Mármol
rosa, granito y bronce. Delante de la puerta de la iglesia de Notre Dame des
Escaliers, en el prieuré de Marcevol (Pirineos Orientales).
Hay viajes minuciosamente programados; el último que hemos
hecho Carmen y yo fue, en cambio, minuciosamente improvisado.
Contamos con proyectos rutilantes para el próximo verano-otoño.
Pero de momento casi no hemos salido aún del invierno, y nuestra intención fue
solo celebrarnos a nosotros mismos cincuenta y tres años después de una boda en
la que los dos estuvimos modestamente presentes. Solo pretendíamos una giornata
particolare de reafirmación de valores frente a la algarabía de los
fachendas. Hablaríamos catalán los dos en la intimidad.
Pensamos de inmediato en la Catalunya Nord, que ha sido a
lo largo de los años un refugio al que acudir, un indicio cierto de que existía
la posibilidad de que las cosas nos fuesen, colectivamente, mejor de como nos
estaban yendo. El viaje se fue concretando poco a poco a partir de la
recuperación de algunos pequeños proyectos anteriores que en su momento quedaron
nonatos: quise regalarle a Carmen alguna vez un anillo de granates en Prades,
pero el precio nos tiró atrás. Alguien nos dijo luego que en Villefranche de
Conflent podríamos encontrar granates engastados en plata a mucho mejor precio.
Luego habíamos pasado por la carretera delante de Eus, encaramado
a una loma, y nunca tuvimos tiempo de hacer una parada para visitarlo. También
queríamos volver a Cuixà, algo que Dani Delgado y Carme Donat hacen
prácticamente todos los años, pero que a nosotros nos atraía no por las
ceremonias de la semana santa, sino por el recuerdo de aquel claustro poblado de
columnas con capiteles prodigiosos y alzado sobre pavimentos de mármol rosa.
Y finalmente, en una esquinita del pedazo de papel en el
que apuntábamos nuestras prioridades, escribí un nombre entre paréntesis y con
interrogante: (Marcevol?). Ese es mi tema de hoy.
Volviendo a Eus, es un pueblo magnífico alzado sobre la
Soulane, una amplia ladera orientada a mediodía que posee la mayor insolación
(horas de sol al año) de Francia. Recorrimos las calles del pueblo en cuesta,
trepamos por las escaleras y asomamos la nariz por las dependencias del antiguo
castillo. También visitamos la iglesia, cuyo principal atractivo es el punto de
vista, porque ha sido remodelada varias veces y con poca gracia.
Desde Eus parte hacia el nordeste una carretera estrecha y
sinuosa que bordea varios barrancos salvados por puentes. Bosque de montaña
cerrado. Después de pasar Arboussols, cabeza de la comuna, atisbamos recortado
contra el cielo azul el muro-campanario del priorato de Marcevol, en una
explanada en alto, rodeado de campos de cultivo que en tiempos fueron ricos, y
con una vista digna de águilas hacia el valle del Tet y el macizo del Canigó,
que se levanta justo enfrente.
El aspecto del edificio prioral con sus dependencias es
bastante caótico, coronado por un muro-espadaña de cuatro huecos. A la fachada
de la iglesia de Notre Dame des Escaliers le sigue sin solución de continuidad un
conglomerado de dependencias en cuya puerta un cartel anuncia el “Accueil”, una
cantina y un WC (todo cerrado a cal y canto, hicimos nuestros pipís al
resguardo de árboles centenarios, en plena naturaleza).
El priorato fue fundado a principios del siglo XI y su
comunidad monástica dependía del obispo de Elna. En 1128 el lugar fue comprado
por la Orden del Santo Sepulcro, que reformó la iglesia y probablemente fue quien
la hermoseó con un nuevo portal, adornado con una sola arquivolta dentada, y
una elegante ventana colocada sobre el mismo, todo ello de mármol rosa. No
sabría decir si el conjunto “vaut le détour”, vale la pena el rodeo,
como habría podido señalar la guía Michelín, que se limita a la mención escueta
del lugar, sin estrellas. En 1428 un terremoto afectó a la iglesia, de tres
naves separadas por robustos arcos de medio punto. Para entonces el lugar
estaba ya en franca decadencia, que siguió durante varios siglos más hasta que
en el decenio de 1970 una asociación laica de restauradores aprontó capitales y
trabajo para el mantenimiento de la iglesia y las dependencias monásticas.
En la fotografía, tomada en sombra, lástima, se puede apreciar el contraste entre el granito pardo y el mármol rosa de la puerta, el lujo inesperado de la pincelada de color y la forma noble en un edificio por lo demás algo destartalado. Los artistas italianos consiguieron magníficos efectos decorativos en su país con la utilización calculada de materiales diferentes y de colores contrastados en sus arquitecturas. Este podría ser un monumento precursor, un primer ensayo de las glorias de Florencia o de Siena. Quién sabe si los caballeros del Santo Sepulcro venían de Oriente acompañados por un maestro de obras italiano, y le encargaron que diera algo de majestad, un atisbo de belleza, al mínimo priorato perdido en unos prados altos del Pirineo catalán.
Vista
de conjunto de la fachada del priorato de Marcevol.