lunes, 7 de noviembre de 2022

LOS AÑOS DE ANNIE ERNAUX

 


Annie ERNAUX, “Los años”, Cabaret Voltaire, 3ª ed. Marzo 2022. Traducción, Lydia Vazquez Jiménez.

 

Dedicatoria: A Orentino Alonso, que me recomendó el libro

cuando aún no se había fallado el premio.

 

El punto de partida es un puñado de fotografías clasificadas cronológicamente, y un esfuerzo de memoria que se desdobla en dos direcciones: memoria de su vida personal de un lado, y memoria de su generación en su país y en el mundo, de otro. Se añaden a los dos vectores principales algunos otros elementos, accesorios: por un lado las cosas, tan desdeñadas y tan importantes sin embargo («La gente estaba completamente convencida de que llevaban una existencia mejor gracias a las cosas», p. 90); y por otro lado también algo más, indefinible, o solo definible por aproximación: «la búsqueda de un yo fuera de la Historia, el de los momentos suspendidos sobre los que escribía poemas a los veinte años…» (p. 237).

Todo se propone como un ensayo, una probatura, imposible de imaginar de antemano desde una existencia adolescente («El futuro es demasiado inmenso para que pueda imaginárselo, llegará, eso es todo», p. 75. «Entre lo que sucede en el mundo y lo que le sucede a ella, ningún punto de intersección, dos series paralelas, una, abstracta, toda hecha de informaciones percibidas e inmediatamente olvidadas, la otra de planos fijos», p. 133.)

Con todo ello, la mujer que habla de sí misma en tercera persona acaba por formar un plan, que cristaliza tal vez el día 8 de mayo de 1981. Tiene entonces cuarenta años cumplidos y está separada, con un amante, con hijos. Se plantea en ese momento «escribir una especie de “destino de mujer”, entre 1940 y 1985, algo parecido a “Una vida” de Maupassant, que haría sentir el paso del tiempo en ella y fuera de ella, en la Historia, una “novela total” que terminaría con la desposesión de los seres y las cosas, padres, marido, hijos que se van de casa, muebles vendidos […] Y cómo podría organizar esa memoria acumulada de acontecimientos, de sucesos, de miles de días que la conducen hasta hoy» (pp. 209-10).

A Annie Ernaux le han dado este año 2022 el Premio Nobel de Literatura. No por este libro en concreto, sino por su obra. Los críticos la consideran representante de una “escritura plana”, directa, ausente de retórica. Pero no es lo mismo “plana” que bidimensional, falta de relieve, “pobre”. Marcel Proust, por poner un ejemplo que me es querido, se caracteriza por una prosa frondosa, de un espesor riguroso en el que cada palabra encuentra su lugar preciso y su efecto literario. Algo distinto, pero no opuesto, se encuentra en Ernaux, y es curioso que los dos escritores alcancen un objetivo idéntico - la recuperación del tiempo en toda la gama de sus diferentes dimensiones -, mediante la utilización, cada uno de ellos, de un instrumental propio, idiosincrático, que le sirve para excavar de forma exhaustiva los distintos niveles arqueológicos del tiempo pasado, del tiempo perdido.

No es fácil leer ni a Proust ni a Ernaux, y no es aconsejable leerlos deprisa. Cada cual hará su valoración de la lectura. La mejor literatura no es ni la más popular, ni siquiera a veces la más apreciada. De momento, Annie ha recibido el Premio Nobel, algo que jamás le ocurrió a Marcel. La culpa no fue suya, sino del comité Nobel.