martes, 6 de diciembre de 2022

NAVEGAR ES PRECISO; VIVIR, NO

 


Yolanda Díaz y Teresa Ribera, dos políticas clave con un modo muy parecido de abordar las tareas políticas por objetivos, en un contexto tan nuevo como difícil. (Fuente, El País).

 

Unos sondeos aparecidos en El País han revolucionado la opinión política en el terreno de la izquierda. Los datos vienen envueltos en la magia de unas cifras porcentuales concretas. Por lo general creemos en los números solo cuando nos confirman sensaciones, pálpitos y barruntos que ya teníamos interiorizados de antes. Y es lógico, porque los números de los sondeos están confeccionados con esa vaga y mórbida sustancia de las sensaciones y los barruntos sociales. Las cifras no nos aportan nada, entonces, que no supiéramos ya de otro modo.

En el caso actual, los números facilitados por El País vienen a mostrar que la unidad a efectos electorales de la izquierda del PSOE ayudaría a conformar una mayoría parlamentaria más sólida y duradera. El efecto máximo de la unidad así acotada se daría si Yolanda Díaz fuera la persona elegida para encabezar esa opción, por la que una porción estimable del electorado suspira como el Moisés bíblico suspiraba por llegar a la Tierra Prometida.

La cosa no es tan sencilla, sin embargo, porque los partidos involucrados se resisten a abandonar la liza. Podemos ha advertido de que presentará su propia candidatura; otras organizaciones están a la espera, y se puede presumir que su mayor o menor entusiasmo por el nuevo sujeto político dependerá de la confección definitiva de las listas.

Hay un error de fondo en todo este tejemaneje. Porque los partidos (dejo aparte a Podemos, que se ha expresado con claridad) se inhiben en la operación inicial para reaparecer luego en la forma de personas organizadas presentes en las listas. Y las listas no se deberían cuadrar conforme a un equilibrio de influencias, sino en torno al trabajo necesario para avanzar en una política previamente acordada.

Tenemos ya en el censo un número excesivo de influencers de una política concebida en buena manera como algo trendy. Debería alertarnos lo ocurrido con la ley del “Sí es Sí”, que fue aprovechada de forma torticera por los fiscales opuestos al Gobierno para sugerir a los abogados la posibilidad de rebajar penas a violadores ya juzgados.

Esto es serio, la política no es una tarea meramente legislativa; también lo es el seguimiento gubernativo (ejecutivo) de esa provisión de leyes adecuadas, e incluso su tutela judicial, una pata de la mesa que por el momento aún sigue en el limbo de los futuribles, si entendemos por limbo una resistencia agresiva a encauzar las tareas de la judicatura en cooperación con los objetivos generales señalados por el bloque político gobernante. Extremando, por supuesto, el garantismo como cualidad templada capaz de ayudar a quienes se sientan perjudicados en sus derechos legítimos; no, en cambio, en sus privilegios tradicionales, porque se trata precisamente de abolir estos últimos.

Incluso cojeando de la pata judicial, una política de progreso tiene poco que ver con personas y liderazgos, y mucho con la representación de la ciudadanía y el reconocimiento a todos los efectos de sus derechos sustanciales. El nuevo sujeto político pensado para organizar a unos estamentos sociales, ahora desasistidos de una representación adecuada, debe empezar a Sumar a partir de la concreción de unas prioridades estratégicas – no coyunturales porque entonces nos perderíamos en la selva de la casuística – compartidas, capaces de enhebrar un hilo legislativo, una acción gubernativa y una tutela judicial coherentes.

Para todo ello sería conveniente, aunque no estrictamente necesaria, la creación de un partido político de nuevo cuño. Cuando digo “de nuevo cuño”, me refiero a que acredite una distancia menor entre dirección y militancia, una información interna fluida, unas normas estatutarias flexibles y un talante democrático amplio, para nada centralista. Debería darse un respeto exquisito hacia el pluralismo ideológico, e incentivarse las iniciativas surgidas desde abajo, encontrando formas para desarrollarlas y proyectarlas a la sociedad. El mundo del trabajo, en sus múltiples formas, habría de ser el centro gravitatorio de toda la nueva construcción partidista.

En estas circunstancias, sería posible a mi entender un movimiento plural de progreso que aproxime y permita la cooperación a muy largo plazo de los dos hemisferios de la izquierda que de forma convencional e inexacta venimos llamando socialista y comunista. Esas etiquetas tienen poco sentido en un mundo cuyos puntos cardinales han variado, y por el que es difícil adentrarse manteniendo como mapa un dibujo de prejuicios viejos y certezas herrumbrosas. Posiblemente hayamos salido ya colectivamente de lo que se denominó Edad Contemporánea, y estemos explorando algo sustancialmente nuevo, que aún no sabemos manejar bien.

“Navegar es preciso, vivir no lo es”, según frase que Plutarco atribuyó a Cneo Pompeyo (Navigare necesse est, vivere non est necesse). La frase resulta seguramente demasiado impostada si se la toma en general; pero se adecúa a la perfección a la situación de los partidos políticos, en esta tercera década del siglo XXI.