¿Nos favorecerá, o
nos perjudicará, la salida del Reino Unido de la Unión Europea? La pregunta no
es ociosa, dado que los sondeos de opinión señalan la existencia de una
tendencia ligeramente mayoritaria a favor del No a Europa. He leído algunos
argumentos de la campaña de los euroescépticos, y se parecen curiosamente a los
utilizados en Cataluña contra el Estado central. Pero no es el tema del
espléndido aislamiento secular británico el que me preocupa ahora, sino la
manera en que esta nueva sedición inesperada nos afectará a nosotros, en tanto
que españoles y en tanto que europeos.
Que puede parecer lo
mismo, pero no lo es. La portada de Der Spiegel hoy sábado, si finalmente ha
sido la que aparece anunciada en elpais, es abiertamente impúdica: «Bitte geht nicht! Please don’t go!», es
decir, un suplicante “no os vayáis” en alemán y en inglés, con el significativo
subtítulo «Por qué Alemania necesita a
los británicos».
Alemania; no
Europa, no los griegos, no los españoles ni los italianos, etc. En la idea de
Der Spiegel, que es presumiblemente la misma de Frau Merkel o la de Herr
Schäuble, la permanencia de los británicos en el club es buena para Alemania.
El club en sí mismo, les importa un bledo. Se diría que tampoco les importa
demasiado la cuestión de si la tocata y fuga anunciada es favorable o no a la
propia Gran Bretaña. Después de circular durante años a piñón fijo y arrollando
todos los obstáculos que salían al paso con el mantra del «no hay alternativa»,
ahora la posibilidad de que sí exista una alternativa distinta a la que se ha impuesto
velis nolis con una carencia notable
de escrúpulos, introduce el desconcierto y la desazón en la designada como locomotora
de la Unión Europea.
Ayer las bolsas se
llevaron un tozolón de tres puntos y pico. No tiene mayor importancia, las
bolsas suben o bajan todos los días, unas veces por los precios del crudo, otras
por la desaceleración de la economía china, por la última ofensiva del ISIS o
porque una mariposa ha aleteado en la selva amazónica. Aviados estaríamos si
consideráramos los índices bursátiles como un termómetro fiable de la
coyuntura.
La posibilidad real
del Brexit debe inducir a otro tipo de consideraciones: qué expectativas, qué
valores comunes, qué lazos solidarios se han entretejido entre los pueblos de
Europa. Qué papel desea desempeñar Europa como tal en la escena política
mundial. Qué fiabilidad y sostenibilidad tienen las propuestas económicas
comunes que se airean en los distintos foros.
Nada es para
siempre: ni uniones, ni tratados, ni alianzas. No existe un camino ya trazado
para la gobernanza científica de las cosas. Todo tiene que reinventarse de
nuevo con cada nuevo amanecer. El Brexit puede ser un acontecimiento positivo en
la medida en que permita un recomienzo (desde cero o desde donde corresponda) del
impulso que llevó inicialmente a los europeos a unirse entre sí en primer
lugar, y solidariamente después con las partes restantes de un mundo
profundamente desigual. Si el Plan A falla en cualquier momento, siempre nos
quedarán los mimbres precisos para tejer un nuevo cesto, un Plan B europeo.
Sin aspavientos, histerias
ni apocalipsis cum figuris. Y si todo
ello provoca una desaceleración en la esfera de los negocios globales, tanto mejor. Nosotros ya estábamos
desacelerados de antemano.