Particular
del monumento a Francisco de Paula Rius i Taulet, alcalde de Barcelona en
varias ocasiones entre 1872 y 1889.
Xavier Trias i Vidal de Llobatera, alcaldable de Barcelona
por Junts, se desentendió de la manifestación de protesta de su grupo por el
cuajo con el que se presentaron en Barcelona Pedro Sánchez y Emmanuel Macron, dos
“colonos”, con vistas a tomar decisiones sobre las que el “Govern legítim”, que
afortunadamente no reside en Barcelona sino en Waterloo – es decir, in
partibus infidelium –, no quiere definirse ni a favor ni en contra. Llobatera,
en consecuencia, se declaró tibiamente partidario de la protesta popular y
excusó su ausencia de la movida debido a la imperiosa urgencia de visitar a un
amigo.
De forma simétricamente contraria, Jaume Collboni ha dejado
sus responsabilidades de vicealcalde mucho antes de lo que prescribe la ley
electoral, y va a preparar el asalto a la alcaldía no desde dentro, como ha
venido haciendo hasta ahora, sino desde fuera y mirando al soslayo, no sea que
alguien le relacione con el nefasto consistorio que ha vicepresidido.
Ha afirmado un bloguero de mi entera confianza, hará tan
solo un par de días, que según “los analistas” (lo ha dicho así, sin más
precisión), la alcaldía de Barcelona es el elemento decisivo para decantar la
batalla por las mayorías suficientes que puedan dar salida al atasco político
generado hace más de un quinquenio por la serie de acontecimientos conocida,
para simplificar, bajo la etiqueta de “el procès”.
Si es así, y no tengo motivos para ponerlo en duda, no se
entiende mucho el disimulo de un alcaldable y ex alcalde que se promociona para
una misión crucial por el procedimiento de fingirse un ciudadano que
simplemente pasaba por ahí, y ha decidido por pura afición entretener su tiempo
en regar las margaritas del Parc de la Ciutadella. Y lo mismo cabe decir de quien
se proyecta a sí mismo al suelo desde el balcón de la Casa Gran, con la
pretensión de que sea reescrita desde el principio la historia de sus años
pasados allí dentro, y se eche al olvido de las azucenas su corresponsabilidad con
todos los acuerdos tomados con su asistencia y refrendados por su firma.
Lejos quedan los dos del perfil imponente de un alcalde de
Barcelona a la vieja usanza. Recordemos la actitud de Rius i Taulet cuando hubo
de hacer frente a la negativa general de apoyo financiero a una Exposición
Universal, en una reunión con asistencia del gobernador, el capitán general, el
presidente de la Diputación, el rector de la Universidad, el presidente del
Ateneo, etcétera. Nos lo cuenta Eduardo Mendoza en un pasaje, tal vez no
rigurosamente histórico pero aleccionador, de “La ciudad de los
prodigios” (p. 37):
«Al final Rius y Taulet dio un golpazo en la
mesa con una carpeta de cuero y cortó en seco tanta garrulería. Hòstia,
la mare de Déu!, gritó a pleno pulmón. El vibrante exordio se oyó en la
plaza de San Jaime, pasó a ser de dominio público y figura hoy, con otros
dichos célebres, labrado en un costado del monumento al alcalde infatigable.»
Trias y Collboni, en comparación, ni chicha ni limoná.