Figuras
en equilibrio inestable, pintura del artista ruso, nacido en Kiev, Kazimir Malévich.
Elegí esta imagen para la portada de “Un mundo dislocado”. Evoca el terremoto
ocurrido en las relaciones laborales a partir de los años noventa, y la
necesidad de una recomposición de tantas estructuras y volúmenes superpuestos. Además,
tiene la virtud de resultar un garabato inconfundible, incluso visto de lejos.
Editorial Bomarzo saca un libro mío. El título es «Un mundo
dislocado». Surgió el título un poco por casualidad, como una forma de decir
que el mundo actual se encuentra en una situación económica, política y laboral
muy enrevesada, pero con posibilidades de solución viable (de un “final feliz”,
diría una propaganda de masajes).
No tengo intención de defender a ultranza lo que, al fin y
al cabo, solo fue una ocurrencia. “Dislocado” me vino a la cabeza a partir del
término, novísimo en economía, “deslocalizado”. La idea misma de recurrir a una
fuerza de trabajo lejana para sustituir a la mano de obra local, que además es experta
en los procedimientos, sabia en las técnicas y bien dispuesta, pero ¡ay! pide un
salario más alto que la media vigente, según mercado, en el Alto Senegal o en
la isla de Timor, es enteramente rocambolesca. La deslocalización me pareció
una dislocación, y había otras más que incluir en el censo de burradas
capitalistas recientes, abonadas al ventajismo descarado y a la desigualdad
impuesta con métodos autoritarios.
Bueno, esa es toda la explicación. Cierto que ha habido antes
muchas otras dislocaciones en los procesos productivos, pero no las mismas. Mis
admirados José Luis López Bulla y Javier Tébar sugieren en su prólogo a cuatro
manos la variante “Un mundo alocado”, y me parece bien. Esa racha de locura descontrolada
que señalan indica de forma muy justa lo que está sucediendo en el casino
capitalista neoliberal: Elon Musk, Elizabeth Truss o nuestra Isabel Díaz Ayuso
son ejemplos excelentes de una carrera ciega a por el todo o nada, que suele quedar
en nada por el funcionamiento metronómico e infalible de la ley de la gravedad.
Ahora bien, he tenido hace unos días una retro justificación
brillante e inesperada de la dislocación del mundo. Al fin y al cabo, nuestros
problemas se resumen en la insistencia con que se está mirando atrás en lugar
de adelante: se prosigue la destrucción del Estado social con la privatización
de los servicios esenciales, se vuelve en la economía productiva al taylorismo crudo,
y se recuperan en la política los acentos caducos de la guerra fría y de la disuasión
nuclear como norma de coexistencia.
Esto es lo que dice al respecto Gloria Fuertes en el poema “Todo
el pasado”:
«Todo el pasado se quiere apoderar de mí, / y
yo me quiero apoderar del futuro. / Me dislocan la cabeza para que mire atrás,
/ y yo quiero mirar adelante.»
Me parece un buen resumen de la idea capital del libro.