martes, 15 de noviembre de 2022

A PROPÓSITO DE LA DEMOCRACIA ECONÓMICA

 


Carmen, la Acrópolis, y el limpio y democrático cielo de Atenas. Verano de 2022.

 

La revista “Perspectiva” cumple una nueva cita con su público, bajo la dirección del siempre inquieto y sagaz Xavi Navarro. Es un número de lujo, pueden encontrarlo en el sitio https://perspectiva.fsc.ccoo.es/. Reproduzco sin más comentario mi propia aportación a una colección particularmente brillante de estudios y análisis diversos.

 

En este mundo dislocado que es el nuestro, la democracia económica despunta como un horizonte lejano, pero urgente. Una democracia stricto sensu, nacida de la participación ordenada de todas las partes implicadas. Su sentido último es simple: se trata de la participación de todos en la toma de decisiones económicas que atañen a todos.

No es un mecanismo limitado a la presencia de representantes de los trabajadores en el consejo de administración o en el consejo asesor de una gran empresa. No es privativo del sector público, del privado, o del llamado “tercer sector” (sociedades anónimas laborales y cooperativas). Afecta al para qué y el para quién se trabaja, afecta a la sostenibilidad de la economía en su conjunto, y a una adscripción más racional de los recursos disponibles.

Porque no es el capital lo que mueve el mundo y trae el progreso. El capital reposa encerrado en cámaras de seguridad subterráneas ubicadas en paraísos fiscales, y desde esa penumbra mal ventilada va criando y adjudicando dividendos alineados en columnas de cifras que no guardan relación ni congruencia con lo que sucede en el exterior. Allí, es el trabajo, y no el capital, el que crea riqueza y trae progreso. Y tanto “riqueza” como “progreso”, son dos realidades estrechamente vinculadas al acontecer social. Un país es rico, un país progresa, si lo hace la sociedad en su conjunto. La existencia de algunos individuos ricos cuyos caudales sobresalen muy por encima de la media, no revierte en riqueza para el conjunto. Se ha inventado un mecanismo de redistribución para que esas personas pudientes con rentas altas beneficien de forma indirecta a sus conciudadanos: es la tributación. Pero a ella precisamente se oponen de forma agresiva las derechas, que exigen igualdad en el tipo impositivo para personas con rentas desiguales, demandan subvenciones exclusivas (véanse las becas de Ayuso en Madrid), y además defraudan.

El hecho de ser el trabajo el elemento fundamental de la riqueza de las naciones, sitúa al sindicato en una posición preferente para la reivindicación de la democracia económica. Pero esta va mucho más allá de los parámetros de la acción sindical. La negociación colectiva de ámbito general es solo un primer paso; además de los instrumentos de cogestión que puedan crearse en las empresas y grupos de empresas, el debate sobre las prioridades de inversión y de subsidiarización ha de extenderse a los órganos internos de los partidos políticos y plasmarse en sus programas electorales; y ha de invadir la práctica diaria de los ayuntamientos, los consejos económico-sociales, las asambleas autonómicas, las comisiones parlamentarias, etc.

Se trata de controlar colectivamente qué se produce, cómo se invierte, qué se incentiva, con qué objetivos. Separar la economía de la política, y gestionar la primera por medio de “expertos” asignados a dedo, es un error catastrófico que estamos pagando no una sino mil veces.

La izquierda en su conjunto, sus partidos, sus sindicatos y sus organizaciones de todo tipo, ha de abordar con altura y ambición este problema. Porque la cuestión afecta a las clases sociales y a la cultura del trabajo; responde a criterios políticos básicos, y su naturaleza incide de forma directa en la actividad sindical: clase, cultura, política, sindicato, cuatro territorios conectados entre sí. No se puede dejar al capital marcar el paso en la selección de objetivos económicos, mientras el trabajo ocupa un lugar subalterno. Entre otras razones, porque no es cierto que el capital sea ambicioso, y el trabajo conformista. La derecha es simplemente codiciosa; la ambición rectamente entendida es en cambio una cualidad de izquierdas; exige mejoras concretas para personas y territorios, y favorece la aspiración común al progreso y al crecimiento de los derechos de todas las personas sin exclusiones.

Owen Jones nos dejó, hace ya algunos años, un texto lleno de sugerencias, en torno al último aspecto citado: ¿Qué es la aspiración? (Ver en https://pasosalaizquierda.com/que-es-la-aspiracion/). Allí hace propuestas viables sobre empleo, vivienda, transporte, educación o pequeña empresa. Puede ampliarse el catálogo, con el fin de mejorar en otros aspectos tanto la calidad de la vida como la del consumo.

Me detengo un instante en el consumo: es una fuerza económica poderosa, y a veces da la sensación de que no nos atañe a los trabajadores y trabajadoras, que es una trampa diabólica colocada ahí solapadamente por la “otra” parte. Y sin embargo, solo se acabará con el consumismo frenético que padece esta sociedad, si se democratiza también el consumo racionalizando mejor sus objetivos y sus formas. Una política en este sentido tendría un eco amplio en las familias trabajadoras y en la cooperación social.

La producción y el consumo, no solo la distribución, deben ser objetivos señalados de la democracia económica a la que aspiramos. Sin olvidar nunca la observación de Norberto Bobbio, de que la democracia siempre es subversiva, porque por naturaleza crece y florece de abajo arriba, desde las raíces y hacia el cielo; no como las políticas autoritarias, que siempre se despliegan de arriba abajo, como una forma de dominación.