Después de negociar
mal la presencia española en la nueva Comisión Europea, Pedro Sánchez ha
negociado fatal la investidura de gobierno. Mal con Unidas Podemos, en una escalada
de piques mutuos asombrosa; mal con el PNV, con ERC y con otras fuerzas menores,
predispuestas en principio a respaldarlo, y que siguen esperando su llamada a
negociar, o siquiera a comentar, alguna cosa. Algunos observadores han avanzado
la hipótesis razonable de que Sánchez no quería en realidad alianzas ni
acuerdos, de que su ilusión era gobernar en solitario, desembarazado de cualquier
obligación hacia eventuales socios.
Ángela María, gobernar
en solitario en este contexto. Utilizar geometrías variables para contentar un
día a los sindicatos y el siguiente a las patronales; para no desairar un día y
el otro tampoco a la banca y las eléctricas; para hacer la cobra un día a los
Ciudadanos y al otro a los Podemos. Parece el programa ideal para el cuarto de
jugar, el día en que los reyes magos le trajeron sus primeros Airgam Boys.
¿Tiene alguna idea
Sánchez respecto de lo que quiere hacer desde el gobierno? ¿Tiene un programa
político, más allá de la retórica? ¿Sabe ─o intuye, cuando menos─ que para
sacar adelante un programa con cara y ojos necesita medios materiales y consenso en cantidades suficientes?
Me refiero a un
programa “político”. Hay mucha confusión en relación con ese concepto. El
propio Sánchez ha anunciado una moción para cambiar el reglamento de la
investidura dificultando las maniobras de bloqueo. Me da la sensación de que,
en la idea de Sánchez, el trayecto difícil de verdad es el que va de las
elecciones a la investidura. Luego, una vez investido, todo serían tortas y pan
pintado. Ejercer el gobierno vendría a parecerse a navegar por una balsa de
aceite al ritmo de una barcarola de Offenbach.
En el fondo, hay en
esa idea por lo menos un equívoco, si no una leyenda urbana. En Grecia se hace
así; el reglamento da cincuenta diputados de clavo a la opción más votada, para
que pueda ejercer el gobierno desde una mayoría holgada. Tsipras dispuso de esa
mayoría fake; habrá que convenir en
que no le sirvió de mucho. Ahora la tiene Mitsotakis, y su medida estrella, la
bajada de impuestos, ha ido a tropezar de inmediato con el niet de las troicas.
No es tan fácil. Para
hacer política de verdad, desconfíe de las imitaciones y de los postureos. Desconfíe en particular de los reglamentos. No solucionan nada sustancial, siempre
es necesario currárselo un poco más.
Sánchez ha
encontrado la horma de su zapato en Pablo Iglesias. Iglesias sí está dispuesto
a arremangarse y bregar, contra la casta, contra todos, por ese ideal que tiene
tan internalizado. Habría considerado preferible para ello contar con más
votos, pero los votos no son a fin de cuentas más que apoyos coyunturales.
Iglesias está imbuido de la misión de salvar a España de sí misma, y superconvencido
de que él es el único capaz de hacerlo. El hombre idóneo para la misión imposible.
Fue esa seguramente
la razón por la que atropelló al cachazudo Sánchez en las negociaciones previas
a la desinvestidura. Una vicepresidencia, Hacienda, Trabajo, Transición
Energética, competencias exclusivas, manos libres, usted se sienta ahí y yo se
lo hago todo.
Hasta que pisó tantos
callos que los alaridos le devolvieron a la realidad.
Dos hombres y un
destino. Fallido. Será necesario volver a intentarlo. Una vez más. ¿Volverá la
presidenta del festejo a echarles al corral el toro, a nuestros dos primeros
espadas de la izquierda realmente existente?
Miren de arreglarlo
todo mejor para septiembre. Sería preferible que el asunto no quedara disfrazado
de noviembre, con la convocatoria de unos nuevos comicios basada en la confianza
tal vez excesiva en ese electorado que tanto les quiere y al que tanto quieren.