El ex alcalde de
Barcelona Xavier Trias y el portavoz del grupo municipal de CiU (coalición hoy
ya desaparecida), Joaquim Forn, han trazado en una conferencia de prensa el balance
de un año de gobierno municipal de Ada Colau. Como era previsible, el balance
subjetivo que presentan es peor que malo, horroroso: el nuevo consistorio es un
“club de amiguetes”, que se mueve entre el “sectarismo” y una “falsa conciencia
social”. Los convergentes perciben una “degradación” alarmante, tanto
institucional como de modelo de ciudad, y un empeoramiento de las perspectivas económicas.
Para empezar por lo
último, resulta paradójico criticar la economía municipal cuando se ha enjugado
una parte de la deuda insostenible (no sería muy exagerado hablar de “pufo”) que
dejó a lo largo de su trayectoria el anterior munícipe, que reclama ahora su propia
“experiencia” como un valor positivo.
No viene de una
acusación más sin fundamento: el corresponsal del diario The Guardian se ha
quejado del aluvión de noticias sobre Colau que le envía la oficina de
Comunicación de la Generalitat todos los días, con comentarios como “fíjate en
esta mierda”. Estima el hombre que debería haber más ecuanimidad, o como mínimo
formas más elegantes. Tal como están las cosas, se siente “troleado”.
La “degradación” de
que se acusa a Colau es perceptible, en cambio, en los números relativos a la
Generalitat de Catalunya, embarcada en la azarosa navegación hacia una
independencia improbable. Los presupuestos no se aprueban porque los
pintorescos compañeros de viaje de la mayoría, las CUP, los consideran
inaceptables. No es posible hablar en el caso de los presupuestos de “conciencia
social”, ni verdadera ni falsa; los números dicen que desde 2010 el gasto
social se ha recortado en Catalunya en un 13,5%, o si lo prefieren en dinero
contante, en 2.733 millones de euros. Un 20,9% de los catalanes (un millón
seiscientas mil personas concretas, los porcentajes siempre resultan
abstractos) viven por debajo del umbral de la pobreza. A eso se llama
degradación. Y las previsiones presupuestarias descartan una subida de
impuestos a los más pudientes, a pesar de que el conceller Junqueras afirma que
está proponiendo los presupuestos “más sociales”. Claro, siempre en términos
comparativos.
La exasperación
visible en las críticas a Colau y su club de amiguetes no viene de la
percepción de que no lo estén haciendo bien, sino, por el contrario, de que las
cosas funcionan de forma razonable y las posibilidades de negocio privado con
los asuntos públicos, en consecuencia, se alejan. Dice el portavoz Forn que la
política municipal se ha convertido en una historia “de buenos y malos”. Es
cierto, la ha convertido él.