Una terraza en Madrid en 2019 (fuente,
El Periódico)
Díaz Ayuso construyó su
mayoría parlamentaria madrileña desde dos premisas: primera, la superioridad de
la gestión privada de los servicios públicos, y segunda, la apasionante
aventura de sentarse en una terraza al anochecer para paladear de forma simultánea
la libertad y una caña de cerveza.
Recientes noticias
llegadas de la capital del reino establecen que se van a rescindir miles de
contratos en la sanidad público-privada, debido a que con la retirada de la
emergencia ya no hacen falta sanitarios; y que se prohíbe la proliferación de
terrazas en la calle, dado que ya no hay obstáculo vírico para sentarse en el
interior del local, como venía siendo costumbre ancestral y entrañable.
La conclusión forzosa es
que Ayuso envidó de farol en la pasada campaña: no avizoraba la perspectiva de
una colaboración público-privada que mejorara los parámetros de la sanidad,
sino pura y simplemente buscaba apoderarse de la gestión de un bien público
como la salud desde la óptica del beneficio privado y caiga quien caiga.
Expresado en román paladino, trató la salud de los madrileños como una
mercancía cualquiera, desde la conocida técnica de abaratar los costos de producción,
encarecer los precios de venta al público, y colocar las ganancias en un
paraíso fiscal para evitar que la voracidad fiscal del Estado se las robara.
Todo lo cual era ya bien
conocido. Quiero traer aquí de nuevo, porque estas cosas tienden a olvidarse,
las palabras de Joan Rosell, en mayo de 2015, sobre los servicios públicos. Rosell
era patrono de patronos, por entonces, y sacaba conclusiones del crash de las economías
occidentales que sucedió a la quiebra de Lehman Brothers. La idea hegemónica
era la necesidad apremiante de empequeñecer al máximo el tremendo engorro de lo público, y dejar vía libre
a la mucho más eficiente gestión de los empresarios privados, esos abnegados
benefactores de la humanidad.
Dijo Rosell en una rueda
de prensa, y cito literalmente: «Tenemos
las dos grandes partidas de gasto, que son la Sanidad y la Educación, que
seguro que si estuviesen gestionadas por empresarios, con criterios
empresariales, yo creo que podríamos sacar mucho más rendimiento y podríamos
hacer cosas de mucha mejor manera.»
También Ayuso predicaba (seguramente,
no hay constancia escrita) la alternativa de la libertad de la terraza y el
Zendal como forma de “sacar mucho más rendimiento y hacer cosas de mucho mejor
manera”. Y lo mismo, Clara Ponsatí cuando postulaba una República catalana
independiente de ese fardo tan engorroso del Estado opresor. Ponsatí reconoció
más tarde que apostaba de farol, cosa que no han hecho aún ni el patrono ni la
lideresa. El entonces hombre fuerte de la CEOE ha entrado a partir de la pandemia
en un extraño silencio al respecto, de modo que sus planes para mejorar la
Sanidad y la Educación, si de verdad los tenía, solo podrán ser conocidos el
día del Juicio cuando llegue alguna vez, que ya tarda. Lo más probable de todos
modos es que Rosell solo se estaba refiriendo a la mejora de su propia cuenta
de resultados, más allá de los dudosos beneficios de su plan para la sanidad y
la educación, vistas en conjunto como servicios esenciales para la ciudadanía.
Entonces, queda aún pendiente
el tema de Ayuso y las terrazas. La CAM no dispensó ninguna ayuda (cero
patatero) para la hostelería, pero permitió a cambio la invasión de las aceras
públicas por parte de los establecimientos privados. Eso fue cuando hacían
falta los votos; ahora, si te vi no me acuerdo. Clausurada con arcos triunfales
la etapa de libertad que condujo a su reelección, volvemos a la prosa del socialcomunismo en las terrazas
madrileñas. La cañita de cerveza se la beben ustedes en el mostrador, como está mandado.
Y si les apetece de vez en cuando una bocanada de aire libre, siempre tienen a mano la solución del botellón. El
botellón es excelente también, y ampliamente recomendable, para lidiar con la
sanidad y la educación privatizadas (guárdenme el secreto).