lunes, 13 de febrero de 2023

"BURNOUT" AL ALZA



Una imagen de la manifestación multitudinaria por la sanidad pública en Madrid, 12 febrero 2023.

 

No es un fenómeno novedoso, pero sí masivo. Y crece de año en año. «El 61% de los trabajadores españoles afirma sentirse desmotivado con su trabajo, y el 45% muestra síndrome del trabajador quemado, comúnmente llamado burnout». Es lo que dice un informe de la consultora Hays de selección de personal, recogido en “Cinco Días” *. El 78% de los empresarios no perciben, sin embargo, esa actitud, y consideran "motivados" a sus trabajadores, lo cual puede significar dos cosas: o bien que viven en el mundo virtual de las cifras macroeconómicas y no se dan cuenta de lo que ocurre por debajo; o bien, si lo anterior no es el caso, que de todas formas no están dispuestos en absoluto a ofrecer ni más salario, ni más incentivos ni más motivación de otra clase a sus trabajadores.

Richard Sennett escribió, hace ya más de veinte años, sobre la “corrosión del carácter”, un mal debido al recomienzo diario desde cero y la falta de perspectivas reales de progreso en el terreno profesional, una faceta de la persona que sigue teniendo un papel central en la conformación del carácter, porque da la medida del esfuerzo por alcanzar metas internalizadas de superación y de socialización. En cambio la tendencia a consumir, tan mimada por los expertos en marketing, no consigue sustituir a la anterior. Ahí no faltan en ningún momento incentivos ni motivaciones inyectadas a presión desde lo alto, pero el choque (brutal) entre la abundancia de propuestas de éxito personal a través de la compra de bienes de consumo, y el desierto árido de expectativas de progreso en el ejercicio de un oficio cualquiera, desemboca con mucha frecuencia en esa quemazón profunda, adecuadamente designada con un barbarismo (burnout) que afecta a casi la mitad de los trabajadores españoles y, entre ellos, a buen seguro a la mayoría de los jóvenes.

Menciona el informe Hays motivos económicos – salarios bajos, horas no pagadas, saberes no reconocidos –, pero también “emocionales”. No me gusta esa etiqueta; en todo caso, con ella se quiere significar algo muy concreto y comprensible: la falta de algún propósito racional en la tareas desarrolladas por muchos trabajadores en su día a día. De haber más posibilidades de encontrar un trabajo satisfactorio en una empresa diferente, la gente se marcharía. Si se queda en su puesto, y ahí se limita a trampear para cubrir el expediente, es por la dificultad de encontrar puestos más apetecibles.

No es exactamente, entonces, una historia de pereza, sino de percepción de la inutilidad de un mayor esfuerzo: una especie de opción B asumida pasivamente porque no aparecen alternativas en el horizonte interior o exterior al lugar de trabajo y a la tarea demandada.

¿No se dan cuenta los empresarios de lo que ocurre? Van ciegos, quizás, debido a su gusto por las plantillas baratas, las faenas hechas para salir del paso, las obsolescencias programadas, la chapuza nacional. El señor Garamendi está que se sale con su nueva condición de fijo de plantilla en la CEOE, y su nuevo sueldo. ¿No percibe ninguna falla en el terreno que pisa?

Esas actitudes ante el trabajo, tanto por parte de los empleadores como de los asalariados, no garantizan un futuro sostenible. Tampoco puede esperarse nada del trend hacia una sanidad y una educación privadas, basadas en el beneficio bobo del accionista y no en la eficiencia y la universalidad del servicio. Sobre las espaldas del Estado se quiere cargar en exclusiva la solución al final de la vida activa de las personas, mediante unas pensiones contributivas (ah, eso sí) que se desearían minúsculas y retrasadas hasta el límite de lo imposible, de modo que los viejos se nos mueran después de pagar su cuota y antes de cobrar el subsidio.

Todo ese conglomerado de inepcias y malevolencias superpuestas apunta a la profundidad real del problema. Y es que los trabajadores, contrariamente a lo que piensan algunos miembros de las clases pudientes, tenemos vida propia. No somos guarismos susceptibles de ser trasladados de una columna a otra de los asientos de un libro de balances, en el que las pérdidas concretas para la ciudadanía se transfiguran en forma de réditos suculentos para las élites políticas y financieras.

Espabilad, queridos dadores de trabajo y políticos neoliberales envueltos en banderas rutilantes. La Tierra de Jauja ya no está delante de vuestros ojos, sino a vuestras espaldas. Y los síntomas de un mar de fondo creciente resultan cada día más visibles y embravecidos.

 

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2023/02/10/economia/1676052915_054408.html