El editorial de
elpais de hoy, que lleva por título «La obra conjunta de Iglesias y Rajoy»,
acierta en señalar que entrar, después de los resultados del 26J – sean estos los
que sean –, en una dinámica de bloque de izquierdas contra bloque de derechas, sería
una opción desestabilizadora y con un recorrido previsible muy corto. El
editorial se equivoca en todo lo demás, incluido el título. El título es de
juzgado de guardia.
Sabemos todos de la
proclividad de elpais hacia la conservación del establishment constituido y de su
horror por los venezolanismos, para expresarlo de alguna manera. También de su
tendencia consistente a argumentar pro
domo sua. Cuando elpais se extiende sobre el interés del país, por lo
general no se refiere a la ciudadanía, sino a la marca registrada.
Su deseo de seguir
liderando por mucho tiempo el ranking de los medios informativos y de comunicación
en España le está haciendo una jugarreta. Se comporta como si este fuera un
país de capas medias moderadas y bienestantes, que son las que le siguen, cuando
desde la explosión del 15 de mayo de 2011 está más que claro que los estratos
más jóvenes de la población, es decir aquellos que tienen matemáticamente un
mayor futuro, están precarizados, desamparados, indignados y decididos a dar un meneo
memorable a las instituciones que entienden que no les representan (entre cuyas
instituciones se encuentra también, ay, el propio “diario global”). Desde aquel
mayo, elpais se ha dedicado a atacar, a empequeñecer y a desvirtuar esa
realidad obvia para todos. Sus sucesivas campañas han tratado de ejercer un
efecto tampax, es decir el de contener la hemorragia y procurar que por fuera
no se note nada.
El resultado global
no ha sido famoso. Podemos, En Comú y las distintas mareas han ido ganando
terreno convocatoria tras convocatoria electoral, mientras en los mentideros
bipartidistas se seguía afirmando que aquí ni está pasando nada ni nunca va a
pasar. El último muro de contención se ensayó después de los resultados del
20D. Entonces algún politólogo iluminado repropuso el viejo constructo de la capacidad
de atracción del centro, y a partir de ahí se fraguó una entente corta de
carácter centrista entre PSOE y C’s, para forzar al PP a un cambio de liderazgo
que lo aproximara al nuevo equilibrio, y arrinconar a P’s contra las cuerdas.
Hubo en toda esa
operación un error de cálculo descomunal, debido a la mala lectura que desde
2011 estaban haciendo elpais en particular y el establishment bipartidista en
general del tsunami de fondo propiciado por las consecuencias profundas de la
crisis financiera y de las reformas neoliberales del mercado de trabajo.
Los cantos a la
transversalidad no sirven para nada, si no cuentan con las fuerzas emergentes y
les dan el valor preciso que tienen en la correlación actual de fuerzas; no en
la del año 2008. Decir que Pablo Iglesias provoca rechazo en una parte del electorado
es, con perdón, mear fuera del tiesto. Mírese más bien qué es lo que tiene
detrás, y cuál es por lo tanto su capacidad de maniobra y de negociación. La trampa
ideada después del 20D, para forzar a Iglesias a apoyar desde fuera un gobierno
de Sánchez y Rivera, no dio resultado. ¿Y se piensa que sí va a funcionar la
misma estrategia, con o sin el PP a bordo, estando como están las mareas
crecidas y las demás opciones cotizando a la baja?
No podrá funcionar
en esta situación el bloque contra bloque, la mitad del país contra la otra
mitad, la matemática electoral como motor exclusivo de la política. De acuerdo. Pero
tampoco va a funcionar el intento de taponar por cualquier medio la indignación
y la protesta, y seguir como si no pasara nada con la misma política, dorando
la píldora para que pase mejor la medicina. La solución no pasa por
descalificar ni amordazar a una de las opciones, sino por dar voz y voto a
todas ellas en este recién propuesto desiderátum de la transversalidad.