Una
imagen de la manifestación multitudinaria por la sanidad pública en Madrid, 12
febrero 2023.
No es un fenómeno novedoso, pero sí masivo. Y crece de año
en año. «El 61% de los trabajadores españoles afirma sentirse desmotivado
con su trabajo, y el 45% muestra síndrome del trabajador quemado, comúnmente
llamado burnout». Es lo que dice un informe de la consultora Hays de
selección de personal, recogido en “Cinco Días” *. El 78% de los empresarios no
perciben, sin embargo, esa actitud, y consideran "motivados" a sus trabajadores, lo cual puede significar dos cosas: o bien
que viven en el mundo virtual de las cifras macroeconómicas y no se dan cuenta
de lo que ocurre por debajo; o bien, si lo anterior no es el caso, que de todas
formas no están dispuestos en absoluto a ofrecer ni más salario, ni más
incentivos ni más motivación de otra clase a sus trabajadores.
Richard Sennett escribió, hace ya más de veinte años, sobre
la “corrosión del carácter”, un mal debido al recomienzo diario desde cero y la
falta de perspectivas reales de progreso en el terreno profesional, una faceta
de la persona que sigue teniendo un papel central en la conformación del carácter,
porque da la medida del esfuerzo por alcanzar metas internalizadas de
superación y de socialización. En cambio la tendencia a consumir, tan mimada
por los expertos en marketing, no consigue sustituir a la anterior. Ahí no
faltan en ningún momento incentivos ni motivaciones inyectadas a presión desde
lo alto, pero el choque (brutal) entre la abundancia de propuestas de éxito personal
a través de la compra de bienes de consumo, y el desierto árido de expectativas
de progreso en el ejercicio de un oficio cualquiera, desemboca con mucha
frecuencia en esa quemazón profunda, adecuadamente designada con un barbarismo (burnout)
que afecta a casi la mitad de los trabajadores españoles y, entre ellos, a buen
seguro a la mayoría de los jóvenes.
Menciona el informe Hays motivos económicos – salarios bajos,
horas no pagadas, saberes no reconocidos –, pero también “emocionales”. No me
gusta esa etiqueta; en todo caso, con ella se quiere significar algo muy
concreto y comprensible: la falta de algún propósito racional en la tareas desarrolladas
por muchos trabajadores en su día a día. De haber más posibilidades de
encontrar un trabajo satisfactorio en una empresa diferente, la gente se
marcharía. Si se queda en su puesto, y ahí se limita a trampear para cubrir el
expediente, es por la dificultad de encontrar puestos más apetecibles.
No es exactamente, entonces, una historia de pereza, sino
de percepción de la inutilidad de un mayor esfuerzo: una especie de opción B asumida
pasivamente porque no aparecen alternativas en el horizonte interior o
exterior al lugar de trabajo y a la tarea demandada.
¿No se dan cuenta los empresarios de lo que ocurre? Van
ciegos, quizás, debido a su gusto por las plantillas baratas, las faenas hechas para salir del
paso, las obsolescencias programadas, la chapuza nacional. El señor Garamendi está
que se sale con su nueva condición de fijo de plantilla en la CEOE, y su nuevo
sueldo. ¿No percibe ninguna falla en el terreno que pisa?
Esas actitudes ante el trabajo, tanto por parte de los
empleadores como de los asalariados, no garantizan un futuro sostenible. Tampoco
puede esperarse nada del trend hacia una sanidad y una educación
privadas, basadas en el beneficio bobo del accionista y no en la eficiencia y
la universalidad del servicio. Sobre las espaldas del Estado se quiere cargar
en exclusiva la solución al final de la vida activa de las personas, mediante
unas pensiones contributivas (ah, eso sí) que se desearían minúsculas y
retrasadas hasta el límite de lo imposible, de modo que los viejos se nos
mueran después de pagar su cuota y antes de cobrar el subsidio.
Todo ese conglomerado de inepcias y malevolencias superpuestas
apunta a la profundidad real del problema. Y es que los trabajadores,
contrariamente a lo que piensan algunos miembros de las clases pudientes, tenemos vida propia. No somos
guarismos susceptibles de ser trasladados de una columna a otra de los asientos
de un libro de balances, en el que las pérdidas concretas para la ciudadanía se
transfiguran en forma de réditos suculentos para las élites políticas y
financieras.
Espabilad, queridos dadores de trabajo y políticos neoliberales
envueltos en banderas rutilantes. La Tierra de Jauja ya no está delante de
vuestros ojos, sino a vuestras espaldas. Y los síntomas de un mar de fondo creciente
resultan cada día más visibles y embravecidos.
* https://cincodias.elpais.com/cincodias/2023/02/10/economia/1676052915_054408.html