Nuestro presidente
en funciones se quedó traspuesto ayer en mitad de un alcachofar y meditó acerca
de cuántos de aquellos frutos irían a engrosar nuestros rubros de exportación a
los Estados Unidos. Estados Unidos, ahí es decir nada… Y concluyó su visión
epifánica con una sentida meditación acerca de la importancia de España, debida
en particular a que es un país en el que hay muchos españoles.
Nada nuevo, por ese
lado. Hay muchos españoles en el paro, muchos también por debajo del umbral de
la pobreza. Por ellos vela el gobierno en funciones, poniendo en marcha
reformas que permiten la creación, con la profusión de los churros, de nuevos
puestos de trabajo. Muchos empleos para muchos españoles, en la España de Rajoy
y de las alcachofas: en los cinco primeros meses del año en curso se han suscrito
7,5 millones de contratos de trabajo, la cifra más alta, de largo, desde el
comienzo de la crisis en 2008.
Cierto que muchos
son contratos por apenas unas horas: 6,86 millones de esos contratos (el 90,6%)
son temporales, y la temporalidad se va acortando: la duración media de un
contrato temporal es hoy de 51,9 días, cuando en 2008 era de 81,3. Dos millones
redondos de los nuevos contratos, lo son por un tiempo inferior a una semana. Conclusión
provisional: más contratos no equivalen a más empleo.
Motivo de alarma
adicional: el asalto de los nuevos bárbaros a las instituciones de gobierno
pondría en peligro esta parábola ascendente del empleo basura. Tal vez, peligro
ultimísimo, las alcachofas dejarían de aparecer en algunas mesas familiares de ciudadanos
estadounidenses (de hecho, ya rarean en las de esos “muchos españoles” que
certifican nuestra importancia en el mundo). Por eso el ministro de Exteriores
Margallo, seguramente inmerso asimismo en meditación en un campo de alcachofas
vecino al de su presidente, ha comentado que votar a En Común Podemos es una
operación equivalente a la de votar a Hitler en la Alemania de los años
treinta.
Se le ha escapado
sin querer, no hay otra explicación. Porque Margallo, hombre culto, sabe muy
bien en qué condiciones y bajo la financiación de qué poderes fácticos tuvo
lugar la resistible ascensión del führer Adolfo. También debería tomar nota, si
en su ingenuidad aún no se ha dado cuenta, de que a muchos votantes de su
formación, situados en la franja superior de la pirámide de edad y que por consiguiente han pasado buena parte de su vida bajo el referente de una
larga dictadura, la figura de Hitler no les parece tan mal, y si algún pero ponen a
la labor política desarrollada por Franco, ese
hombre, es la de no haber sabido llegar a un acuerdo operativo con Hitler en
Hendaya, aquella encrucijada trascendente de los destinos de la patria en lo
universal.