El procès catalán hacia la independencia
sigue imparable su marcha, si bien progresivamente más ligero de equipaje: el
veto de las CUP descarta la aprobación de unos presupuestos para el año en
curso, y de rebote también ha puesto fin al pacto de estabilidad que
comprometía a JxSí con sus compañeros de viaje hacia Ítaca.
Ninguno de los dos
contratiempos es decisivo, según el president
Puigdemont y la portavoz Munté. Se comprende. Un periplo emprendido a partir de
menos del 50% de voto popular en unas elecciones engalanadas con el título
dudoso de “plebiscitarias”, no se tuerce con facilidad por el hecho de tener
que prorrogar unos presupuestos y dar de baja de la tripulación a los
representantes de una porción estimable de ese casi 50% del voto. La moral
sigue alta.
El comentario de
los cupaires al respecto ha sido que no se ha puesto todo lo que había que
poner encima de la mesa. Todos sabemos a qué se refieren, pero surgen dudas en
el momento de atribuir la culpa a los varones (únicos anatómicamente equipados
para la hazaña) de JxSí; quizás la mesa se encontraba en este caso en un plano demasiado
elevado para permitir tales exhibiciones.
En cualquier caso,
toda la lógica interna del procès
queda ahora en una posición de impasse
difícilmente recuperable. Las expectativas de voto de las formaciones
independentistas cotizan a la baja; en el descarrilamiento ocurrido después del
9-N hubo que lamentar la pérdida irremediable de un timonel experto y de una coalición
política concebida como pal de paller del
entramado societario; y los percances y contratiempos sobrevenidos a partir de
ese momento en cuestiones de orden menor hacen temer, como observa Xavier
Vidal-Folch en un comentario en elpais, que quien no ha podido lo menos, con mayor
razón se verá impotente para conseguir lo más.
Una cuestión ulterior,
para la que de momento no hay respuesta, es si no será preferible dejar las
cosas como están y dedicarse a mejorar los niveles y las performances del autogobierno
ya existente sin meter los pies en el fregado de trazar nuevas fronteras, que todo
el mundo sabe que las carga el diablo. Al respecto, no de Catalunya en
particular sino de las maniobras de división de lo que, aun de forma precaria,
está unido, el escocés Angus Deaton, Nobel de Economía de 2015, ha pronosticado
que quienes voten el Brexit (la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea,
para entendernos) con el corazón, lo lamentarán con el cerebro.
Mutatis mutandis, no sería de extrañar que la misma situación se diera
en Cataluña. O sea, que el deseado viaje a Ítaca llevara en la realidad al país
de Guatemala a Guatepeor, o en términos más hogareños, de la sartén al fuego.