lunes, 12 de septiembre de 2022

EL DÍA EN QUE LA HISTORIA REGRESÓ A GALOPE TENDIDO

 


Nueva York, 11 de septiembre de 2001. Imagen tomada a préstamo del muro de Facebook de Rosa Fontanals.

 

Han coincidido ayer las memorias de la Diada catalana y del golpe de Pinochet en Chile, abundantemente comentadas ambas por políticos, periodistas y tertulianos, con el duelo por la reina de Inglaterra, Isabel II, y el fallecimiento del “rey de Redonda” Javier Marías, glosados ambos de manera muy diferente según sensibilidades. Podemos añadir a la carga mediática de la fecha la victoria electoral ajustada de los socialdemócratas en Suecia, y el ascenso a la cumbre del tenis mundial de un muchacho murciano de 19 años, en principio ascenso repentino y sorpresivo, pero que cuenta con muchos números para afirmarse y dejar huella duradera en la historia del deporte.

Lo que, sin embargo, no parece haber dejado huella consistente en la memoria colectiva es aquel otro 11S (9-11 en términos anglosajones) que ocurrió – no lo hemos soñado – en el año 2001 en la ciudad de Nueva York y en las inmediaciones del Pentágono. Levantó en su momento una gran polvareda, y justificó represalias armadas drásticas. Se invadió Irak, se ahorcó a Saddam Hussein después de sacarlo del zulo en el que se ocultaba, y se persiguió hasta la muerte en su último refugio a Osama bin Laden.

Hoy se prefiere arrinconar todos aquellos acontecimientos poco gloriosos en el cubo de la basura del Olvido. No somos, sin embargo, Hijos de Star Wars, como proclaman muchos espectadores fascinados por la saga cinematográfica, sino más bien Hijos de las Twin Towers. Las desaparecidas Torres Gemelas neoyorquinas han conformado el mundo tal como es hoy; lo que ha seguido desde el momento estelar de la Humanidad (así lo habría titulado Stefan Zweig) que representó su derrumbe, han sido secuelas del mismo tronco argumental.

El politólogo Francis Fukuyama, posiblemente en un momento de euforia etílica, había proclamado el Final de la Historia cuando implosionó la armazón carcomida que mantenía de forma precaria en el aire a la Unión Soviética. Hace pocas fechas hemos despedido a un testigo de excepción de aquellos acontecimientos, Mijaíl Gorbachov. El juicio definitivo por todo lo que ocurrió entonces, sigue aún pendiente. Muchas sabandijas siguen ocultas en los recovecos de sus ruinas.

Pero el derrumbe de las Torres Gemelas, símbolo de símbolos, sigue todavía más huérfano de análisis adecuados. He leído muy recientemente que Fukuyama ha matizado de forma considerable sus declaraciones iniciales, reniega del fin de la Historia y propone ahora soluciones socialdemocráticas. A buenas horas. El 11 de septiembre de 2001, la Historia regresó al galope tendido, para demostrar que el alboroto mediático motivado por la noticia de su muerte había sido demasiado prematuro.