Altiero Spinelli (Roma 1907 –
1986)
1.- España en el
trasfondo
«Eran
pocos, normalmente bien vestidos, gente de una cierta edad y algún joven de
aires exageradamente formales. Eran los federalistas europeos, un movimiento
pequeño pero tenaz, que, sin despertar pasiones, eran respetados por todos los
grupos –del centro a la izquierda–. Diría más, se les profesaba una cierta
admiración: estaban más allá del bien y del mal…» Es
el recuerdo que guarda Paola Lo Cascio de los federalistas europeos en los años
80 y 90 en Italia (*). Su jefe de filas era Altiero Spinelli, un hombre a
contrapelo, un solista más que un solitario,
que perseguía empedernido un sueño.
Lo Cascio escribe lo anteriormente citado en su reseña a
un libro de una importancia considerable, las memorias de Spinelli (Cómo traté de hacerme sabio, Icaria
2019, traducción de Francisco José Rodríguez Mesa ─otro Paco Rodríguez─). Es
sintomático del aislamiento intelectual de Spinelli, siempre tan respetado
unánimemente y siempre tan solo, que, habiendo fallecido en 1986, hasta más de
treinta años después no se haya emprendido la publicación en español de sus
memorias, que lo son todo menos aburridas. Debemos la justa reparación, como
tantas otras, de ese olvido a la vocación divulgadora y el olfato político de los editores de Icaria. Además de la semblanza “canónica” de Virgilio Dastoli, que viene a
completar el hilo de una narración que la muerte de su autor dejó interrumpida,
se han añadido a la edición española dos complementos de un interés rabioso: la
presentación a cargo de Ernest Urtasun (“La última batalla federalista”), y un curiosísimo
apéndice sobre las relaciones de Spinelli con España, obra de Alexis
Rodríguez-Rata.
Relaciones siempre en un segundo plano, claro está, puesto
que la visión política de Spinelli trascendió los temas “desnudamente”
nacionales, por llamarlos de alguna manera. Lo dice Dastoli: «Sus intervenciones en el Parlamento Europeo
(1976-1986) son la mejor prueba de que Spinelli dedicó su vida a una sola
causa» (p. 31). No obstante, en 1937, en la cárcel de Civitavecchia, cuando
esperaba ser liberado en fecha inminente (en realidad sería deportado a Ponza),
estudiaba español leyendo a Unamuno con la intención de alistarse en las
Brigadas Internacionales para ir a luchar a España contra el fascismo.
Y en el curso de su desempeño como comisario de Industria
de la CE (1970-76), tuvo un papel de primera línea en el rechazo de la entrada de la
España franquista a la unión económica, postulada por el ministro Castiella con
el apoyo de importantes padrinos internacionales, en particular del otro lado
del Atlántico; y también se reunió en varias ocasiones con representantes de la
oposición antifranquista. A la muerte de Franco, cuando Santiago Carrillo le
expuso la voluntad del PCE de no reconocer la legitimidad de la sucesión “a
título de rey” del príncipe Juan Carlos, Spinelli le advirtió lealmente de que toda
la flor y la nata del conservadurismo europeo estaba encantada con la idea de
la restauración monárquica y con la figura del joven rey.
2.- El hombre de una sola causa
La lucha antifascista llevó a Spinelli, aún estudiante, a
ingresar en las filas del PCI; no por un entusiasmo militante parecido, por
poner un ejemplo lejano a nosotros, al de Mauro Scoccimarro, al que me he
referido en otra ocasión utilizando las palabras mismas de Spinelli (**), sino
por considerar que el partido ofrecía la posibilidad más coherente y seria de
luchar contra los nacionalismos agresivos que amenazaban destruir a Europa
(luego lo hicieron, en efecto).
La deriva del estalinismo llevó a Spinelli, aún en
prisión en Ponza, a abandonar el partido comunista. Prefirió no contemporizar,
aun a sabiendas de que su aislamiento se agudizaría, y eligió el choque
frontal. Fue Giorgio Amendola quien redactó el documento de exclusión, “por
desviación ideológica y arrogancia pequeñoburguesa”. El propio Amendola, a
solicitud de Enrico Berlinguer, le ofrecería muchos años después un puesto en
el Parlamento italiano como independiente en la lista del PCI. Spinelli aceptó.
Esta pequeña historia revela, no cuánto había cambiado él mismo en el curso de
los años, sino hasta qué punto se había librado en ese tiempo el partido de
dogmatismos pretéritos.
Spinelli aceptó la propuesta del PCI con la idea de hacer
un trabajo determinado. Fue en ese momento, como antes, como siempre, un hombre
fiel a una causa. Y al margen de que llevara o no puesta la etiqueta de
comunista, nunca ejerció de anticomunista.
Lo cual se muestra con otra anécdota singular. En el
primer Congreso del Partito d’Azione, celebrado en Roma en 1946, el discurso del
recién reclutado Spinelli fue poco apreciado por Emilio Lussu, entonces
ministro en el gobierno de amplia coalición. Lussu comentó en tono ácido,
durante una intervención interminable ante los congresistas, que Spinelli
pertenecía “a una estirpe de ex comunistas que se sabía bien de dónde venían,
pero no adónde iban”. El aludido cuenta que le respondió, en pasillos, «que la seria, dura y noble experiencia
comunista previa era el único motivo por el que conseguía soportar la
charlatanería socialista vana de Lussu y de sus amigos.»
3.- El hombre del largo, incluso larguísimo, plazo
Es característica la impaciencia de Spinelli frente a la
charlatanería vana, su deseo de concreción, de premura y de eficacia. Asocio
sus tomas de posición siempre realistas y flexibles pero intransigentes en
cuanto al planteamiento de fondo, con la personalidad de Bruno Trentin, que fue
también un comunista heterodoxo, un europeísta a ultranza y un hombre volcado
en una utopía cotidiana que luchaba por ver plasmada en la realidad sin esperar
a los mañanas nebulosos, a los lendemains
qui chantent.
Observen esta anotación irritada del diario de Spinelli
(p. 28 cit.), tan parecida a las que
salpican los Diarios de Trentin: «Me
siento deprimido y humillado por esta imbecilidad política de la Comisión. En
ella no hay más que almas de burócratas. Son capaces de hablar bien de los
informes individuales preparados por y con los funcionarios, pero no saben
adoptar ningún tipo de visión política.»
Pero esa impaciencia, esa querencia hacia lo inmediato, lo
tangible, se combina en su personalidad política con una concepción “larga” del
tiempo político que trasciende las victorias y las derrotas ocasionales. «Es necesario sentir que el valor de una
idea se demuestra, antes incluso que por su éxito final, por su capacidad de
resurgir de las derrotas que origina. A fin de cuentas, quien quiera que se
proponga acometer una gran empresa lo hace para darles algo a sus
contemporáneos y a sí mismo, pero nadie sabe en realidad si trabaja para los
demás […], o para una generación más lejana que todavía no ha nacido y
redescubrirá su trabajo inacabado […], o para nadie.» (p. 358)
El sustrato “sólido” (es decir, no líquido ni gaseoso
como viene a ser frecuente) de esa concepción queda, en mi opinión,
perfectamente expresado en el texto de una carta de Spinelli y Ernesto Rossi a
la comisión preparatoria de un Congreso federalista en París, en el año 1946. Es
este: «Si en los albores de nuestra época
nacional se dijo que en el mundo no ha sucedido nada grande sin pasión, es hora
de decir alto y claro que en el mundo no se ha hecho realidad ningún proyecto
de libertad sin una sobria inteligencia.»