El
presidente de Perú Pedro Castillo (Fuente, RTVE)
La eliminación de la selección de fútbol de mi país en un
torneíllo fake y anecdótico no me ha producido ningún alivio, ni tan solo
pasajero, dado que el bombardeo mediático sobre un tema tan baladí prosigue con
ánimos redoblados. Este será para siempre el Mundial de Qatar, y nadie más se
alzará de ahí con el santo y la limosna; pero habrá muchos que compartan una dosis
creciente de vergüenza retrospectiva.
Voy a poner un ejemplo a bote pronto de la mentalidad colectiva
que acompaña tanto esta como otras efemérides muy mediáticas (Juegos Olímpicos,
por ejemplo), y algunos me dirán que no tiene nada que ver, y otros pensarán
que he empezado demasiado temprano mi tanda de after hours para celebrar
la Inmaculada Constitución. Pero ahí va:
Así pues, “sostiene Pereira” que si la selección de Perú estuviera
entre las ocho supervivientes de un evento para el que no llegó ni siquiera a
clasificarse, Pedro Castillo aún sería su presidente, y aún (subrayo el repetido
“aún”) no estaría preso en la celda vecina a la de Fujimori. El pueblo está muy
lejos de ser soberano en las actuales neodemocracias, pero su ardor patriótico, elevado
hasta el fanatismo en las grandes citas deportivas, sigue siendo oscuro objeto
de respeto por parte de las élites.
Castillo llegó a la presidencia de su país al frente de una
coalición heterogénea e inestable amontonada a toda prisa con el objetivo a
cortísimo plazo de cerrar el paso a Keiko. La efímera unidad duró “lo que tarda
en llegar el invierno” (*), y ha sido desbaratada por la actuación de unos
tribunales convencidos de que su función en este mundo es corregir al pueblo
cuando el pueblo “vota mal” (**). Ya había ocurrido antes en Brasil, cuando se
forzaron un juicio y una pena de prisión azarosa para Lula, en beneficio exclusivo de
Bolsonaro. (A propósito, ¿de qué me suena a mí ese Bolsonaro? ¿No es el amiguete
al que respaldó el semidiós Neymar en las últimas elecciones brasileñas? Con
tanto aluvión de fútbol diario, ese detalle no se trasluce nunca, tal vez
porque no es de recibo mezclar el deporte con la política, a menos que la
política esté interesada en lo contrario.)
La observación de estos eventos consuetudinarios podría traer
alguna lección útil al ánimo belicoso de quienes proponen resolver por la
tremenda, con ceses fulminantes a porrillo, las contradicciones existentes en el
seno del partido mayoritario de la coalición del gobierno, y en su línea
política. Castillo disolvió el Parlamento peruano y proclamó el estado de
excepción, medidas que habrían agradado a quienes consideran que, cuanto más
fastidias al adversario, mejor política estás haciendo.
Pero esa es política de mosca cojonera, sin aliento ni
perspectiva, inútil en el ámbito de una democracia donde cuentan, y mucho, las
correlaciones de fuerzas, sin mencionar esos penaltis con querencia de irse al
palo.
Quienes se mueven a impulsos de pulsiones momentáneas y
desatienden las condiciones objetivas y el entorno, no son buenos políticos. Pietro
Ingrao ya nos había advertido de que “indignarse no basta”.
* La imagen poética es de Sabina.
** La imagen poética es de Vargas Llosa.