Junto a la tumba de Georges Brassens, en el cementerio marino de Sète, cantado por Paul Valéry. No estábamos solos, unas mujeres cargadas de flores se apartaron con discreción para dejar que viviéramos unos instantes de intimidad con los poetas muertos (foto, Carmen Martorell).
Et
qu'au moins si ses vers valent mieux que les miens
Mon cimetière soit plus marin que le sien …
G.
BRASSENS, ‘Súplica para ser enterrado en la playa de Sète’
Paul Valéry se
extasió en su momento con el cementerio dispuesto en anfiteatro frente al mar,
en Sète, su ville natale. No es
ciertamente el único en el mundo (a mí me pareció bellísimo el de Luarca, en
Asturias, y es solo un ejemplo), pero la idea de asociar el eterno descanso con
la mar infinita y cambiante (“la mer, la
mer, toujours recommencée”, como lo expresó muy justamente Valéry en la
composición que dedicó al lugar) merece todas las alabanzas.
George Brassens, poeta
como Valéry y también sétois, dio
otra vuelta de tuerca a la idea, al pedirse una tumba en la mismísima playa de
la Corniche. Un túmulo discreto dispuesto “en sándwich” entre el cielo y el agua,
“une bonne petite niche”. La modesta
elevación de arena iría provista de un pino (pin-parasol
de preferencia) en la parte superior para evitar insolaciones entre los amigos
que acudieran al lugar para acompañarle en algún rato perdido durante sus eternas
vacaciones.
Su súplica no fue
escuchada por las autoridades competentes, pero de todos modos él dispone de un
excelente alojamiento, cercano al templete bajo el que descansa el propio
Valéry. Es lícito pensar que los dos maestros ─el paladín de la poesía pura y
el juglar de la Porte des Lilas, en los suburbios parisinos─ dialogan de vez en
cuando sobre sus cosas, con la mirada perdida en ese mar azul que constantemente
recomienza. Carmen y yo fuimos a visitarles en 2010, en una larga excursión de “temps retrouvé”, de reencuentro con el
tiempo de nuestros veranos de los años ochenta en el Midi.
La tumba de Tonton
Georges estaba cuajada de flores, y dos mujeres que venían cargadas de ellas no
sabían dónde colocar las suyas sin apartar ni desmerecer las ofrendas
anteriores. Charlamos brevemente. Para nosotros era la primera visita al Maestro,
ellas nos dijeron que bajaban a visitarle todos los veranos desde la
Île-de-France. Difícil pensar en un plan mejor para los meses calurosos.