hace la luz. Alguna luz, siquiera, cosa que ya sería
de agradecer en las tinieblas en las que nos movemos.
(Continuará)