La
Verdad. Detalle del lienzo de Sandro Botticelli “La calumnia de Apeles” (Galería
de los Uffizi, Florencia)
Emiliano García-Page, presidente autónomo de Castilla-La
Mancha, se ha condolido por Twitter de la muerte del papa emérito Benedicto
XVI, «un gran defensor de la verdad».
Quizás yo debería escribir aquí Verdad, con mayúscula;
Ratzinger fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes que
papa Benedicto, y desde aquel puesto trascendente defendió con ardor el Dogma
católico. No es seguro, en cambio, que defendiera asimismo la Verdad a secas, a
menos que consideremos que Dogma y Verdad, considerados bajo el prisma de la
religión, son una misma cosa.
Pero los dogmas no cambian nunca, y las verdades sí, siempre
y en todos los casos en los que cambian las circunstancias. Dios es Uno y Trino
siempre, según un dogma indemostrable; mientras que la verdad comprobada dice
que a unas horas es de día en un lugar determinado, y a otras es de noche.
Noten la diferencia. El prefecto Ratzinger la notaba; Page,
en cambio, no. (Ayuso, tampoco, dicho sea de paso.) Cuando una persona está
convencida de que la Verdad desciende de los cielos por Revelación divina, tiende
a caer en confusiones deplorables. Page y Ayuso creen firmemente en una
Santísima Trinidad que gobierna nuestros destinos, a saber: Banca, Monarquía y OTAN.
Las tres componentes tienen una existencia que solo depende de sí misma y no
puede ser cambiada; a eso se le llama “aseidad” en teología. Las tres gravitan
desde las alturas sobre los mortales, y son de necesidad estricta en un sentido
riguroso. De ellas se desprenden algunos corolarios: el Salario Mínimo, por
ejemplo, tiene que ser en efecto mínimo, como sostiene el gobernador del Banco
de España señor Hernández de Cos; porque otra cosa sería herejía y
desestabilización.
El economista Niño Becerra acaba de declarar que es incoherente
no contar como parados a los trabajadores fijos discontinuos. Confunde el dato
con el dogma, eso es todo. Lo cierto es que hay una diferencia clara entre
ambos: los discontinuos mantienen su expectativa de puesto trabajo, cobran
regularmente el subsidio, tienen protección legal, son sujetos de derechos ante
la empresa y el Estado.
Los parados, no. El paro visto como dogma económico es
similar al Diluvio Universal de la Biblia: una calamidad sin remedio. Llueve
sobre justos y pecadores, y al que le toca le tocó. Los humanos no pueden rebelarse
contra el destino fatal implícito en su condición de parados potenciales, sin
caer en sacrilegio.
Si de los dogmas pasamos a las simples verdades, estas carecen
de halo sagrado, son de naturaleza terrenal, y pueden ser compartidas, negociadas,
y generar consensos amplios.
¿Qué defendió el papa Benedicto, el dogma religioso o la
verdad mundana? Cada cual busque la respuesta a esa pregunta. Yo me atrevería a
apuntar que ciertas verdades del barquero nunca acabaron de entrarle en la
mollera. Todo se reducía para él a un gran misterio sacro. En sus peores
momentos, convirtió ese misterio en una alfombra bajo la cual se escondían cosas que no
interesaba que se mostraran a la vista.