Tom
Hulce (Mozart) y F. Murray Abraham (Salieri) en un fotograma de “Amadeus”, de
Milos Forman.
Lluís Rabell acompañará a Jaume Collboni en la candidatura
del PSC al Ayuntamiento de Barcelona. Es una buena noticia, para Jaume
Collboni. No era, según se rumorea, un recurso de una necesidad tan urgente, porque en el partido afirman poder exhibir encuestas en las que la
lista socialista figura destacada en cabeza del pelotón de aspirantes, y el
propio Jaume, en su estilo desenfadado, nos saluda de vez en cuando desde
anuncios de pago con la cantinela de que “él va a ser alcalde de Barcelona”.
De todos modos, Rabell es un refuerzo importante. Demasiado
importante tal vez, si se me permite la opinión. Un amigo de Facebook plantea
hoy mismo la pregunta de si no sería mejor colocar a Rabell como independiente cabeza
de lista, y conservar a Collboni en su insustituible papel de teniente de
alcalde para todo. A Collboni, argumenta mi amigo, no lo quiere nadie. Hacia
fuera, no atrae voto; hacia dentro, peor.
Se supone que el PSC desea ganar la alcaldía. El propio
Rabell escribía hace días, poco antes de dar la campanada en plan crudo, que el
poder municipal en Barcelona es una opción estratégica imprescindible para
revertir los desastres del procès. Muy bien, eso valida el reclutamiento
de Rabell por parte del PSC, pero no explica por qué se dejan las cosas a medias. Si la lista Collboni
no consigue una mayoría suficiente, y se hace necesaria una fórmula de
cohabitación en la Casa Gran, seguro que Ada Colau estará mucho mejor colocada para
la tenencia que el segundo de la lista socialista.
No quiero pensar en la eventualidad de que Collboni no
llegue ni siquiera a ser el primus inter pares, y el Tete o la propia Ada
corten la cinta de llegada antes que él. ¿Dónde quedarán entonces Rabell y su
idea de un nuevo contrato social para Barcelona?
Conviene hacer las cosas con sensatez y orden. Rabell
debería ir en la lista por encima de Collboni. La opción que se presenta ahora sería
como representar las bodas de Fígaro con música de Salieri. ¿Se imaginan cómo
sonaría el soave zefiretto?