Quizás la enorme complicación de los tiempos que se nos
están echando encima podría resolverse a través de algunas reglas de conducta sencillas
pero ignoradas por los tópicos cristalizados que los medios de
comunicación nos imponen como indicadores.
He leído, por poner un ejemplo característico, esta misma
mañana, que las mujeres están construyendo el mundo silenciosamente. Es un
tópico bienintencionado, pero incierto en las dos cuestiones fundamentales que
trata. Porque, primero, si se diera a las mujeres una oportunidad real de
construir el mundo, no me cabe duda de que seguirían normas muy diferentes de
las actuales; y segundo, de ninguna manera lo harían en silencio. Después de
darnos la vida, la primera cosa que hacen las mujeres por nosotros los varones es
enseñarnos a abrir la boca, tanto para alimentarnos como para que aprendamos a hablar.
El silencio – prerrogativa de los corderos, no lo olvidemos
–solo puede ser un desiderátum en un mundo patriarcal. Que las palabras se las
lleva el viento, es una imagen típicamente masculina. El “facta, non verba”, ídem
de lienzo. Y el cliché “muda, absorta y de rodillas, como se adora a Dios ante
el altar”, no es sino el sueño húmedo de un poeta varón bastante trasnochado.
Olvidémonos del silencio, entonces, en este inminente 8 de
marzo, y aceptemos una construcción del mundo en altoparlante, dialogada o
mejor aún a coro. Hablando se entiende la gente, dicen. Aquí hablamos poco, y a
gritos, y no hay manera de entendernos. Sería cosa de gritar menos y escucharnos
más, en particular a las mujeres, muy destacadamente a las mujeres trabajadoras.
No hablo solo de las asalariadas, sino de todas las mujeres realmente
existentes que interactúan con el mundo a través de su tarea diaria, asalariada
o no. Ellas tienen mucho que aportar a esta encrucijada concreta de la
historia. Y nos conviene a todos escucharlas porque han sido personas
silenciadas, no silenciosas. Y lo que tienen que decir, en este 8 de marzo pero
también en todos los demás días del calendario, es básico, sustancial,
imprescindible.
He ilustrado mi llamamiento a hablar (que suscribiría con
placer mi amigo de Facebook Antoni Cisteró, un promotor de la participación en
todas sus facetas) con una miniatura de los “Comentarios al Apocalipsis” del
monje Beato de Liébana (siglos XII-XIII), en el códice que se conserva en la
Biblioteca de la Universidad de Manchester. Debo la imagen a Miriam Beso, otra amiga
de Facebook. El corte transversal del arca es ejemplar. Noé y su familia ocupan
la cubierta superior y examinan la rama de olivo que les ha traído la paloma de
un árbol con el que ha tropezado la embarcación. En el suelo, la retirada de
las aguas ha dejado cadáveres de ahogados esparcidos. En el interior del
recinto del arca, todos los habitáculos han sido primorosamente dispuestos. Los
animales, bien apareados: las aves en la parte superior para que no extrañen el
aire libre, los mamíferos debajo, y al fondo de todo, los monstruos. Se supone
que los peces y criaturas acuáticas se han apañado por sí mismos. Los insectos,
ni se cuentan.
En el primer recinto, arriba a la izquierda, está la
cocina; una olla hierve al fuego. En el último recinto, abajo a la derecha,
aparecen los aseos, biplazas y provistos de todas las comodidades. Se diría que
se trata de un diseño femenino, en el sentido de que para la travesía de la
vida no se ha descuidado ningún aspecto práctico.
¡Viva el 8 de marzo!