El vuelo de
Barcelona a Atenas se ajustó a los horarios marcados y resultó plácido, pero no
puede decirse que fuera un vuelo «sin incidencias»: mientras estábamos
suspendidos en el aire dimitió la ministra de Sanidad española Ana Mato, y mi
hija Albertina me advirtió al llegar a su casa de Egáleo que estábamos en
vísperas de la madre de todas las huelgas generales ocurridas en el país desde
aquel primer tropezón con la crisis que le costó el puesto al primer ministro
Papandréu.
La casi coincidencia
de la fecha del viaje con la huelga no fue cosa prevista de antemano. Carmen y
yo teníamos los billetes desde hace meses porque nos acogimos a una oferta
especial de la compañía aérea. Viajamos el día 26 para celebrar juntos el
cumpleaños de Albertina, que es hoy día 27. De haber reservado los billetes
para hoy mismo, nos habríamos encontrado con un vuelo cancelado.
Se celebraba una
reunión del gobierno griego con la troika para arbitrar medidas acerca de la
deuda que mantiene el país con la UE y otros organismos internacionales, y la
ciudadanía tenía temores fundados de que, siguiendo una costumbre inveterada,
los actuales mandatarios aceptaran, sin rechistar o rechistando, que eso poco
importa en último término, nuevas imposiciones externas más o menos drásticas. Estaban
en juego más puestos de trabajo en una administración ya exageradamente
adelgazada, y más recortes salariales. El principal sindicato de los
funcionarios y la Confederación General de los Trabajadores de Grecia, más
otras organizaciones sindicales menores, convocaron una gran huelga general.
Las calles de Egáleo estaban cubiertas de carteles llamando a la huelga y a la
gran concentración en plaza Omonia, esta mañana, para marchar desde allí hasta
el palacio del Parlamento en plaza Sintagma: el recorrido clásico de las
marchas reivindicativas. Los llamamientos más insistentes en ese despliegue de
posters eran, en mi apreciación personal, los de Syriza, primer partido del
país hoy día en intención de voto, y PAME. Este último es un sindicato vinculado al Partido Comunista griego (KKE). Las cuatro letras son
siglas de un título que no transcribo para no hacerme pesado, pero además
componen una palabra corriente, que en castellano sería: Vamos. Un pariente próximo
de la idea de los Podemos y Ganemos de nuestras latitudes.
Imposible
trasladarnos al centro esta mañana, porque el metro funcionaba en servicios
mínimos y pasando de largo de las estaciones neurálgicas, y el transporte de
superficie estaba en las mismas
condiciones. Me he dado un largo paseo por la Iera Odos, la principal arteria
de Egáleo. La Iera Odos (Vía Sacra) era la calzada que conducía desde el centro
de la Atenas clásica hasta el santuario de Eleusis (hoy Elefsina), donde tenían
lugar unos célebres misterios. Hoy es una avenida comercial animada.
Prácticamente todos los comercios estaban abiertos, el tráfico rodado era tan
congestionado como siempre, y los quioscos de prensa ofrecían, ya que no la
prensa diaria, sí las revistas extranjeras en papel cuché (Elle, Woman,
Cosmopolitan) más los refrescos y las chucherías habituales. Percibí, además de
la casi normalidad callejera, algunos tímidos signos de recuperación: dos o
tres locales comerciales cerrados desde un quinquenio atrás estaban en obras
con intención de reabrir (si no engañan los indicios, serán baretos y locales
de fast food), y se habían renovado las fotografías de bellas modelos de Woman’s
Secret en los grandes paneles situados en alto junto al cruce con Zibon. Más
allá de las profundas heridas sufridas por esta ciudadanía, el dinero se
acuerda de ella para incitarla al consumo con guiños de glamour y lencería.
El plan de quita
parcial y/o aplazamiento de la devolución de la deuda presentado por el
gobierno griego ha sido rechazado por la troika, y a la inversa no han sido
aceptadas nuevas exigencias de austericidio para un país asfixiado y casi exangüe. Esas son por lo menos las novedades que hemos
alcanzado a saber a través de una televisión poco fiable en general y hoy en
servicios mínimos. La huelga ha sido seguida masivamente. Las espadas se
mantienen en alto. Es una buena noticia, para los griegos y también para
nosotros los españoles.