Yolanda
Díaz y Teresa Ribera, dos políticas clave con un modo muy parecido de abordar
las tareas políticas por objetivos, en un contexto tan nuevo como difícil.
(Fuente, El País).
Unos sondeos aparecidos en El País han revolucionado la
opinión política en el terreno de la izquierda. Los datos vienen envueltos en la
magia de unas cifras porcentuales concretas. Por lo general creemos en los números
solo cuando nos confirman sensaciones, pálpitos y barruntos que ya teníamos
interiorizados de antes. Y es lógico, porque los números de los sondeos están confeccionados
con esa vaga y mórbida sustancia de las sensaciones y los barruntos sociales. Las
cifras no nos aportan nada, entonces, que no supiéramos ya de otro modo.
En el caso actual, los números facilitados por El País vienen
a mostrar que la unidad a efectos electorales de la izquierda del PSOE ayudaría
a conformar una mayoría parlamentaria más sólida y duradera. El efecto máximo
de la unidad así acotada se daría si Yolanda Díaz fuera la persona elegida para
encabezar esa opción, por la que una porción estimable del electorado suspira como
el Moisés bíblico suspiraba por llegar a la Tierra Prometida.
La cosa no es tan sencilla, sin embargo, porque los
partidos involucrados se resisten a abandonar la liza. Podemos ha advertido de que
presentará su propia candidatura; otras organizaciones están a la espera, y se
puede presumir que su mayor o menor entusiasmo por el nuevo sujeto político dependerá
de la confección definitiva de las listas.
Hay un error de fondo en todo este tejemaneje. Porque los
partidos (dejo aparte a Podemos, que se ha expresado con claridad) se inhiben en
la operación inicial para reaparecer luego en la forma de personas organizadas
presentes en las listas. Y las listas no se deberían cuadrar conforme a un
equilibrio de influencias, sino en torno al trabajo necesario para avanzar en
una política previamente acordada.
Tenemos ya en el censo un número excesivo de influencers
de una política concebida en buena manera como algo trendy. Debería
alertarnos lo ocurrido con la ley del “Sí es Sí”, que fue aprovechada de forma
torticera por los fiscales opuestos al Gobierno para sugerir a los abogados la
posibilidad de rebajar penas a violadores ya juzgados.
Esto es serio, la política no es una tarea meramente legislativa;
también lo es el seguimiento gubernativo (ejecutivo) de esa provisión de leyes
adecuadas, e incluso su tutela judicial, una pata de la mesa que por el momento
aún sigue en el limbo de los futuribles, si entendemos por limbo una
resistencia agresiva a encauzar las tareas de la judicatura en cooperación con
los objetivos generales señalados por el bloque político gobernante. Extremando,
por supuesto, el garantismo como cualidad templada capaz de ayudar a quienes se
sientan perjudicados en sus derechos legítimos; no, en cambio, en sus
privilegios tradicionales, porque se trata precisamente de abolir estos últimos.
Incluso cojeando de la pata judicial, una política de
progreso tiene poco que ver con personas y liderazgos, y mucho con la
representación de la ciudadanía y el reconocimiento a todos los efectos de sus
derechos sustanciales. El nuevo sujeto político pensado para organizar a unos estamentos
sociales, ahora desasistidos de una representación adecuada, debe empezar a
Sumar a partir de la concreción de unas prioridades estratégicas – no coyunturales
porque entonces nos perderíamos en la selva de la casuística – compartidas, capaces
de enhebrar un hilo legislativo, una acción gubernativa y una tutela judicial
coherentes.
Para todo ello sería conveniente, aunque no estrictamente
necesaria, la creación de un partido político de nuevo cuño. Cuando digo “de
nuevo cuño”, me refiero a que acredite una distancia menor entre dirección y
militancia, una información interna fluida, unas normas estatutarias flexibles y
un talante democrático amplio, para nada centralista. Debería darse un respeto exquisito
hacia el pluralismo ideológico, e incentivarse las iniciativas surgidas desde abajo,
encontrando formas para desarrollarlas y proyectarlas a la sociedad. El mundo
del trabajo, en sus múltiples formas, habría de ser el centro gravitatorio de
toda la nueva construcción partidista.
En estas circunstancias, sería posible a mi entender un
movimiento plural de progreso que aproxime y permita la cooperación a muy largo
plazo de los dos hemisferios de la izquierda que de forma convencional e
inexacta venimos llamando socialista y comunista. Esas etiquetas tienen poco
sentido en un mundo cuyos puntos cardinales han variado, y por el que es
difícil adentrarse manteniendo como mapa un dibujo de prejuicios viejos y certezas
herrumbrosas. Posiblemente hayamos salido ya colectivamente de lo que se
denominó Edad Contemporánea, y estemos explorando algo sustancialmente nuevo,
que aún no sabemos manejar bien.
“Navegar es preciso, vivir no lo es”, según frase que Plutarco
atribuyó a Cneo Pompeyo (Navigare necesse est, vivere non est necesse). La
frase resulta seguramente demasiado impostada si se la toma en general; pero se
adecúa a la perfección a la situación de los partidos políticos, en esta
tercera década del siglo XXI.