Formas
alternativas de ver las mismas cosas: la Venus de Velázquez captada en el
momento de pasar al otro lado del espejo.
Clitómaco, discípulo de Carnéades de Cirene, afirmó que en
ninguno de los escritos de este, que él estudiaba con ahínco, había conseguido
desentrañar cuál era la opinión personal de su maestro acerca del tema tratado.
Me llega esa apreciación a través de un comentario de Cicerón
(De officiis), citado a su vez por Michel de Montaigne. Cicerón añade en
otro lugar que lo que queda dicho de Carnéades también vale en buena medida para
Epicuro, Platón, Anaxágoras, Demócrito y Parménides, entre otros filósofos.
Se trata en todos los casos de un recurso mental, una “suspensión
del juicio” basada en la idea de que la verdad es una dimensión de la realidad
carente de certeza, sujeta como está a la relatividad de las sensaciones.
La moraleja del asunto es que nadie puede alardear de estar
en posesión de la verdad. El relativismo universal así expresado forzosamente
afectaría también a las actuales formaciones de la izquierda política, ya sean
clásicas, nuevas o novísimas.
Los renacentistas llamaron “pirronismo”, por la doctrina de
Pirrón de Elis, a esta forma de escepticismo no radical, apto para sortear las
aristas más duras del dogmatismo. Quizá (atiendan a la reserva del juicio que
implica ese “quizá) las izquierdas plurales deberíamos ser menos tajantes en nuestros
juicios de valor y en nuestros posicionamientos éticos. La lucha política
situada en tales parámetros podría resultar bastante estéril e ineficaz.
Es la idea que, a lo que entiendo, queda expuesta de forma
brillante en un reciente artículo de Nicolás Sartorius: no es suficiente “ser”,
la izquierda además tiene que “estar” presente en la praxis cotidiana de la
ciudadanía. Dicho de otro modo, la misión de la izquierda no es “orientar” al
personal sobre lo que debe pensar y cómo debe actuar; ni multiplicar las
descalificaciones a la otra parte del hemiciclo parlamentario. Ese sería un
planteamiento dirigista, de arriba abajo, y con muy poco recorrido.
Se trataría justamente de lo contrario: de construir colectivamente,
desde el abajo, algo capaz de llegar muy arriba. “Algo” que contenga, no una
quintaesencia ni una piedra filosofal de la acción política, sino una síntesis
provisional y consensuada para el medio plazo, de las cambiantes aspiraciones de
las personas, las comunidades, las sociedades y los territorios implicados, tal
como esas aspiraciones se están formulando y expresando en el ahora mismo, y por
tanto distintas de las de ayer y probablemente de las de mañana.
Difícil tarea, si no andamos pegados al terreno. Fíjense,
si no, en los resultados de las elecciones portuguesas de ayer.