En la Acrópolis de Atenas, noviembre de 2021
Me gusta mucho la definición de democracia de Adam Przeworski,
profesor polaco-estadounidense de Ciencia Política: es la “incertidumbre
organizada”.
La “política”, dice Przeworski, aparece allí donde no
existen o tienden a desvanecerse las certezas absolutas, y sin embargo resulta
obligado tomar decisiones colectivas que afectan a un grupo humano organizado.
Toda decisión propiamente política (al contrario que un
teorema matemático, una fórmula química o un peritaje administrativo, por
ejemplo) está sujeta a la incertidumbre sobre su bondad real, no hay garantía
suficiente de que su funcionamiento práctico resulte adecuado a un contexto muy
complejo y, en parte al menos, desconocido y cambiante.
A falta de recetas exactas, de datos suficientes y de personas
sabias y clarividentes mandatadas para decidir en nombre del colectivo, la
decisión sigue siendo, sin embargo, necesaria y urgente. La democracia, dice
Przeworski, es en esas circunstancias la “segunda mejor opción” (second
best) para un autogobierno ideal. Creo que fue Clemenceau quien expresó la
misma idea al decir que la democracia es la peor forma de gobierno excluidas
todas las demás.
La omnisciencia política sería perfecta, claro, pero no
está a nuestro alcance, ni siquiera con la ayuda tecnológica de los consabidos algoritmos
y big data, imbatibles en el análisis del pasado, pero poco adecuados para
predecir los futuros. Lo preferible entonces es, siempre desde el apoyo del
escalón tecnológico alcanzado, basar la legitimación de las decisiones en la
autorización popular; o dicho de otro modo, no considerar la decisión tomada como
un “destino”, sino como un quehacer humano susceptible de ensayo y error.
Esa actitud general comporta de forma necesaria la igualdad
de derechos políticos de la ciudadanía, la exigencia de instituciones políticas
abiertas y representativas, la concurrencia legítima de opiniones enfrentadas, el
conflicto constante, el debate abierto y exhaustivo, y en último término la decantación
de un voto mayoritario y otro minoritario. (No estoy hablando del voto a
personas que dirijan, las elecciones, sino del voto en las instituciones
representativas a las propuestas políticas debatidas previamente. Quienes en el
Congreso y el Senado votan en contra de todo lo que no proponen ellos mismos, sea
cual sea su contenido, están jugando a otra cosa que no es democracia.)
En todo este proceso, no es tan importante la bondad en sí misma
de la decisión adoptada, como las formas y las garantías seguidas para
adoptarla. En consecuencia, toda decisión democrática tiene de por sí el carácter
de provisional, revisable y sustituible por el mismo procedimiento, en el caso
de que su puesta en práctica no haya resultado satisfactoria.