viernes, 30 de junio de 2023

BELLEZA COMO PLENITUD

 


Afrodita desenredándose los cabellos después del baño. El “hermoseamiento” era un ingrediente obligado para la autoestima de las mujeres; de ninguna manera era admisible la dejadez en este tema. (Figura de mármol hallada en la ciudad de Rodas, s. I aC. Museo Arqueológico de Rodas).

 

La belleza era para los griegos antiguos un don propio de los dioses, su esencia íntima. Ese don podía ser compartido por algunos mortales, pero solo en momentos puntuales, cuando la plenitud del ser rebosaba, por así decirlo, de la envoltura mortal y la hacía resplandecer.

En los varones, esto podía ocurrir en la guerra, debido a un comportamiento heroico, o bien en el estadio o la palestra, por una proeza deportiva destacada.

En las mujeres, con la excepción de unas pocas famosas por su belleza casi divina y, en ocasiones, por la maldición que esta les acarreaba (Helena de Troya), el resplandor era visible únicamente en los esponsales, con la revelación (“apocalipsis”) al pretendiente de la figura bañada, perfumada, peinada, suntuosamente vestida y enjoyada, de su prometida, al modo precisamente de una divinidad de orden inferior, protectora del hogar doméstico.  

En uno y otro caso, un instante de plenitud justificaba una vida. Se compadecía más que a nadie a las personas que morían sin haber llegado a alcanzar esa plenitud, a desarrollar el potencial de belleza que correspondía en principio por igual a todas las personas. Ahoraios, llamaban a quienes no gozaron de su cuarto de hora de reconocimiento social: los “no-bellos”.

Colaboraban en la plenitud física la edad, el ejercicio, el aprendizaje, la socialización. No había nada más hermoso que un hoplita dirigiéndose a la batalla con paso ligero y elástico, armado hasta los dientes. La gloria estaba a su alcance, tanto mediante la victoria como con una muerte heroica. “O con el escudo, o sobre el escudo”, así recomendaban las madres a sus hijos que debían volver, cuando los enviaban a la guerra. El escudo era muy pesado, y lo primero que se abandonaba en una desbandada; de modo que conservarlo era prueba de haberse comportado bien, vivo o muerto. Esta última diferencia no era en ningún caso decisiva. La canción más antigua conservada con su notación musical, en la estela dedicada por Sícilo a su esposa Euterpe (Trales, Asia Menor, siglo I dC), expone precisamente ese tema: «Mientras vivas, brilla… La vida dura poco, y el tiempo exige su tributo.»

Los artistas plasmaban y eternizaban la plenitud memorable alcanzada por algunos humanos, sus momentos álgidos de plenitud y de gloria. Entre los dos sexos, la diferencia más marcada era la siguiente: el varón solía estar desnudo, tal como acudía a la guerra y a los Juegos; la mujer estaba siempre vestida, porque el vestido y el adorno sofisticado formaban parte indisoluble de su dignidad. Las diosas podían escapar a esa norma vestimentaria, porque eran diosas siempre y en cualquier caso. Pero las mujeres comunes solo aparecían desnudas en circunstancias lamentables (Casandra violada por Áyax, Perséfone desnudada por su raptor Hades mientras es llevada en volandas a los infiernos) o indignas de respeto (había, por supuesto, imágenes pornográficas para excitar el deseo de los varones; pero nadie las consideraba “arte” propiamente dicho, los antiguos hilaban más fino que muchos modernos).

Ser sorprendida en su desnudez, como le ocurrió a Ártemis cuando Acteón la espió mientras se bañaba en una fuente con sus ninfas, era sencillamente un insulto. La evolución del mundo en general y los cambios en la consideración social de los artistas y de sus modelos, hicieron que con el tiempo estas premisas variasen, aunque solo un poco. El mundo antiguo siguió siendo antiguo hasta el final…