Alberto Rivera imponiendo el artículo 155
a las cabilas catalanas. Visión onírica debida al pincel de Francisco Sans Cabot.
El mismo día se han
producido tres acontecimientos políticos relevantes: ha quedado visto para
sentencia el juicio al procés catalán
en el Supremo, Ada Colau ha renunciado a seguir negociando con ERC un tripartito de
progreso para Barcelona, y Alberto Carlos Rivera se ha decantado finalmente ─después
de algún suspense mínimo, pero también de varios gestos públicos que se
prestaban poco al equívoco─ por la guerra santa, al levantar de forma
definitiva sus reparos a Vox y dar su bendición a un modelo de pacto “a la andaluza”
válido para Madrid, Murcia, Castilla y León, la Rioja y un puñado de ayuntamientos.
No hay mucho que
comentar. Los mecenas de Rivera le han instado repetidamente a pactar con Pedro
Sánchez. No hacía ni dos telediarios que Juan Luis Cebrián había propuesto en un
artículo publicado en su periódico la alianza PSOE-Cs como la mejor solución
posible para una legislatura “pacificada”. No ocurrirá tal cosa, el cuerpo le
pide a Rivera otro remusguillo muy diferente.
Muy bien, nadie ha
dicho que para las izquierdas esto fuera a ser fácil. Los augurios de las
sibilas eran bastante peores incluso, antes del 28A. Y el talante belicoso de los Tres Jinetes hace más verosímil la solución deseada de una contra-alianza duradera de Sánchez con los restos del naufragio de Podemos.
Tampoco va a ser fácil
la situación en Cataluña a la espera de las sentencias, que no llegarán hasta
después del verano, y además lo harán sin libertad preventiva de los implicados.
La capacidad de los
independentistas para urdir relatos contradictorios ha sido infinita. Han alegado,
delante de auditorios distintos pero a renglón seguido, estar cumpliendo un
mandato sagrado e irrenunciable del pueblo catalán por una parte, y jugar de farol para forzar
un diálogo que el Estado les negaba, por otra. Si era una cosa, no era la otra.
Imposible sostener ambas versiones al mismo tiempo sin estar loco, como decía aquel
bolero.
Nadie más tiene la
culpa, entonces, de que se haya resentido hasta extremos penosos la
credibilidad de los políticos, que es siempre la base indispensable de la democracia
representativa.
Ahora mismo, en
relación con la posibilidad cierta de que Ada Colau y Jaume Collboni lleguen a
un principio de acuerdo para el gobierno de Barcelona sin la participación de
ERC, las mesnadas indepes se rasgan las vestiduras hablando de una conspiración
de Estado dirigida a enterrar la victoria legítima de su candidato (uno de sus
candidatos, porque el binomio Forn/Artadi llegó a la meta electoral distanciado
en muchos cuerpos).
No es de recibo
reclamar negociación y ningunear o trolear al mismo tiempo a aquel con quien se
pretende negociar. A la guerra santa declarada por Rivera, que se niega a dar
sus votos para la investidura de nadie a menos que firme la propuesta de la
aplicación de un 155 eterno para Cataluña, se suma la del cuarteado bloque
indepe, que exige ser escuchado y tenido en cuenta pero hablando siempre ex
cathedra desde su poltrona institucional, y sin más objetivo que el bloqueo de
cualquier solución política que no sea la propia.
Son hipotecas muy
grandes que pesan sobre nuestro país y sobre nuestro pequeño país común, en la
encrucijada a la que hemos llegado.
De acuerdo. Ya sabíamos
de antemano que las cosas no iban a ser fáciles.